Cris Miró, o el retrato de una "Cenicienta trans"
El libro Hembra abre distintas perspectivas sobre la artista y su tiempo
Para un millennial el nombre de Cris Miró puede que no le signifique nada. Para los de otras generaciones dispara varias imágenes. Cris Miró nació como Gerardo Elías. De niño, a un osito de peluche lo maquillaba y vestía como una osita, con "a" de mujer. A los 29 años se convirtió en la primera vedette trans de una revista. El espectáculo pasó un tanto inadvertido; ella, no. Luego hizo una comedia que se presentaba en el Tabarís. Quien alguna vez la reemplazó fue Florencia de la V. Para ese momento, Cris ya estaba enferma. A los 33 años, y a 8 de la muerte de Batato Barea, falleció. Como el clown travesti literario, desde hacía un tiempo le tocaba lidiar con VIH.
La editorial Milena Caserola acaba de editar Hembra, vivir y morir en un país de machos, una exhaustiva y completa investigación a cargo de Carlos Sanzol en la que reconstruye sus pasos en el contexto de un país que, en plena época del menemismo, "trataba de buscar su identidad en un espejo que distorsionaba".
En su personal proceso de construcción de una identidad, una tarde de 1994 Cris Miró se parió a sí misma. A la hora señalada se presentó en el escenario del Maipo, la Catedral de la Revista, para un casting cerrado y con el claro deseo de ser parte del espectáculo que producía Lino Patalano. Llegó vestida de Gerardo, con joggin gris y remera. En el momento esperado, ya en el escenario y a la vista de los "entendidos", hizo el mismo cuadro que había hecho otras tantas veces en las trasnoches de varios boliches. "A medida que Madonna entonaba la canción, Cris iba develando lo que la bata escondía. Un hombro, al descubierto. Después, el otro. Luego, un poco más. Finalmente, todo el cuerpo al desnudo salvo un triángulo de tela negra que tapaba lo que la biología había dictado. Con sus manos, se cubría los pechos planos que aún no tenían forma de mujer. Tres golpes secos al final del tema, el turbante caía y aparecía la melena negra, ondulada, húmeda sobre los hombros", describe Sanzol.
Patalano la contrató inmediatamente. A los meses se estrenó Viva la revista en el Maipo. "De no ser nadie pasó sin transición a las luminarias. Era una Cenicienta trans que empezaba a vivir un cuento de hadas heterosexual", se lee en Hembra. La fama tocó a su puerta. También llegaron los medios. Mirtha Legrand la llevó a su programa. Se produjo el siguiente diálogo:
-¿Cuál es tu verdadero nombre? ¿Querés decirlo?
-Mi verdadero nombre es el que siento y el que quiero: que es Cris Miró.
-Por la calle, ¿vas vestida así, tal cual?
-Sí, no vine en helicóptero.
"Cris encarnaba a la perfección el mandato patriarcal, esa obligación de parecer bajada de Venus, producida como en Hollywood", señaló la activista trans Lohana Berkins. Hasta último momento ella defendió el imaginario de querer ser una especie de Rita Hayworth. En la cama de la Clínica Santa Isabel le dijo a su representante: "No quiero tomar la medicina porque no quiero desmejorarme. Yo quiero estar bella. Morir como viví".
El cuento de la Cenicienta trans con una sonrisa como si no pasara nada tuvo un final poco glamoroso. A su velatorio no fueron los famosos que antes la rodeaban. Cuando su amiga Natalia la vio en el féretro tuvo el último gesto reivindicatorio: le puso un poco de sombra, otro tanto de rímel, rouge rojo y mucho rubor en un intento, quizá, de hacerle recuperar su sonrisa.
Desde la perspectiva del espectáculo, Cris Miró deja algunas fotos impactantes por su belleza, por su manera de habitar la escena. Desde la perspectiva de las minorías sexuales, óptica que el libro vincula todo el tiempo, esas mismas fotos, su seguridad frente a las cámaras en los programas más discriminatorios y su forma de defender lo diferente con esa eterna sonrisa permiten una lectura muy rica de ella misma y de su tiempo. A Cris Miró la gustaba la escena de la película Gilda, en la que el personaje de Rita Hayworth recibe una cachetada. Para el ambiente machista e intolerante frente a la diversidad de género, su aparición fue una cachetada bien puesta.
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