Crónica de los ensayos donde Moria Casán hace de Julio César, de Shakespeare
La “pantera de Mataderos” volvió a su barrio para encarnar al emperador romano, en una versión donde las mujeres hacen de hombres y viceversa; luego de la temporada porteña se presentarán en el Festival Clásico de Mérida
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La última semana de febrero comenzaron a trabajar. No se trata de un proceso creativo más o menos de rutina sino de uno que despierta a priori repartidas dosis de generosa expectativa y suspicaz curiosidad: Julio César, tragedia de William Shakespeare, versionada y dirigida por José María Muscari, interpretada por actores para los papeles femeninos y actrices para los masculinos, entre ellos el de Moria Casán como el dictador romano. Aunque el debut de la popular protagonista en el Complejo Teatral de Buenos Aires se lleva la mayoría de las miradas, los nombres que la acompañan son muy destacados: Marita Ballesteros (como Marco Antonio), Malena Solda (Casio), Alejandra Radano (Bruto), Mirta Wons (Lucio), Vivian El Jaber (Kasca), Fabiana García Lago (Octavio), Payuca Del Pueblo (Tribunio), Mariano Torre (Porcia, la mujer de Bruto) y el reciente ganador del premio ACE de Oro, Mario Alarcón, (Calpurnia, la tercera y última esposa del César).
En el octavo piso del Teatro San Martín, desde la última semana de febrero hasta el miércoles 6 de abril se desarrollaron los ensayos que continúan, desde el martes 12, en el Cine Teatro El Plata, en Mataderos, el escenario donde se estrenará el sábado 30 esta obra escrita alrededor de 1599, basada en la conspiración y asesinato contra el líder romano en el año 44 a.C. seguido por el posterior ascenso de Octavio, el futuro Augusto.
Para el adaptador y director Muscari, representa la primera vez que se mete con Shakespeare pero no con clásicos del canon universal. Antes fueron Electra shock (basado en la tragedia de Sófocles), con Carolina Fal (2005); La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, con Norma Pons y otras protagonistas (2013); y Madre Coraje, de Bertolt Brecht, con Claudia Lapacó (2018). Y en el Complejo Teatral de Buenos Aires ha estrenado el biodrama Fetiche, en el Sarmiento (2007); Póstumos, en el Regio y la Ribera (2013); y Madre Coraje, en el Regio. Esta será, entonces, la cuarta vez en el teatro público de la Ciudad y el cuarto abordaje de un clásico, siempre con su particular estilo. “Saqué muchos personajes. Dejé las situaciones, la anécdota y los papeles principales. Busqué que quedara lo que a mí me impacta de Shakespeare, un proceso parecido al que hice con mis otras incursiones en grandes autores, atravesados por mi sello de autor. En esta versión, el presente se mezcla con el pasado y se genera algo atemporal que me gusta, se ‘extraña’, se ‘enrarece’ la época. El clásico es un disparador para escribir mi propia obra que habla de hombres enfrentados por el poder político y eso es presente, actualizado a través de múltiples referencias”, dice Muscari que nunca se caracterizó por temer críticas puristas. Apropiarse de clásicos es siempre dialogar con la época: el director Orson Welles, a los 22 años, en 1937, cuando poco faltaba para el inicio de la Segunda Guerra Mundial, estrenó en Broadway su Julio César, con vestuario de fascistas italianos y alemanes nazis.
Algo más de doce años atrás, Moria Casán decía, con su fulminante poder de síntesis, que era “una intelectual en otro packaging” cuando interpretó al dictador romano en formato semimontado para Teatrísimo, a beneficio de la Casa del Teatro en septiembre de 2009, por dos únicas funciones y con la Pons como Marco Antonio. Es decir, hacía tiempo que Muscari quería hacer esta obra a su manera y con la ex vedette, conductora y actriz.
“Leímos una versión más larga en esa ocasión. Siempre sentí que estaba bueno verla a ella en un rol y un texto que la llevara a otra zona expresiva; y, además, que tenía que ser dentro del San Martín. Me parece clave este contexto porque también marca un cambio de circuito para Moria. Trabajar con ella es extraordinario porque, al igual que el elenco que la acompaña, es de una potencia y un enfoque maravilloso. Siento que Moria haciendo Shakespeare en el San Martín by Muscari es una experiencia más Andy Warhol que teatral. Siento alegría, orgullo, adrenalina, siempre soy feliz en este teatro, hay mucha expectativa con este trabajo y amo eso”, dice el director de Julio César 2022, su feroz versión de “hombres con ovarios y sus mujeres de pelos duros en el pecho”.
Alrededor de ocho semanas de ensayos muy intensos, con un grupo donde todos se conocen pero pocos habían trabajado juntos, un grupo diverso en generaciones y recorridos, con gran mayoría femenina y una fundamental característica común: entusiasmo por este proyecto. No es una frase de sobrecito de azúcar sino algo palpable en los tres ensayos, en diferentes semanas, observados por esta cronista a quien el director permitió espiar su trabajo (vale la aclaración porque no todos lo permiten). No hay mucho secreto escondido. Si hubiera que elegir una y solo una virtud del Muscari director, la principal es que sabe lo que quiere y así lo comunica. Las reglas están claras y en ese marco, hay lugar para las opiniones, las sugerencias, las preguntas. ¿Y Moria? ¿La más famosa, la que supuestamente arrastrará más público, la más polémica? Una más, con la letra sabida, puntual y concentrada en el trabajo no sólo de ella sino de todos los compañeros: “una líder positiva”, la define Paola Luttini, colaboradora artística de Muscari. En los ensayos del octavo piso del San Martín, un salón enorme como de gimnasio con ventanales de un lado y espejos del otro, no había divas sino actrices y actores en modo trabajo.
“Como me enseñó mi querida Norma Pons, igual que en el amor, lo que en una obra no sucede en los primeros diez minutos no sucede más”, dice Muscari siempre sentado en un extremo escoltado por la asistente de dirección, Mariana Melinc, y Paola Luttini (además productora y directora de otros espectáculos). A veces también aparecen por un rato otros invitados y curiosos, como periodistas, responsables de la prensa institucional y autoridades como el ministro de Cultura porteño, Enrique Avogadro, y la nueva directora del CTBA, Gabriela Ricardes.
En ese espacio pelado, sin escenografía ni vestuario, los cuerpos y las voces de los actores resuenan desnudas en su vigor. El único elemento que organiza sus movimientos, las entradas y salidas, es la música que no es original sino elegida por el director, una selección de temas casi todos de la cantante argentina de rap y hip hop Nathy Peluso: así vibra la obra, carácter que se potenciará con el vestuario diseñado por Kostüme, atemporal, con mezcla de géneros, urbano-deportivo pero de hiperlujo, alto impacto y ostentación. Según los diseñadores Camila Milessi y Emiliano Blanco, es el estilo de los afroamericanos raperos y traperos, cada clan con características propias: los que están del lado de Julio César se visten con mucho plateado y dorado (los colores que lucirá Moria) además de un aplique tipo equipo de béisbol con JCe (como el JLo de Jennifer López) mientras que, por otro lado, Bruto, Casio y Porcia llevan negro y naranja flúo con redes y transparencias que encubren partes, tal como ellos encubren su plan. Los sirvientes o de menor rango tienen otro tipo de prendas, pero todos tienen detalles del imaginario del rap y el trap. “José nos pidió mucha majestuosidad, expansión, todo subrayado, sin sutilezas, hay cadenas, flecos, hombreras, tocados hacia arriba, para que se vea hasta la última fila”, dice Milessi.
Como si fuera un show de moda, casi de pasarela por donde desfilan ambigüedades, empieza el espectáculo. En esa circularidad continuada, todos se observan, se escuchan y se comentan. Muscari no deja de marcar esa perspectiva palaciega, nadie puede estar distraído o por fuera de lo que está pasando, todos están involucrados. Esto podrá entenderse mejor cuando se lo vea montado con la escenografía propuesta por Gabriel Caputo, que nunca había trabajado con Muscari pero que, además de escenarios teatrales, se ocupa de armar pasarelas y espacios para fotografías. Ambos coincidieron en expandir lo teatral a otros ámbitos, que fuera como un set televisivo glamoroso, con rojos y dorados, multimediático, con seis torres con pantallas de televisores y luces incorporadas a los objetos. En esas pantallas, todo el tiempo se reproducirán videos que acompañan la escena (realización audiovisual de Rosario González del Cerro) y que, según el director, generan una dramaturgia paralela pero no otro relato, “es un apoyo a la modernidad en ese set donde pasa la historia”. Por otra parte, no hay coreografías pero sí algunos movimientos danzados que realizan algunos personajes como Julio César, Kasca (con K), Octavio y Tiburcio (sirviente de César que no pertenece al original).
A los ensayos, por supuesto, todos van con ropa cómoda, jeans, joggings, la mayoría con zapatillas o borceguíes de los que Moria tiene variados. Pero algunas marcan diferencias: Marita Ballesteros siempre es la más elegante, con chatitas, maquillada, un collar, impecable; y Alejandra Radano, de negro y zapatos con taco. También hay improntas particulares en la actuación, colores propios que son, quizás, lo más interesante para observar porque se modifica y crece a medida que pasan los ensayos.
Los propulsores de la tragedia son Bruto y Casio, los personajes con más texto y más complejidades dramáticas. Las actrices que los interpretan, Radano y Solda, cargan con ese peso de mucha intensidad y, tal vez por eso, les costó algo más aflojar esa tensión de “hacer Shakespeare” para apropiarse del juego propuesto por el director. Muscari, en su devolución al final de la jornada, pedía “sexualizar el material, habitar la ambigüedad, lo no dicho, el deseo, lo técnico está pero falta lo otro”. Y ese cambio, al correr del proceso, se produjo -y seguirá en ese camino- de manera notoria. Otro tipo de actriz, Vivian El Jaber, seguramente por su recorrido en el underground, la improvisación y el humor, se prendió de entrada de un modo tan sólido como desopilante. Al contrario, a veces había que decirle que bajara un cambio.
Las dos esposas del elenco son capítulo aparte. Ambas aman a sus maridos pero sufren su maltrato y desdén. En especial Porcia que es una mujer golpeada por Bruto, punto en el que Muscari hizo mucho hincapié para que Mariano Torre actuara desde ese lugar. Posiblemente sea el personaje más auténticamente triste de la historia. Por otro lado, la Calpurnia de Mario Alarcón está cerca del grotesco, genera una inmediata reacción hilarante por el contraste que puede desplegar un actor con muchos recursos expresivos. Es tan opuesto a Moria que resultan complementarios. “Es el mayor del grupo pero a la vez es un niño, está en otra estratosfera, parece colgado de una palmera pero cuando le pedís algo, la clava en el ángulo porque es un gran actor, todo lo entiende y lo hace bien”, dice Luttini sobre este hombre que no regresó este año con su protagónico en La vis cómica de Mauricio Kartun para ser parte de esta obra, que dice “sí, señor” a las indicaciones del director y que le pide disculpas a Moria cuando tiene que responder con una palabra fuerte. Y que al minuto sorprende y genera admiración porque después de esa actitud, saca de la galera algo distinto, único y muy potente. En cuanto a la Casán, hay que verla. Es imponente y se para como tal, su Julio César es despótico, adora el poder y no puede resistirse a los elogios aunque sepa que son interesados. Enamorado de Marco Antonio, los cruces con la Ballesteros también son divertidos y funcionan como guiños cómplices.
“Esta experiencia en el San Martín es una remembereada para mí, no porque viva en el pasado, no lo hago, no es una cuestión de melancolía sino de volver a la niña que llevo adentro mío. Entrar acá y ver los carteles y avisos con horarios como cuando estudiaba danza; los momentos con mis padres cuando me llevaban siempre al Colón porque papá era un melómano; todo eso, este lugar, me trae a ese mundo, estoy iluminada por todo eso, en mi propia burbuja. Y con el plus que la hacemos en la sala de Mataderos, me encanta porque la gente creía que yo era de ese barrio por mi personaje Rita Turdero, ‘la pantera de Mataderos’”, dice Moria que niega cualquier atisbo de temor ante el nuevo desafío: “Debuté hace 50 años, cuando de la facultad de Abogacía me fui directo a subir al escenario de El Nacional, desnuda: si hice eso, no puedo tenerle miedo a nada, pude trascender lo físico, no tengo miedo ni nervios sino algo de cosquillas de aquellos inicios”.
Por si todavía no quedó claro, esta versión de la tragedia isabelina está plagada de referencias a la actualidad. Los personajes tienen anteojos negros y celulares, usan las redes sociales, tienen Netflix, piden un Uber, responden a trolls, Julio César dice ‘mierda carajo’ y Tiburcio –en manos de la talentosa Payuca Del Pueblo, ganadora del Ace Revelación femenina por El siglo de Oro Trans– manda mensajes a sus amigas del Mocha Celis (el bachillerato travesti-trans de la ciudad de Buenos Aires). Y aunque se hable de política con soltura, no sucede lo mismo con lo sexual a pesar de lo que se ve y aparenta: el doble estándar, la grieta, los unos y los otros recorren la puesta.
“¿Qué mejor que apropiarse de Shakespeare? ¿Acaso en su época no hacían los varones todos los personajes?”, dice Solda, que en 2005 viajó a Inglaterra para un posgrado de teatro clásico en la London Academic of Music and Dramatic Art, especialista en el autor de Hamlet. Para Radano, de alguna manera esta versión tiene algo de revancha: “Y creo que esta lectura es posible, está en la obra original”. A poca distancia, Fabiana García Lago no deja de escucha música. “Antes ni la conocía pero ahora no puedo parar con Nathy Peluso, me hice fan”, dice.
La última pasada de la obra completa en el octavo piso del San Martín duró una hora y 20 minutos pero la meta es que sea un poco menos. “Cuando salgamos de planeta hippie, ensayar con el vestuario va a enrarecer todo más. Lo visual funda lenguaje, no lo olviden”, dice el director, visiblemente feliz con los resultados hasta el momento y las perspectivas futuras.
Después de dos meses en la sala de Mataderos, Julio Cesar by Muscari viajará a España donde abrirá la 68 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, ciudad del suroeste español, fundada en siglo I a.C. por los romanos y cuyo Teatro, patrimonio de la Humanidad, se inauguró en el año 15 a.C. En este marco histórico imponente, los argentinos se presentarán los días 1, 2 y 3 de julio, con entradas de entre 10 y 25 euros. La obra se ha montado varias veces en este festival, desde 1955 cuando la hicieron Francisco Rabal y Nuria Espert. ¿Qué dirá el público europeo acerca de esta puesta? No es un problema que le preocupe a este equipo derribador de mitos que se prepara con la energía bien alta para, igual que Julio César hace más dos mil años, veni, vidi, vici.
PARA AGENDAR
Julio César, de William Shakespeare, versión y dirección de José María Muscari. Sábado y domingos, a las 17, en Cine Teatro El Plata (Juan Bautista Alberdi 5765). Entrada: $ 1000. Desde el sábado 30 de abril.
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