Cosquín Rock día 1: urbano y suburbano
Cerca de las 18:30, Flu Os -el dúo de trap de Ángelo y Benicio Mutti Spinetta- le regalaba a la módica multitud que los veía "un inédito", que aclararon no saben si lo van a grabar o no. Al mismo tiempo, multitudes ya no tan módicas se apuraban para hacer la (larga, eterna) travesía desde el Escenario Sur al Norte porque Las Pastillas del Abuelo ya habían empezado su set con la reciente "Más lejos" y nadie quería perderse el clásico "¿Me juego el corazón?". Ese choque efímero de estilos (por un lado, la música urbana digital, autotuneada, a años luz del blues; por otro, la ortodoxia de guitarra, melodía y sensibilidad de esquina) sirve como botón de muestra de la primera jornada del Cosquín Rock, un festival que eligió su vigésima edición para intentar una renovación que, como toda acción, tiene su reacción.
Pese a lo que puedan decir los conservadores, Cosquín 2020 se hizo rico en el contraste. Al Norte, Divididos (presente en el festival por primera vez en 15 años) se embanderaba con el rock de guitarra, bajo y batería con un tándem inicial de "Cajita musical", "Haciendo cosas raras", "Tanto anteojo", "El 38" y otras que parecía diseñado para que nadie dudara de cuán rápido, fuerte y virtuoso podían tocar. Y así como salían a atropellar, también dejaban en claro que podían apostar por el groove ("Salir a comprar", con un Diego Arnedo inspiradísimo) o por el romanticismo no cursi ("Spaghetti del rock") sin dejar de ser la aplanadora que conocemos.
En el Sur, Mon Laferte se iba al polo opuesto y descreía del rockismo rescatando la balada romántica "comercial" de los 70 con "Tormento" y los ritmos típicos del continente con "Ronroneo", sin ningún tipo de ironía pero, sí, toneladas de carisma.
Por acá, Skay Beilinson agitaba el purismo ricotero con himnos como "El pibe de los astilleros" y "Ji ji ji" y estrenos como "El sueño de la calle Nueva York" (un jazz de callejón que vuelve y vuelve sobre sí mismo en la melodía, corte de difusión del flamante disco En el corazón del laberinto). La gran novedad fue la incorporación como segundo guitarrista de Joaquín Rosson, habitual coproductor.
Por allá, Ca7riel y Paco Amoroso se desmarcaban de cualquier dogma rockero deformando el r&b hasta dejarlo casi irreconocible con el hit "Ouke", jugaban con un AOR cercano al de George Michael en "Cono hielo" y se ponían experimentales y pop a la vez en "Jala jala".
En el escenario principal, Guasones volvía sobre su fórmula estricta de canción de rock con power chords fácilmente tarareable. Mientras, en el secundario, Louta renegaba de las formas y ofrecía su versión bastarda del hip hop, el trap y demás etiquetas.
Y en medio de ese ping pong, un espacio que -sin pretenderlo- supo sintetizar el juego de contrastes que caracterizó a la velada: la "suplencia" (no homenaje, según León Gieco) a Charly García a cargo de su banda The Prostitution, con Rosario Ortega y el Zorrito Fabián Quintiero y un nutrido grupo de amigos y fans caracterizados. La vieja guardia de Hilda Lizarazu, Nito Mestre y León supo convivir con la generación intermedia de Los Decadentes o Fernando Ruiz Díaz de Vanthra y con los "recién llegados" Louta, Nathy Peluso y Goyo e Iñaki de Bandalos Chinos en un set el que cada hit de García era recreado (con suerte diversa, y en más de un caso una evidente falta de ensayo) por un cantante distinto. El final, con todos los convocados haciendo juntos "Inconsciente colectivo", fue un cierre emotivo para una iniciativa pensada -vale decirlo- más para que el grupo pudiera cobrar el show que por motivos artísticos, pero que de todos modos dejó una saludable sensación de informalidad, comunión y traspaso de antorcha.
Más de 50 mil personas se congregaron en el Aeródromo de Santa María de Punilla para vivir este ida y vuelta de propuestas (y a El Mató a un Policía Motorizado, y a Los Decadentes que empezaron ¡a las 2:30 de la madrugada! y a una larga lista de bandas que tocaron desde muy temprano en la tarde). Por ahora, a dos décadas de la inauguración, las convocatorias más grandes siguen del lado de los artistas de raigambre rockera, pero el sector del público que disfruta de la vertiente no tan "tradicional" para el festival crece, se sostiene, presiona y convive en paz. Son los beneficios de la abundancia: cuando las opciones se multiplican y hay libertad para elegir, siempre se empareja para arriba.
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