Contagiar la emoción de la sala
El año pasado, cuando terminábamos de armar 50 películas que conquistaron el mundo, tuve una conversación informal con mi editora de Paidós Vanesa Hernández que fue escuchada por el editor Mariano Valerio. Dije "El libro que hay que hacer es 50 películas para ser feliz". Mariano se volteó y dijo "¿cuándo lo tenés?". No había ni contrato. Estuvo en mayo y ahora, en las librerías. La anécdota tiene una moraleja: queremos ser felices y lo que sea que nos prometa felicidad es algo que nos entusiasma conocer.
50 películas para ser feliz trata de contar dos cosas: la primera, una pequeña hipótesis sobre la felicidad. Para mí, no se puede "ser" feliz, no es una condición constante. La mayor parte del tiempo no somos ni felices ni infelices. En algunos momentos somos una cosa o la otra. La felicidad simplemente sucede, es instantánea y el arte -y el cine en particular- es una buena manera de recuperar esos instantes. Dado que las películas siempre son iguales, llevan el germen de la felicidad que alguna vez nos causaron, nos devuelven el tiempo perdido y nos proveen de una emoción que no existe en el mundo fuera de la sala. La segunda es narrar cómo funciona una película y cómo ese funcionamiento nos lleva a la felicidad (que es, para mí, satisfacción más alegría). Ese debería ser, de paso, un deber de los críticos de cine: otorgar un por qué a la visión de una película, sea ésta feliz o no.
Así que el libro es primero, la reivindicación del final feliz (un arte dificilísimo, por eso es que esta vez no hay melodramas en la lista, aunque llorar en el cine nos pueda dar felicidad); luego, una guía, un mapa para que la felicidad de estas películas (ecléctica elección personal: de Besos robados a Ratatouille; de Amarcord a Guardianes de la galaxia; de La vendedora de fantasías a El ciudadano; de Calles de fuego a El hombre sin pasado) se contagie al lector -y le provoque ganas de conocer esos títulos-, y, por último, un intento de conversación amable, porque la charla también es algo feliz.
Las buenas películas y la lectura son de esas cosas que le dan sabor a la vida, por las cuales uno soporta la cola de la AFIP, los precios de la verdulería o viajar asardinado en el subte a horas pico. Escribí este libro para intentar juntar esas dos cosas -la lectura y el cine-, y para que cada lector arme su propio arsenal de imágenes felices que combatan la abulia, la chatura, lo gris de cada día. Y para compartir las mías, porque nada nos hace más felices que compartir la alegría con los demás.
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