Rojo: complicidades y miserias en un film notable
Rojo (Argentina-Brasil-Francia-Holanda-Alemania / 2018) / Dirección y guion: Benjamín Naishtat. Fotografía: Pedro Sotero. Edición: Andrés Quaranta. Elenco: Darío Grandinetti, Andrea Frigerio, Diego Cremonesi, Alfredo Castro, Laura Grandinetti, Susana Pampín. Duración: 110 minutos. Calificación: Apta para mayores de 13 años con reservas. Nuestra opinión: muy buena
¿Cómo era la Argentina que engendró el golpe militar del 76? ¿Se pueden encontrar en los intersticios de su cuerpo social pistas que anticiparan lo que venía? De eso se ocupa Rojo, la notable película de Benjamín Naishtat (Historia del miedo, El movimiento) premiada en el Festival de San Sebastián.
El film comienza con dos escenas ejemplares. Primero, un chalet invadido por desconocidos que aprovechan la "oportunidad": podría presumirse que el desalojo de sus dueños fue forzado y que quedó un botín del que no es difícil apropiarse. De inmediato, una discusión insólita por una mesa en un restaurante del pueblo donde transcurre la historia tiene un desenlace trágico.
En esos dos hechos, narrados con gran solvencia, está cifrado el espíritu del film, su discurso sobre las complicidades y las miserias que abonaron el comienzo de uno de los períodos más oscuros de la historia argentina.
La potencia de la película no se limita a esa capacidad para capturar un clima de época. También cuenta con muy sólidas actuaciones: Darío Grandinetti se luce con uno de los mejores trabajos de su carrera, le imprime ambigüedad y misterio a su abrumado personaje, Andrea Frigerio se complementa a la perfección en el juego de omisiones deliberadas y ambiciones inconfesables que implica el matrimonio de su personaje con el de Grandinetti; a Diego Cremonesi le bastan unos minutos para desarrollar una composición formidable, recargada de furia, angustia y dramatismo, y el chileno Alfredo Castro resuelve con oficio el papel de detective opaco y torturado que aparece en un tramo definitorio del relato.
Los aportes del brasileño Pedro Sotero en la fotografía y Julieta Dolinsky en la dirección de arte son fundamentales para reproducir con rigor histórico y vuelo poético el viaje en el tiempo que propone Rojo. Naishtat declaró que se inspiró en el estilo visual de películas norteamericanas de los 70 como La conversación, de Francis Ford Coppola, pero la utilización del zoom y el tono siniestro condimentado con pasajes de fina ironía al que echa mano también remiten al cine de Fassbinder.
En Rojo hay momentos muy sugestivos: uno protagonizado por un grupo de adolescentes que funciona como referencia inequívoca de los escuadrones parapoliciales de la dictadura; el otro es de una belleza arrolladora (el eclipse, algunos planos en el desierto), de esos que transmiten todo el poder del cine.
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