Protagonizada por Cosmo Jarvis y Hiroyuki Sanada, la producción aborda en todo su terrorífico esplendor los años finales de este capítulo del siempre fascinante pasado feudal nipón
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La inestabilidad y la violencia definieron el período comprendido entre mediados del siglo XV e inicios del XVII en Japón. La serie Shōgun, protagonizada por Cosmo Jarvis y Hiroyuki Sanada, aborda en todo su terrorífico esplendor los años finales de este capítulo del siempre fascinante pasado feudal nipón.
Inspirada en la novela de James Clavell de 1975 -que fue todo un éxito con más de 15 millones de copias vendidas- la nueva producción de Hulu/FX/Disney+ se basa en la vida del navegante William Adams, el primer inglés en llegar a Japón.
John Blackthorne -el nombre del protagonista en la serie, interpretado por Cosmo Jarvis- debe adaptarse a una realidad brutal en este país extranjero, donde un débil gobierno amenaza con dividirse en facciones en guerra tras el fallecimiento del regente imperial retirado o Taikō. La acción transcurre en torno al año 1600, una época de gran agitación en Japón tras dos siglos de guerras civiles.
También enfrentado a los misioneros católicos, Blackthorne -de religión protestante- confía su supervivencia a una alianza con Lord Yoshii Toranaga (Hiroyuki Sanada), a quien varios enemigos políticos intentan borrar del mapa. El primer episodio ya muestra en toda su crudeza la violencia que probablemente será la tónica de la serie.
Tras sobrevivir al hambre, el escorbuto y el suicidio del capitán a bordo de un devastado barco mercante holandés, el piloto mayor John Blackthorne y lo que queda de su tripulación naufragan frente a la costa de Anjiro, donde captores armados con espadas los arrojan a un pozo mientras esperan su fatal destino. El protagonista evita ser ejecutado, pero un miembro de su séquito corre peor suerte: lo atan y lo colocan en un caldero para hervirlo lentamente hasta la muerte.
Los choques entre potencias
Shōgun ya cosechó un gran éxito como miniserie en 1980: narrada por Orson Welles y protagonizada por Richard Chamberlain, John Rhys-Davies y el ícono japonés Toshirô Mifune, esta producción ganó tres premios Primetime Emmy y tres Globos de Oro.
La nueva serie de Rachel Kondo y Justin Marks en 2024 no se destaca por los grandes nombres; en su lugar, da protagonismo a un contexto histórico aún más vívido, ofreciendo un rico y detallado retrato del Japón feudal.
En el año 1600, el equilibrio de poder en el mundo era muy diferente al actual. La Inglaterra protestante había derrotado en 1588 a la conocida como Armada Invencible española, que trataba de derrocar a Isabel I, restablecer el catolicismo y poner fin al apoyo inglés a la independencia holandesa de España.
La potencia ibérica, por su parte, se había dividido previamente los dominios oceánicos de sus vastos imperios de ultramar con su vecino Portugal en el Tratado de Tordesillas de 1494.
Portugal, una vanguardia de la exploración global, descubrió Japón en 1543 y comenzó a comerciar con este país productos occidentales, como armas de fuego de mecha, mientras difundía la fe católica llevando a misioneros jesuitas al archipiélago.
“Los portugueses (y los españoles) tenían dos objetivos: el primero era convertir Japón al cristianismo; el segundo, conquistar el país convirtiendo a figuras de alto rango al cristianismo”, explica Thomas D. Conlan, profesor de historia y estudios de Asia oriental en la Universidad de Princeton y autor de Los samurái y la cultura guerrera de Japón: 471–1877. En este contexto tiene lugar el viaje de Blackthorne al comienzo de Shōgun.
El período de la guerra total
“Pero tuvieron que andar con cuidado... militarmente, los portugueses no podían competir con el poder japonés”, afirma Conlan. De hecho, ya en 1552 uno de los primeros visitantes occidentales en Japón, el misionero católico Francisco Javier, dijo de los nipones que “son muy amables entre ellos, pero no con los extranjeros, a quienes desprecian por completo”, y los definió como “un pueblo muy guerrero” sumido en continuas disputas militares internas.
Japón se encontraba en aquel momento en medio de una agitación larga y caótica, que fue el caldo de cultivo de las tensiones que estaban listas para estallar en Shōgun. La era conocida como Sengoku Jidai o “período de los Estados Combatientes” (1467-1615 aproximadamente) estuvo marcada por guerras civiles casi constantes, en las que los señores feudales luchaban por el control total del país.
Los objetivos de tres sucesivos señores de la guerra –entre ellos Toyotomi Hideyoshi, el recientemente fallecido Taikō en la narrativa de Shōgun, y Tokugawa Ieyasu, su eventual sucesor– se alcanzarían con la unificación del país a principios del siglo XVII, pero no sin considerables cantidades de violencia y fuerza por parte de la clase bushi (guerreros samurái).
Los valores del samurái
Armados con espadas, los samuráis se ajustaban a un estricto código moral enmarcado en los ideales del guerrero cultivado. “Del budismo, los samuráis aprendieron a no temer a la muerte, ya que de todos modos el ‘yo’ era una ilusión. Del sintoísmo, a reverenciar su antepasados, impartiéndoles un profundo sentido de lealtad y continuidad. Del confucianismo, la actitud hacia los demás dentro de una sociedad estrictamente jerárquica”, explica Danny Chaplin, autor de Sengoku Jidai. Nobunaga, Hideyoshi e Ieyasu: Tres unificadores de Japón.
Pese a estas virtudes, también se mostraban despiadados a la hora de mantener el orden.
Por ejemplo, para preservar su honor, los samuráis podían castigar una ofensa de un miembro de las clases bajas con el kiri-sute gomen o “autorización para cortar e irse”, que se exhibe al principio de la serie cuando un campesino muere decapitado. La lealtad al señorío era primordial en los valores samuráis, y morir en ese servicio se consideraba un honor. Caer en manos del enemigo -o sucumbir a un destino poco viril- se interpretaba como una deshonra.
Estos ideales (prevalecientes hasta la era moderna, con los pilotos kamikazes de la Segunda Guerra Mundial) se mostraban en su plenitud en el acto del seppuku -más popularmente conocido como harakiri- o suicidio mediante corte del vientre, un ritual que sugiere Kashigi Yabushige (Tadanobu Asano) en Shōgun cuando desenvaina su espada tras caer al océano, enfrentándose a una vergonzosa muerte por ahogamiento.
“Eran tiempos brutales”, afirma Chaplin, en los que con frecuencia las catanas se ponían a prueba en prisioneros condenados, y la toma de hasta miles de cabezas como trofeos durante la batalla “era una práctica generalizada entre los samuráis”.
La violencia como castigo
Shōgun relata la llegada de la tripulación de Blackthorne a Japón: Hideyoshi hizo crucificar y empalar con lanzas a 26 cristianos después de que el piloto de un galeón naufragado sugiriera que los españoles tenían la intención de conquistar Japón infiltrándose con misioneros.
Y, así como los Tudor en Inglaterra decapitaban a sus esposas y quemaban a católicos en la hoguera, los japoneses utilizaban métodos crueles como los aplicados al desafortunado compañero de tripulación de Blackthorne: el legendario bandido Ishikawa Goemon, una especie de Robin Hood japonés, fue hervido vivo a orillas del río Kamo en Kioto en 1594.
“La violencia como castigo debía ser espectacular y aterradora para garantizar el cumplimiento de las leyes”, alega Conlan. Buena muestra de ello era el propio seppuku, ofrecido a menudo como un “privilegio” a los samuráis derrotados en la batalla y también favorecido como método de pena capital, ya que era menos probable que la familia buscara venganza por un suicidio.
En un conocido incidente, el Taikō incluso ordenó que su sobrino, ya exiliado, se suicidara en 1595 para evitar un posible desafío a la sucesión de su heredero. Tal crueldad (Hideyoshi también ejecutó a toda su familia, un total de 39 hombres, mujeres y niños) marcó la percepción occidental sobre los japoneses: “Los europeos se sorprendieron de que Hideyoshi le hiciera esto a un pariente cercano”, afirma Conlan.
El período Sengoku alcanzó su apogeo en la batalla de Sekigahara en 1600, la más grande y posiblemente más importante de la historia feudal japonesa, que dejó unos 36.000 muertos y heridos graves en un solo día.Este evento parece acechar en el horizonte en Shōgun.
Tras él, Japón entraría en una nueva era, el período Edo, definido por más de 250 años de relativa paz, una política exterior aislacionista (que intentaba eliminar las influencias coloniales y religiosas de España y Portugal) y la prohibición y persecución de los cristianos. Con un poco de suerte, Blackthorne llegará a este período, aunque seguro que antes deberá enfrentar enormes horrores.
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