Con nombre y apellido
Almuerzo fuera de cámara, el miércoles, en el restaurante Katrine, que sigue estando donde siempre, en Puerto Madero. Pasadas las 2, con tapado negro de interior aleopardado, Mirtha Legrand llegó con su hija, Marcela Tinayre (boina a la francesa), y su nieto, Ignacio Viale. En equidistante toma de posiciones (nieto al medio, señoras enfrentadas), hubo dos circuitos de comunicación: la diva charló con Viale y Tinayre casi no dejó de hacerlo por su celular. Así hasta que apareció su marido, Marcos Gastaldi, con algunos amigos. Ya estaba el recién llegado sentándose a dos sillas de distancia de su mujer cuando ésta le sugirió que lo hiciese en la de al lado. Pese a la incomodidad para acceder hasta ella, Gastaldi lo hizo. Y la charla fue entonces de todos con todos.
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El Museo Metropolitano ya no es lo que era. Ahora es Centro Metro, modernizado por su nuevo director, Ignacio Smith. Para demostrar que está en la vanguardia, instalaciones y fotografía intervenida copan las salas en la muestra Ocultar para ver. Y como es mejor que la concurrencia esté a tono, durante la inauguración por ahí andaban jóvenes de estética llamativa (como flores enormes de plástico en la cabeza) y personajes como Gustavo Cerati, declarado seguidor de la artista Jill Mulleady. Mientras Juliana Irritar sembraba luces y espejos en el jardín añoso del fondo, el cineasta digital Juan Antín deambulaba con un telescopio. En el vértigo de la noche, un desprevenido intentó franquear un ingreso clausurado... y tiró las puertas centenarias recién restauradas por Luciana Lamothe. Ruido estruendoso y lamentos. Los vidrios se hicieron añicos, pero siguió la fiesta.
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Todavía sigue esparciéndose un comentario sorprendido (y sorprendente) sobre la visita de Mauricio Macri a la galería de Daniel Mamann. En la inauguración de la muestra de Miguel Caride, el presidente de Boca se acercó no muy discretamente a un agente de prensa, para confesarle su ignorancia con respecto a la obra y el artista. Entonces, le explicaron cada detalle, y muchos de los que presenciaron la escena sonrieron, benévolos, tal vez por el llamado efecto-burbuja, habitual en los vernissages porteños.