Crítica de Cómo provocar un incendio: una comedia con guiños generacionales que coquetea con el absurdo
Escrita y protagonizada por Gonzalo Heredia, la obra tiene un tono ácido pero sin claroscuros
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Cómo provocar un incendio. Libro: Gonzalo Heredia. Intérpretes: Gonzalo Heredia, Eugenia Tobal, Laura Ezcurra y Nicolás García Hume. Luces: Eva Halac y Mariano Franco. Escenografía: Micaela Saiegh. Vestuario: Gabriella Gerdelics. Sonido y música: Gustavo García Mendy. Producción general: Javier Faroni. Dirección: Eva Halac. Sala: Multiteatro, Corrientes 1283. Funciones: de miércoles a viernes, a las 20.30; los sábados, a las 20 y 22, y los domingos, a las 20. Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: buena
La ceremonia del encuentro de dos parejas amigas con hijos, en la misma casa, con treinta años de diferencia. En el primer acto, situado en los 80, los protagonistas son los padres de quienes, en el segundo acto, época actual, son adultos. No serán los mismos, pero la hipótesis de Cómo provocar un incendio es que, a pesar de todo, la herencia tira.
Autor de dos novelas, Construcción de la mentira y El punto de no retorno (Alto Pogo, 2018 y 2021), esta es la primera obra teatral del actor Gonzalo Heredia -que nada tiene que ver con la novela Cómo provocar un incendio y por qué, del neoyorquino Jesse Ball- quien también actúa junto con Eugenia Tobal, Laura Azcurra y, el menos popular de los cuatro, Nicolás García Hume, actor, clown y estandapero nacido en Paraguay con varios trabajos en la televisión argentina (El tigre Verón, El reino y La 1-5/18, entre otras).
El espacio es un patio típico del realismo porteño, habitado por Julio, el dueño de casa, puro short y consignas (Heredia), intentando hacer el fuego para asar un lechón; Mabel, su mujer verborrágica atenta a los brindis y la picada (Ezcurra), y el matrimonio de visita formado por Oscar, un ”soñador” o un vago, según cómo se lo mire (García Hume), y Norma, exmodelo desencantada con su vida y alcohólica encubierta (Tobal). Los hijos juegan en el fondo; llegan sus ruidos pero nunca los vemos.
En la segunda parte, igual espacio pero con una habitación en la terraza y sin asado porque no hay quien lo haga: esta vez los anfitriones son Gastón (hijo de Oscar y Norma, interpretado por García Hume) y Eleonora (Azcurra), que se ha quedado en la casa de su infancia y al cuidado de su madre, Mabel, internada en un hospital y única sobreviviente de la generación anterior. De otro nivel social son las visitas: Santiago (hermano de Eleonora, por Heredia) y Berenice (Tobal), que no tendría relación sanguínea con el grupo. También hay chicos fuera de escena pero mucho más silenciosos que como eran sus progenitores.
En una comparación con el costumbrismo, muy libre y alejada pero reconocible, la primera parte podría asociarse con las comedias familieras de Polka (y un antecedente dominguero, La familia Benvenuto) y la segunda, en un contexto muy diferente, remite a Made in Lanús por el choque de parejas emparentadas y antitéticas. Pero no hay tonos oscuros en Cómo provocar un incendio sino que es una comedia, por momentos algo corrida al absurdo -en especial, en el primer acto y por parte de las dos actrices- y que nunca deja de lado el humor ácido. Si bien se quieren, no hay ternura entre esos personajes que se mueven en una escenografía opaca, sin coloridos, como si la decadencia rondara esa puerta aunque no se den por aludidos.
Es una obra de estructura tradicional, donde la información se vehiculiza fundamentalmente en los diálogos más que en las acciones. En un procedimiento no realista, la directora Eva Halac (que viene de dirigir Las manos sucias, de Jean Paul Sartre, en el San Martín) hace que los actores, en momentos muy breves, digan su texto a público como si fuera un secreto compartido. Nunca se cargan las tintas sino que cierta amigable tensión se mantiene sin explotar nunca del todo, ni siquiera al final.
En ese entramado, queda algo descolgado un “enigma“ de uno de los personajes cuyo revelación es obvia para los espectadores y corre el foco hacia un incidente que resulta algo artificial. El fuerte de la obra es el guiño generacional, apto para varios públicos, como fotografías en el mismo espacio en dos momentos distantes que convocan al juego de las semejanzas y diferencias. Y sin tomar partido por ninguna porque tanto el autor y la directora asumen que las ironías del tiempo nos acercan irremediablemente a nuestros padres.
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