Edgardo Borda, la memoria viva de la televisión argentina
El director, que comenzó en el viejo Canal 7 en 1952 y hoy, a los 88 años, sigue trabajando en Artear, es uno de los pocos que puede contar en primera persona los orígenes de la TV argentina, que en sus orígenes se nutría de estrellas y obras de la radio y el teatro local
"La televisión se nutrió desde el principio de la radio y del teatro, porque la gente de cine no se acercaba en aquel momento. Pensá que la radio transmitía teatro, no digo radioteatro, sino las obras desde las salas. Yo era chiquito y las escuchaba por Radio Porteña. Y la televisión al principio hizo lo mismo, aunque hubo que corregir algunas cosas", dice Edgardo Borda, director de televisión con mayúsculas, que trabaja en el medio desde 1952 –poco después del debut de Canal 7, el 17 de octubre de 1951–, hasta hoy, a los 88 años, en que sigue trabajando en Artear. Uno de los pocos que puede contar la historia de la televisión, pasó por todos los géneros y aprendió de los mejores, como le gusta decir; ganó varios Martín Fierro (El amor tiene cara de mujer; Judith) y, por supuesto, fue parte también de aquellas transmisiones desde los teatros.
"Teníamos el móvil de exteriores que lo había comprado Jaime Yankelevich, el director de radio Belgrano, con tres cámaras, y hacíamos muchos exteriores, festivales, shows y teatro. El móvil tenía que ubicarse de manera tal que pudiera enlazar con la planta transmisora que estaba en el Ministerio de Obras Públicas (actual Salud). Hoy todo eso no existe, hay señal desde cualquier lado", dice sin nostalgia, y continúa la explicación acerca de cómo filmaba una obra de teatro. "Poníamos una cámara en frente y dos a los costados. Al público no le molestaba que estuviéramos mientras no se hiciera ruido. Hubo que corregir el maquillaje que era demasiado intenso para la cámara y usábamos primeros planos. La televisión no piensa en espectadores de la fila quince. Las luces, también debían adaptarse: usaban azul y rojo que nos bajaba la señal; entonces conciliábamos en que el día de la filmación reforzaran la iluminación", dice Borda que aclara cuál era su rol: "No éramos los directores de la obra, no teníamos el libreto. Lo mío era compaginar, porque ponía en imágenes lo que otro director había puesto en escena".
Los recuerdos de Borda comienzan con el Teatro Buenos Aires ("frente al ex cine Los Ángeles", aclara), con una obra que protagonizaba Olinda Bozán, en 1952, y en el Teatro Enrique Santos Discépolo, como se llamó al Alvear en el primer gobierno peronista: desde allí, muchas veces se transmitió El patio de la morocha. También, durante esa década, las cámaras se hicieron presentes en el Teatro Avenida y hasta en las salas independientes Fray Mocho (Oscar Ferrigno), La Máscara, La Farsa y el Instituto de Arte Moderno (Norma Aleandro): a Borda le tocó una función en una de esas salas en que dos actores estaban muy retrasados, por lo que otro tuvo que improvisar una introducción a la espera de estos intérpretes. Eran años, parece, en que la tevé debía cumplir la grilla de horarios.
No había día fijo para estas transmisiones. Hasta 1960, cuando aparece el videotape, la tele era vivo puro y duro. Por lo tanto, el teatro se transmitía cuando se lograba el acuerdo entre las partes. Como los empresarios teatrales comenzaron a tener ciertos resquemores porque temían perder público, se arregló televisar el último día de la obra en cartel. ¿Y qué pasó? Al verlo en la televisión, la gente iba al teatro a buscar entradas. Entonces fijaron una semana antes de la última función. "En esa época no estaban los convenios actuales sobre derechos de imagen y autor con los actores, directores y empresarios. Era gratuito y por eso se pudo hacer. Cuando después empezó el reclamo por cachets y derechos, se terminó por los costos", dice Borda.
Con un exhaustivo trabajo de archivo, Jorge Nielsen, editor del Jilguero y autor de colecciones sobre historia de la televisión (La magia de la televisión argentina, Espectaculares sucesos argentinos y Teleficciones), afirma que la primera obra televisada fue Tres muchachos y una chica, de Roger Ferdinand, que hacía la compañía El Duende, en el Teatro Liceo, con puesta de Juan José Bertonasco y un elenco donde participaba el joven Duilio Marzio. Fue en noviembre de 1951 y el director fílmico era Enrique Telémaco Susini, el "loco de la azotea", pionero mundial de la radio, primer director de Canal 7 y fundador de Lumiton, y gran director de comedias musicales y operetas. Para Nielsen, reúne al cine (se registró en fílmico), al teatro y la tele. El teatro en tu casa también incluyó, en 1956, al Cervantes: la escritora best seller Silvina Bullrich fue asesora literaria de Canal 7 y recomendó la televisación de clásicos realizados por la comedia uruguaya (Margarita Xirgu y Orestes Caviglia) como La Celestina y Tartufo.
Todavía faltaban unos años para que la medición de audiencia diera su veredicto. Pero había otras formas de conocer cuál era la repercusión. Por ejemplo, si las confiterías con televisores se llenaban a determinada hora, anécdota que cuentan Ulanovsky, Sirvén y Silvia Itkin en Estamos en el aire.
"Además del teatro televisado desde las salas, que fue decreciendo y tuvo su última manifestación en el San Martín de Kive Staiff a fines de la dictadura y principios de la democracia, se hacían adaptaciones para la televisión. Y después, en los 70, Teatro como en el teatro, de Nino Fortuna Olazábal (Canal 9), donde se invitaba al público a un estudio ambientado como una sala teatral, iba sin cortes y hacían comedias italianas de autores contemporáneos", dice Nielsen. Teatro del sábado, en el 7, duraba dos horas. Los directores eran Antonio Cunill Cabanellas, Armando Discépolo, Esteban Serrador. A fines de la década del 90, Alejandro Romay lanzó un ciclo llamado Homenaje al teatro nacional, que hoy puede verse por Teatrix.