Cuando quemaron el circo de Brown
En su formidable diatriba contra la ciudad de Buenos Aires ("el primer impedimento para intuir nuestra historia"), La cabeza de Goliat , Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964) evocó un triste episodio que oscureció los festejos del Centenario de 1910. Dejémosle la palabra, que él manejaba como nadie, con su peculiar estilo.
"Entre los más ilustres precursores del teatro nacional, que no nació de los dramas de Calderón ni de las comedias de Moreto, sino de los melodramas cabalgantes, estaba el Circo Arena, de los hermanos Chiarini, el de los hermanos Amato, el de Pablo Rafetto, el Podestá-Scotti y el de Anselmi [?] El cocoliche, único papel compatible con la jerga bilingüe del director, señaló con su mueca grotesca a la dramaturgia nacional, hasta el punto de constituir en el sainete, el argumento y la gracia [?] Es fácil verlo aflorar [se refiere al circo] en las novelas y en los sketches radiotelefónicos, y en las actitudes espontáneas del hombre de la calle en la multitud. Las ciudades viejas y los pueblos nuevos tienen su circo arqueológico en el subsuelo."
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"Cuando la celebración del Centenario, en 1910, Frank Brown levantó su carpa en un baldío de la calle Florida. Quería asociarse así, el clown que a tantos hombres serios de hoy hizo reír, a las festividades nacionales, como Lugones y Darío con sus poemas. A semejanza del juglar de Notre Dame, él no podía ofrecer en su devoción otra cosa del alma que algunas piruetas. La juventud no lo entendió así. Juzgó que era una afrenta a la ciudad y a la fecha, sobre todo desde el punto de vista de la ornamentación, profusa de gallardetes y de luces [?] El pobre circo de madera y lona, en la calle Florida y cerca del Jockey Club, parecía una barraca antigua y evocaba alguna novela de Hugo, que muchos habían leído, y los viejos conflictos entre el pueblo incivil y el clero. Aquellos seculares conflictos del año 1792, por ejemplo, cuando desde el Convento de los Capuchinos se arrojaron cohetes incendiarios sobre el techo de totora de la Casa de Comedias, en la antigua Ranchería. Reacción condigna contra los ultrajes a la moral. El circo de Frank Brown no sólo atentaba contra la arquitectura, sino que metía al cocoliche en la epopeya. Los jóvenes se pusieron de acuerdo con los bisabuelos y lo quemaron de nuevo en un auto de fe, ciento dieciocho años después. Frank Brown había repartido caramelos a los mismos enemigos de esta vez, los había hecho cabalgar en su asno blanco por la pista, había hecho piruetas para ellos, como un padre en su casa, y ése era el pago. Las llamas destruían con el sentido alevoso de una demolición. A Frank Brown lo quemaron vivo por hereje: le quemaron el circo, que era como quemarlo a él en efigie."