Roger Daltrey y Pete Townshend se conocen desde hace 60 años. Se aman. "Yo antes decía que lo amaba, pero con los dedos cruzados", dice Townshend acerca de Daltrey. Townshend, con joroba, desgarbado, su rostro angular transformado en un fondo para su enorme nariz, está sentado en una suite del Ritz-Carlton de Dallas con ropa gris, un día de muchísimo calor. "Ahora también me cae bien. Me gustan sus excentricidades, sus manías, su obsesión consigo mismo, toda su cosa de cantante. Me gusta todo sobre él". Daltrey se siente igual. Está sentado en una silla cómoda, más tarde el mismo día. "Siempre supe que Pete me quiere", dice cruzando las piernas con unos shorts de camuflaje azul. Está un poco impaciente porque mi tiempo con Townshend se extendió. "Espero que se dé cuenta de que yo también lo quiero. Creo que mis acciones a lo largo de nuestra carrera lo demostraron".
Roger Daltrey y Pete Townshend se conocen hace 60 años. Se toleran.
Daltrey y Townshend tienen un disco nuevo, llamado simplemente Who. Es apenas el segundo disco de la banda en 37 años. Gracias a la magia de la tecnología moderna, Daltrey y Townshend lo grabaron este año en Londres y Los Ángeles sin siquiera cruzarse en la misma sala. Aunque Townshend dice que una vez estuvieron en el mismo edificio. Daltrey no está tan seguro. Townshend compuso y grabó demos y se los mandó al cantante. Durante la grabación, se comunicaban a través de sus productores personales, ambos llamados David, lo cual debe haber sido confuso.
Por separado, Daltrey y Townshend expresan entusiasmo por los temas nuevos. Daltrey me dijo que es el mejor trabajo de The Who desde Quadrophenia. Están otra vez de gira, tocando con una orquesta de 48 músicos. Lo que escuché repetirse en boca de muchos asistentes a la gira fue: "Wow, el show fue mejor de lo que se suponía".
Se podría decir lo mismo del disco. Las voces hastiadas de Daltrey, en particular en la segunda mitad, son maravillosas, y la capacidad de Townshend de componer melodías pegadizas sigue intacta. Es suficiente para que te lamentes por toda la música que no hicieron juntos durante los últimos 30 años.
Pero hay una razón para esas largas pausas. Entre ellos son, cuanto menos, distantes. Townshend, 74 años, está comprometido con la música moderna, y todavía puede ganarle una discusión a cualquiera, sea acerca del cambio climático como de la corta vida útil de los ídolos adolescentes. ¿Daltrey? A los 75 años, se complace con publicar discos solistas de bajo perfil y vivir desconectado en su casa rural.
En un show en Los Ángeles, Daltrey conversaba con un sonidista sobre las voces, mientras Townshend bromeaba con el bajista Jon Button. Cada vez que alguno de ellos alcanza el campo magnético del otro, se produce un rebote y se alejan. Jamás cruzan la mirada. Me hizo acordar a cuando yo trabajaba con una ex novia, e intentábamos aparatosamente evitarnos en las fiestas en la oficina.
"Las cosas no cambian mucho cuando se encienden las luces. Si ves a Roger en el escenario, él tiene muchas fases visuales", dice Townshend. "A veces, no puede parar de mirar. Es por irritación". Arquea las cejas. "Lo irrita que yo esté ahí".
Daltrey tampoco está satisfecho. Quiere cambiar la lista de temas, quizás agregar canciones menos conocidas, pero dice que es imposible. Desde 1964, Townshend es el principal compositor, y su predominancia creativa tiende a opacar las contribuciones de Daltrey. Puede que Townshend haya sido editor de la prestigiosa editorial londinense Faber & Faber, pero Daltrey fue, a la vez, editor de Townshend. Bueno, todo esto según Daltrey.
En el nuevo disco, Daltrey le bajó el tono a lo que le parecía una retórica política irresponsable, borró un rap, y cambió unos pronombres. Le pregunto si debería haber recibido más reconocimiento por sus composiciones en la historia de medio siglo de la banda. "Compuse todas las improvisaciones", dice Daltrey con una sonrisa. "Debería recibir más crédito, pero no me puedo ocupar de hacer un escándalo por eso ahora. Es una boludez". Daltrey se va apagando. "Si él necesita la plata...".
Daltrey y Townshend se criaron en la misma zona del West London, pero Daltrey dice que él era un verdadero marginal, mientras que Townshend era un farsante. "Bueno, yo soy de Shepherd’s Bush, y él es de clase media, de Ealing", dice Daltrey (sus casas estaban a 300 metros). Seguro, ¿pero qué pasa con la canción solista de Townshend, "White City Fighting", en la que habla de todas las peleas en las que estuvo cuando era chico? Daltrey sonríe: "Bueno, a él le gusta pensar que fue así".
Y así sigue.
"Terminamos viviendo vidas paralelas", dice Townshend. Es cierto. Hoy, Roger Daltrey, por razones desconocidas, se fue del Ritz-Carlton y se instaló en otro lugar de cinco estrellas a 100 metros. Ahora, ambos hombres están separados por un semáforo y un Shake Shack.
***
Estuve en Londres, Dallas y el Hollywood Bowl para ver a The Who y hablar con ellos. El recorrido me dio mucho tiempo para pensar en Townshend y Daltrey. Un concepto clave que me volvía a la mente en los aviones en clase Economy Plus era: no les importa nada. No quiere decir que les chupe un huevo. Siguen compartiendo una devoción por su música y un cuidado que muchos otros veteranos del rock devenidos estrellas de Las Vegas abandonaron hace tiempo.
Pero hay que ser realista: si considerás su gira y su nuevo disco como un "Daltrey & Townshend Tocan los Hits & Algunos Temas Nuevos", sus recitales pueden ser considerados como un corte de mangas a las modas musicales. Si pensás que es una continuación de aquel The Who que conoció tu yo adolescente o el de tu padre, te vas a desilusionar.
Keith Moon, el baterista original del grupo, falleció en 1978, y en los años siguientes The Who fue menos un emprendimiento creativo que un emprendimiento comercial, lo cual solo se acentuó tras la muerte del bajista John Entwistle, en un hotel de Las Vegas en 2002. Desde entonces, hubo más giras de despedida que discos nuevos.
Townshend lo dice mejor: "Ya no somos una banda. Hay mucha gente a la que no le gusta cuando lo digo, pero no somos una maldita banda. Incluso cuando lo éramos, yo solía pensar: ‘¡Qué maldita pérdida de tiempo! Van 26 tomas porque Keith Moon se bajó demasiado brandy’". No hay que ponerse sentimentales. Y Dios sabe que Townshend no se pone sentimental.
Bueno, a veces sí. Con los años, Townshend ha llorado la partida de Moon, y tras la muerte de Entwistle dijo: "Sin él, yo no estaría acá. Cuando miraba al costado, y él no estaba ahí, me quería morir".
Hoy se siente menos caritativo. Los shows actuales de The Who tienen dos pantallas de video repletas de imágenes viejas de un Moon absolutamente desquiciado y un Entwistle perplejo y solitario. Le pregunto a Townshend si a veces se pone nostálgico mirando las fotos de sus compañeros caídos. Resopla como un caballo viejo.
"Esto no les va a gustar a los fans de The Who, pero gracias a Dios ya no están".
¿Por qué?
"Porque era muy difícil tocar con ellos. Nunca lograron crear bandas por sí mismos. Creo que mi disciplina musical, mi eficiencia como guitarrista rítmico, es lo que mantuvo unida a la banda".
Townshend se ocupó primero del bajista. "El sonido del bajo de John era como el de un órgano de Messiaen", dice, sacudiendo sus miembros angulares. "Cada nota hacía sonar todos los armónicos. Cuando falleció e hicimos los primeros shows sin él, con Pino [Palladino] al bajo, ya no resonaba todo eso... Y dije: ‘Wow, ahora sí tengo un trabajo’".
No termina ahí. Moon es un blanco fácil; una vez se desmayó durante un recital en San Francisco en 1970, obligando a la banda a reclutar un baterista en el público. "Con Keith, mi trabajo era mantener el tempo, porque él no lo hacía", dice Townshend. "Así que cuando se murió, pensé: ‘Oh, ya no tengo que encargarme del tempo’".
La palabra "feliz" no se aplica a alguien tan complejo como Townshend. Pero parece haber algo de satisfacción en su relación de 20 años con la compositora Rachel Fuller. Aún así, él es frágil y la muerte de su técnico en guitarras de 40 años, Alan Rogan, en julio, lo dejó en una situación delicada. Describe a Rogan como "mi técnico en guitarras, mi amigo, mi salvador, una gran persona".
"Yo era un puto caos", dice Townshend. "En general, no me afecta la muerte. Mi madre, mi padre, Keith Moon. Quizás porque estuvo en el hospital, peleándola tanto, cuando Alan se murió pensé: ‘Mierda’".
Por momentos es desafiante y por momentos insolente. Le pregunto si dejó instrucciones acerca de cómo manejar su voluminoso archivo y sus proyectos incompletos tras su muerte. Se inclina hacia mí y bromea: "Los voy a terminar".
Townshend es un hombre que ha sufrido y que transformó ese sufrimiento en gran arte. La mamá lo dejó viviendo con una abuela con una salud mental deteriorada durante dos años. Cuando era un niño y después, de nuevo, a los 11 años, fue abusado sexualmente. Setenta años más tarde, todavía le duelen las heridas. Su despertar fue progresivo. Durante una ruidosa intro para la versión de "A Quick One, While He’s Away", para Live at Leeds de 1970, una canción sobre una niña abusada por un conductor de trenes, Townshend dijo: "John Entwistle hace del conductor, y yo hago de la Girl Guide". No era una broma. Años después, Townshend admitió que le habían pasado cosas similares cuando estaba bajo el cuidado de su abuela. "No estoy enojado", dice. "Pero no lo puedo procesar. Hice tres años de terapia, y un montón de trabajo terapéutico desde entonces". Ayudó, pero no lo suficiente.
Procesó ese dolor a través de canciones avasallantes sobre personajes inadaptados; por ejemplo el personaje que da título a Tommy y el mod Jimmy en Quadrophenia. Aún así, la capacidad de Townshend para transformar el terror en magia no logra que su realidad cambie. Me cuenta acerca de un amigo al que, cuando era niño, lo secuestraron y abusaron de él. Un par de años atrás, The Who estaba haciendo un show de Tommy para recaudar fondos, en el Royal Albert Hall, de Londres. Cuando llegó el momento de cantar "The Acid Queen", de Tommy, narrada desde la perspectiva de una abusadora, se quebró. "Arruiné el show" recuerda Townshend. "Está en la tele, podés verlo. Parece como si estuviera sufriendo".
Desde entonces, casi no cantó "Acid Queen". Las heridas hicieron que Townshend sea una mezcla volátil de empatía y cinismo. "Won’t Get Fooled Again" es un himno contra el idealismo que aún lo anima. Cuando hablamos, Greta Thunberg estaba haciendo su gira, y él parecía inquieto: "Me preocupa la pequeña Greta: no quiero subestimarla, porque ella es genial, pero se va a enojar pronto".
Townshend relaciona el trabajo de la militante con su propio compromiso con el movimiento Ban the Bomb de los años 60, y cómo pasó la crisis de misiles con Cuba y Londres siguió estando ahí. Townshend se pregunta cuál era la idea. "Ella dice: ‘Me robaron la infancia’. De hecho, ella se está robando la infancia a sí misma. Ese es el tema, no robarnos la infancia a nosotros mismos preocupándonos por cosas que no podemos controlar".
En los 25 años que lleva sobrio, el zumbido interminable del cerebro de Townshend solo se volvió más intenso. "Lo que sé es que cuando tomaba, no voy a decir que era feliz, pero ciertamente no me preocupaba la oscuridad que tenía dentro", dice.
Ahora es plenamente consciente de las cosas que lo hacían acudir a la botella. Podían ser incidentes de abuso. Podían ser roces de su adolescencia. "Cuando vivís absolutamente sobrio, no hay escape", dice Townshend.
Hoy, Townshend busca vías de escape sin alcohol. "Puede ser comprar cosas. Puede ser pasar tiempo con mi esposa. Trabajamos juntos y nos divertimos mucho". Townshend hace una pausa, y parece preocuparle que sus "escapes" parezcan banales. Menciona que un escape puede ser cuando una mujer hermosa le dice que le gustó un show.
"Esos son momentos en los que te sentís joven otra vez", dice. "Esa fantasía". Se pone más animado, y se le encienden los ojos azules. "O también puede ser divertirme con la oscuridad, como pensar: ‘Dios, sería tan divertido si me matara hoy. Tenemos que tocar en Wembley mañana. Dios, eso sería genial’".
Hace otra pausa, como sorprendido de haber dicho eso en voz alta. Después se pregunta: "A veces me encuentro diciendo cosas y pienso: ‘¿De verdad siento eso o es mi boca haciéndome una broma?’".
***
Roger Daltrey no se regodea en la oscuridad. Bueno, excepto si le sacás el tema del Brexit. Entonces, se lanza a discutir sobre cómo los pandilleros de Europa están arruinando la vieja y hermosa Inglaterra y cómo los alemanes han blindado al euro.
Daltrey insiste en que todos estos años fue incomprendido. De algún modo, esto es su culpa por haber proyectado la imagen de un pendenciero del West London que alguna vez, en los 70, volteó a Townshend con una sola piña (Townshend empezó, aclara). "Parezco un tipo difícil", dice Daltrey, casi susurrando. "Pero se equivocan. No lo soy. Soy un tipo suave. Soy la persona más suave del mundo".
Daltrey fue el único miembro de The Who que no se hizo adicto a las drogas y eso hizo que fuera como el adulto de la banda, armando las listas de temas y ocupándose de llegar a tiempo a los lugares. Le pregunto si alguna vez se cansó de ser la niñera de tres chicos malos. "¡Lo sigo siendo!", dice. "Siempre fue ‘Pete hace el disco, pero no esperes que arme la gira’, ¿no? Eso fue siempre cosa mía. Y siempre funcionó muy bien. Así que estoy contento de hacerme cargo. Soy bueno en eso".
Daltrey también tiene otra cosa que no atrajo tanto a los otros miembros de The Who: una vida doméstica. Townshend nunca sentó cabeza hasta los 60 años. Daltrey lleva 50 años con su esposa, Heather, ofreciendo fidelidad, al menos mientras el grupo no estaba de gira. Funcionó para ellos, y extendió su progenie. Tiene tres hijos con Heather; uno de su primera esposa, Jackie; y cuatro extramatrimoniales, tres de los cuales tuvo en los sesenta pero no se enteró de ellos hasta su mediana edad. Hace casi 50 años, compraron Holmhurst Manor, una mansión de 400 años en East Sussex. Daltrey trabajó mucho en esa casa, y eso lo mantiene saludable.
"Me salvó", dice Daltrey. Si bien disfrutó del estilo de vida del rock durante un tiempo, se sentía listo para abandonarlo antes de cumplir los 30. "Cuando era joven, era parte de un movimiento. Estaba muy bien, pero no veía la hora de irme".
Daltrey se entusiasmó con el cine. Fue protagonista de Tommy y otras películas menos memorables. Pero descubrió que era apenas otra pesadilla. "Me sentía como un pingüino ahogándose. No me gustaba que me adularan. No me gustaba que me arrastraran de un lado a otro. Ya había sido así toda la vida".
Intenta ser un ejemplo para los más jóvenes. Hace unos años, hizo un recital a beneficio con Pete Doherty, de los Babyshambles, un compositor travieso de la tradición de Townshend, durante muchos años adicto a la heroína. Daltrey trató de transmitirle un par de historias de amigos muertos y de vidas arruinadas por las drogas duras. Doherty no fue muy receptivo.
"Es como hablar con una pared", dice Daltrey con desdén. Pero parece que Doherty después lo pensó más... y así es que sigue entre nosotros. "Fueron unas pequeñas palabras, en las que quizás pensó después. Es como una puerta que se abre".
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Mientras Daltrey está feliz en su vida anónima, Townshend sigue hurgando en el pasado. Y no solo en verso. Acaba de publicar una novela operística, The Age of Anxiety, tras años de demoras. Como otro proyecto, Lifehouse, jamás completado por Townshend, se supone que el libro es parte de una obra multimedia mayor.
En la novela, hay un personaje llamado Louis. Es un marchand de arte que tiene la misma edad que Townshend. Se lo acusa de un horrendo crimen sexual sobre una adolescente drogada que él quizás haya cometido. Es un eco evidente de un momento especialmente doloroso. En 2003, Townshend fue arrestado por pagar para acceder a un sitio de pornografía infantil. Siempre dijo que estaba recabando evidencia para perseguir a los traficantes de sexo infantil y a los bancos que procesaban sus transacciones. Daltrey salió en su defensa y finalmente Townshend no fue acusado de ningún crimen. En lugar de dejar el tema atrás, Townshend publicó una novela en la que estimula a los lectores a sacar sus propias conclusiones.
"Para mí, hacía que se sintiera más real", dice Townshend con voz tranquila. Luego regresa a su modalidad orgullosa: "Pero lo interesante es que anticipé el movimiento MeToo. Louis no está totalmente basado en mí, pero quizás tiene algo de mí".
La novela también incluye una estrella de rock que le vende su catálogo a una compañía de camiones, lo que le permite jubilarse y rearmar su vida. Esa es fácil: Townshend recibió muchas críticas por venderle canciones de The Who a CSI, fabricantes de camiones y otras compañías. Mientras hablamos, hay un partido de béisbol en la televisión, y entre los innings, el sintetizador que abre "Baba O’Riley" aparece en comerciales de T-Mobile. Él señala que a su grupo le robaron durante los primeros 20 años de su carrera, y que entonces debía recuperar el tiempo perdido. Hoy, no podría importarle menos. "Nunca me importó una mierda", dice Townshend. "Siempre dije que el compositor es el rey. Es mi música, no la tuya". No le importa si a algunos músicos les parece que se vendió. "Sabía que al final todos harían lo mismo", dice. "La otra diferencia entre yo y los sabelotodos de la escena de arte de Nueva York como Lou Reed e Iggy Pop es que me anticipé a la maldita Internet. Sabía que la música se iba a la mierda, y ellos no".
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El último trabajo de Daltrey y Townshend cuenta con esa típica combinación de repugnancia y esperanza. Hubo una época en la que Townshend se preguntaba si el disco finalmente se haría; tras enviarle los demos, pasaron meses hasta que Daltrey le transmitió sus ideas. Daltrey dice que hubo buenas razones para ese silencio: "Estas canciones están buenísimas, ¿pero qué podía decirle? Para mí era como un gran disco solista de Pete Townshend. ¿Qué puedo hacer yo para mejorarlas?".
Townshend revolea los ojos. Aparentemente, Daltrey contó una versión de esta misma historia el otro día en el escenario. "Creo que ni las había escuchado", dice Townshend con una risotada.
El disco te desafía a tocar "stop" a los 10 segundos. "All This Music Must Fade" empieza con Daltrey gruñendo "No me importa/Cuánto vas a odiar esta canción". "Al principio la odiaba", dice Daltrey. "Pero es una canción pegadiza". Está claramente orgulloso de su trabajo de edición. "En el demo, había un rap. Bueno, yo ni en pedo rapeo. Ni en pedo. Que lo hagan los jóvenes". Cuando le menciono a Townshend que la canción era un poco difícil, responde brusco: "No es una canción para el oyente, es una canción para otros compositores". Menciona las dificultades de una diosa de la canción a la hora de registrar letras y títulos de discos. "Ver todo lo que tiene que atravesar Taylor Swift en este momento es devastador. No es dueña de la maldita música. No es dueña de las palabras. Creo que tiene el derecho financiero, pero no debería arruinarse con esto. Son solo canciones, por Dios".
El mejor tema es "Street Song", acerca del incendio en Grenfell Tower en Londres, donde murieron 72 personas, en 2017. Daltrey no quería cantar la letra original: "Tenía una letra muy política, con acusaciones directas, y pensé: ‘Este no es momento de acusaciones directas, hasta que no termine la investigación y se pueda juzgar lo que verdaderamente pasó’". Townshend concedió, y el canto angustiado de Daltrey está entre las interpretaciones más conmovedoras de su carrera.
"Yo pensaba: ‘Bueno, esta es genial, porque la voy a cantar yo’", dice Townshend con algo de envidia. "Y de repente él se mandó una voz tremenda". Townshend ofrece una anécdota histórica como explicación sobre por qué él y Daltrey han sido un dúo magnífico, aunque doloroso. "Cuando grabamos Quadrophenia... esto puede sonar brutal, pero realmente a mí no me importaba lo que pensara Roger", dice Townshend. "Y él hizo una versión de ‘Love Reign O’er Me’, en la que había como un grito de llorona. Y le dije al ingeniero, Ron Nevison: ‘Es un niño sobre una piedra. Está mojado, tiene frío. Tuvo el peor día de su vida. Lo perdió todo. Lo último que quiere es gritar. Debería apenas lloriquear’".
Nevison le sugirió que la escuchara de nuevo.
"Roger estaba en la cabina, yo no lo podía ver", dice Townshend. "Lo escuchaba desde la consola de mezcla. Y lo escuché de nuevo, y pensé: ‘Mierda. La rompió. Es que esta en realidad es una voz interior’".
Townshend sonríe y levanta las manos.
"Él se transforme en un actor. Es casi como un actor de método de fines de los 50 y principios de los 60, que cuando le decís: ‘Acá está el guión’, te responde: ‘Oh, uh…’, y los directores le dicen: ‘La puta madre, limitate a decir tu parte’".
Y después se ríe.
***
Voy a saludar a Daltrey después del ensayo en el Hollywood Bowl, donde ambos se evitan mutuamente. Tiene los mismos shorts camuflados azules de Dallas. El grupo acaba de cancelar algunos recitales, cuando Daltrey se quedó sin voz en Houston. Le pregunto cómo estaba su voz. Me frena en seco.
"No era la voz", dice Daltrey. "Era una alergia". Cuando me disculpo por el malentendido, sonríe. Señala la orquesta, que incluye un arpa y timbales. Gesticula con las manos: "Podés tener todo esto". Después se toca la garganta. "Pero sin esto, no tenés nada". Después desaparece hacia la derecha del escenario con una taza de té.
Si te tomás en serio las palabras de Townshend, de que ya no son una banda, ese show fue un éxito. Parejas de mediana edad compartían sus canastas de comida sin carbohidratos y bebían champagne comprado a 200 dólares en la tienda del Hollywood Bowl. Estábamos a medio siglo y varios tramos fiscales del Leeds University Refectory, de 1970. El set fluyó de manera hermosa, con Simon, hermano de Townshend, en la guitarra, y el baterista Zak Starkey haciendo una versión controlada del estilo frenético de Moon. Aún así, no había ninguna chance de que te sangraran los oídos.
Algunas decisiones eran cuestionables: ¿Realmente necesitaba un arpa "Eminence Front?" Liam Gallagher, el ex líder de Oasis, y telonero del show, observaba desde el costado del escenario. Estaba abrazado a su hijo Gene, un joven músico. A pesar del calor de octubre, ambos tenían camperas. Gallagher estaba entrenando a su hijo, señalándole lo que podía aprender de los ídolos de su papá. Cada vez que Daltrey tiraba el micrófono al aire por enésima vez, meneaban la cabeza al unísono y reían como niños en Navidad.
¿Y nuestros dos amigos? Fue como se suponía que debía ser. Townshend les ladró a unos guardias de seguridad nerviosos que maltrataban a fans que ya tenían edad de jubilarse. "En general, Pete se enoja conmigo", bromeó Daltrey. Townshend lo miró fijo. "Oh-oh", dijo Daltrey. "A la cucha".
En general, el remolineo de Townshend amenazaba con interrumpir el despliegue teatral de Daltrey, pero al final de cada canción, cada uno volvía a su rincón. Finalmente, la orquesta abandona el escenario, al igual que el resto de la banda. Quedan solo Daltrey y Townshend y tocan "Won’t Get Fooled Again", el mejor argumento contra el idealismo en los anales de la civilización occidental. Como eran los únicos seres humanos en el escenario, tenían que mirarse el uno al otro.
Townshend tenía sus dudas sobre la versión acústica. "Sentía que estábamos desperdiciando uno de los engranajes de rock más poderosos", me dijo antes del show. "Es una canción que, en sí misma, aunque nos quedemos quietos como vegetales, hace su trabajo sin problemas".
Daltrey empezó marcando la base con pisotadas. Townshend se incorporó con un rasgueo sublime. Aunque el público ya la hubiera escuchado mil veces, la canción ascendió a un crescendo emotivo. Después Daltrey gruñó:
Aquí está el nuevo jefe, es igual que el viejo jefe.
En ese momento, a nadie le importaba quién amaba a quién.
Por Stephen Rodrick
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