Cuando los clavos hablan
Sobre cosas curiosas y antiquísimas atesoradas en un subsuelo de la UBA
Una aleación de arqueólogos e ingenieros puede hacer que un clavo hable. El clavo puede contar, entre otras cosas, el uso que se le dio, el valor simbólico -entendido como el estatus que tuvo- y dar detalles sobre su proceso de fabricación, época y lugar de procedencia.
Eso es lo que hace un grupo interdisciplinario que trabaja en el Laboratorio de Materiales de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires. Lo lidera el ingeniero químico Horacio De Rosa y está integrado, entre otros, por el estudiante de arqueología Nicolás Ciarlo, especializado en naufragios; el doctor en Arqueología Carlos Landa, especializado en sitios rurales relacionados con la Conquista del Desierto, y el ingeniero Hernán Svoboda.
"Existe una cronología para hablar de las clases de clavos. Los hay fundidos, forjados, de chapa, etcétera", enumera Svoboda.
El trabajo de campo consiste en ir hasta los sitios arqueológicos para hacer relevamientos y excavaciones, y una vez que encuentran un objeto se quedan con una pieza o una muestra, la analizan y la mandan a un laboratorio de conservación o a un museo.
Pero antes de enviarlos, los estudian en el Laboratorio de Materiales, en un subsuelo de la sede Paseo Colón de la Facultad, donde esperan variedad de objetos encontrados en los más diversos puntos del país. Como una moharra de lanza que estaba en el Fortín Miñana, campamento militar que funcionó cerca de Azul entre 1859 y 1863.
"Primero pensamos que había sido hecha de un suncho de barril y fabricada por aborígenes. Pero, tras analizar su composición, descubrimos que era producto de un trabajo de forja a altas temperaturas. Como en general los aborígenes no manejaban esta técnica, concluimos que provenía de una herrería cercana al campamento o de Buenos Aires", comenta Landa.
Capitalismo en el fortín
Los objetos también delatan el estatus. Los investigadores muestran dos botones de militares argentinos: uno de chapa y hierro, y otro de latón, encontrados en el Fortín La Perra, en Loventué, La Pampa. "La diferencia de materiales y su distinto grado de conservación indican una diferencia de rangos; el de chapa y hierro pertenecía a un oficial, y el de latón a un soldado raso", explica De Rosa.
También encontraron la tapa de una Ginebra Criolla del Plata hecha de plomo recubierta con estaño y de fines del siglo XIX, lo que sirvió a los arqueólogos para fortalecer la idea de que en los fortines se vivía un incipiente capitalismo.
Otro hallazgo en el fortín de La Pampa fue una lata de sardinas, de la que pensaron primero que era un objeto más contemporáneo colado entre los antiguos. Pero, tras estudiarlo, vieron que estaba hecha con plomo, material prohibido en 1920. Terminaron por confirmar que era un elemento del Fortín La Perra al encontrar numerosas referencias en la literatura de la época, una ayuda que consideran muy valiosa. "La literatura histórica siempre aporta datos. Por ejemplo, Lucio V. Mansilla, en Una excursión a los indios ranqueles, cuenta que el cacique Manuel, apodado El Platero, tenía una fragua", dice De Rosa.
Pero a veces los hallazgos no provienen de ninguna excavación, sino de la colaboración de los mismos vecinos. Como un imponente sable de alrededor de un metro que recibieron en el Fortín Miñana.
"Estábamos excavando en el lugar, se nos acercó un paisano diciendo que en los años 50 o 60, mientras araba, el padre se encontró con el objeto, y nos lo regaló", recuerda Landa.
Le sacaron el óxido y vieron la marca grabada en la empuñadura: un yelmo que aparece en un catálogo de espadas alemanas y que pertenece a la fundición de Carl Reinhardt Kirschbaum, forjado entre 1814 y 1862.
Otro elemento que el equipo cuida como un tesoro es la vaina de una bala Remington de alrededor de 1879 que encontraron en un campamento aborigen de Loventué, en La Pampa. "Esta pieza tiene muchísimo valor porque para un indio pampa conseguir un cartucho de Remington le significaba una yegua", destaca Landa.
Extraño penique
La corbeta de guerra inglesa Swift se hundió cerca de Puerto Deseado, Santa Cruz, el 13 de marzo de 1770. Gracias a las características del terreno donde naufragó, su estado de conservación es muy bueno.
Allí, Nicolás Ciarlo encontró una moneda de medio penique con la imagen de Jorge II de Inglaterra. Después de un análisis con una microscopía electrónica de barrido descubrió que estaba hecha de una aleación de cobre, cinc y algo de estaño, y que había sido confeccionada con la técnica de material colado en un molde. Como las verdaderas no se hacían con esta técnica, sino que eran de cobre y acuñadas, los arqueólogos se dieron cuenta de que era falsa. "En la Swift, cada 5 monedas, 3 son falsas", concluye Ciarlo.
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