Cristian Aldana: ¿una condena histórica que reivindica al "sistema"?
En definitiva: lo que dejó la semana
Humberto Cristian Aldana, cantante de la banda de rock El Otro Yo, condenado el viernes pasado a 22 años de cárcel por abuso y corrupción de menores, vuelve a recordarnos que la extendida distopía del rock teenager donde todo lo "adulto" es el mal represivo resulta una estafa peligrosa. Lo que ocurrió con Aldana, que hoy tiene 47 años, es inédito a nivel mundial, algo histórico y sin precedente en la música de Occidente. El Otro Yo fue una banda de popularidad media que cultivó una especie de hardcore naif a pesar de que sus integrantes ya eran personas bastante mayores de edad (la bajista era la hermana del cantante). Tenía un discurso en el cual abjuraba del "sistema" por representar el odio, el control, lo aburrido y la falta de libertad, o sea, más de lo mismo, aunque escondía algo perverso y manipulador. El público de El Otro Yo, integrado por una mayoría de niños y adolescentes, admiraba a su ídolo Cristian porque aparecía como un guía, un referente que los ayudaba a transitar el desierto de la adolescencia atormentada. Pero no todo era tan cándido. Ocupó un lugar de poder adornado de símbolos de estrella de rock, discursos al oído y estética, sobre todo, mucha estética y moralina aniñada que a muchos les parecía sana y entrañable. Una especie de Willy Wonka de pelo largo y una fábrica de palabras "honestas" y convincentes. En sus fueros internos, no obstante, siempre fue ambicioso: militó en el kirchnerismo y durante años estuvo al frente de la Unión de Músicos Independientes (UMI), de la que se fue con un presunto escándalo. En 2013 lo pusieron en el decimotercer lugar en la lista del por entonces partido Frente para la Victoria para legisladores en la ciudad de Buenos Aires. Lo curioso es que una de las denuncias por abuso contra Aldana data de 2010, antes de que se confeccionaran aquellas listas sábana encabezadas por Daniel Filmus -que hizo una pésima elección, cabe añadir-. O sea: en el interior de ese envase de hombre juvenil, mochilita negra y ropa un poco estragada, había un ego enorme, una personalidad depredadora y que la Justicia, ahora, definió como delictiva. En el ambiente del rock era conocido por su posición tajante en contra del uso de drogas y no ahorraba críticas hacia sus colegas músicos que eran un poco más laxos en ese aspecto. Es decir que ni siquiera podría adjudicársele a Aldana un estado alterado para justificar de manera ridícula sus transgresiones. Ni eso. Al contrario, siempre fue muy consciente de todo lo que hizo: desde la manipulación y vejación de sus víctimas niñas, según determinó la Justicia, hasta la construcción de un relato contra las estructuras de poder que le servía para su posicionamiento dentro del "sistema". De hecho, hasta el último momento del proceso judicial se mostró como la víctima de una confabulación de adultos con poder que buscaban condenarlo a toda costa.
¿Y qué pasó al final con el entretejido malévolo que Aldana denostaba desde su discursos y canciones? Bueno, al final el "sistema" tuvo que encargarse de buscar y castigar con contundencia al culpable de arrancar antes de tiempo a siete niñas de su mundo infantil. Quizás el caso sirva para que la temible implacabilidad del mundo adulto que el músico denunciaba como el terror empiece a aplicarse, sin interferencias ni infamias, a estos delitos aberrantes. Es la tarea central que la verdadera inocencia, la de las víctimas reales, reclama sin impunidad.
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