"Como investigador del suelo, me siento como Darwin"
"¡Todos lo seres vivos somos Chonp!, exclamó una profesora del ilustre Colegio Nacional de La Plata, hace 20 años, cuando la acorralamos con la pregunta: Pero nosotros, ¿de qué somos? Lo que quería decir es que la materia viva está formada principalmente por átomos de carbono (C), hidrógeno (H), oxígeno (O), nitrógeno (N) y fósforo (P)", recuerda el doctor Luis Gabriel Wall autor de Plantas, bacterias, hongos, mi mujer, el cocinero y su amante. Sobre interacciones biológicas, los ciclos de los elementos y otras historias.
"En otras palabras, que la gran variedad de organismos vivos que habitamos este planeta estamos formados por las mismas moléculas básicas. Algo que asusta a mucha gente, incluso de nivel cultural alto", agrega.
Wall es doctor en bioquímica egresado de la Universidad Nacional de La Plata e investigador del Conicet. Desde 1984 estudia interacciones entre plantas y microorganismos, y actualmente dirige el Programa de Investigación en Interacciones Biológicas de la Universidad Nacional de Quilmes. Además, fue investigador invitado por el Departamento de Fisiología Vegetal de la Universidad de Umea, Suecia.
"Tomar conciencia de que somos distintas representaciones de lo mismo me hizo cambiar la manera en que veía las cosas, asumir un gran respeto por toda forma de vida y mirar todo con una gran libertad mental. Pero, mirando el principio, aquellas clases en el Colegio Nacional de La Plata, saber de qué estábamos hechos no era nuestra única inquietud, también nos intrigaban otras preguntas igualmente difíciles de responder como de dónde venimos o adónde vamos. Creo que buscar una respuesta a la primera pregunta decidió mi camino como investigador. Por otra parte, siempre me fascinó la comunicación entre los organismos vivos. Y así llegamos a mi preocupación por saber qué ocurre debajo de mis pies y dedicarme a investigar la microbiología del suelo."
–¿Hay tanto misterio debajo nuestro?
–Así como no conocemos qué hay en las profundidades del océano, tampoco sabemos qué hay en el suelo, esa superficie finita que cubre el planeta. Suponemos que conocemos un 5% de lo que ocurre en el suelo. Pero observadores no tan optimistas reducen el porcentaje al uno por ciento. El suelo es como una caja negra llena de preguntas por contestar, y nuestra situación como investigadores es parecida a la de Charles Darwin a mediados del siglo XIX.
–¿Qué ocurría con Darwin?
–Pronto se cumplirán 150 años desde aquel 28 de noviembre de 1859, cuando Charles Darwin presentó la primera edición de su Origen de las especies. Pero Darwin tuvo una posibilidad que ahora sería imposible: hizo sus investigaciones en un mundo que a amplias regiones desconocidas y pudo viajar a esos lugares. No sabía lo que iba a descubrir y supo aprovechar la oportunidad, viajando con una gran amplitud mental, lo que le permitió descubrir lo nuevo. Actualmente, en un mundo intercomunicado, donde al instante sabemos lo que está ocurriendo en los lugares más remotos, esos viajes serían imposibles. Sin embargo, en mi caso, como investigador del suelo, me siento como Darwin, porque también estoy explorando un mundo desconocido. Aunque sin dejar de recordar la actitud de científico de Darwin: mantener la mirada con una gran libertad mental.
–¿Cómo es su trabajo como investigador?
–Siempre se comienza con algo muy chiquito, en mi caso me empezó interesando la simbiosis. Y mi tesis de doctorado trató sobre la simbiosis de la alfalfa. Desde nuestra manera humana de ver las cosas, y en su versión más popular, simbiosis es una interacción entre dos organismos de manera que signifique un beneficio para los dos. En la relación de una planta con microorganismos, siempre me interesaron las simbiosis que significaban un beneficio para la planta. No las patógenas, con microorganismos, virus, bacterias, hongos que atacan al otro organismo enfermándolo. Los humanos siempre miramos desde el beneficio de la planta porque nos interesa para la producción de alimentos. En parte, uno aprende por errores.
–¿Errores? ¿Cómo es eso?
–A veces descubrimos cosas que nunca se nos ocurrió buscar, en lugares donde no tendrían que estar. Por ejemplo, creamos un medio con agua, azúcar, etcétera, para investigar un tipo de microorganismos. Pero, por error, en vez de someterlo a una temperatura de 23°C, la llevamos a 60°C, y cuando creemos que no puede haber vida aparecen microorganismos que no tendrían que estar allí. Así descubrimos las arqueas, un tipo de microorganismos extremófilos, porque así como hay deportes de riesgo extremo, las arqueas viven en condiciones extremas como bordes de volcanes, fisuras del fondo marino, fuentes termales o medios ácidos o alcalinos.
–¿Un proyecto?
–Llegar a considerar el suelo como un organismo vivo y, como a nosotros mediante un análisis similar al de sangre, poder determinar rápidamente su grado de salud. Eso permitiría prevenir muchos problemas y mejorar la fertilidad de los suelos.