Como es Alejado de la red, el nuevo disco de La Renga
Chizzo y los suyos sacaron su décimo álbum de estudio; lejos de las modas, pero con gusto a poco
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Artista: La Renga. Álbum: Alejado de la red. Canciones: “Parece un caso perdido”, “Buena pipa”, “Flecha en la clave”, “Elefantes pogueando”, “Llegó la hora”, “En bicicleta”, “El que me lleva”, “Para que yo pueda ver”, “Alejado de la red”. Calificación: Regular.
Tomemos los siguientes versos de “Llegó la hora”, una de las canciones incluidas en Alejado de la red, el décimo disco de estudio de La Renga: “La vida que ahorraste igual para morir / Es la que robaste para tu gran festín / Todo en la ruina y vos con el botín / llegó la hora de ponerle fin”. Pongámosle, ahora, un destinatario posible, un líder político. Tenemos el qué y el quién. El dónde es fácil: siempre fue Argentina para Chizzo y compañía. A la hora del cuándo, sin embargo, la cosa se pone más ambigua. Y no porque al grupo le interesen demasiado las metáforas, sino por el simple hecho de que el tema fue publicado como simple en octubre de 2019, cuando Mauricio Macri empezaba a despedirse de la Casa Rosada, y ahora vuelve a sonar en el contexto de un álbum editado en 2022, con el entramado de poder un poco distinto pero no tan distinto.
Aquí la paradoja de La Renga: su música remite al pasado, pero el mundo está tan eternamente roto que sus letras siempre cuajan en el presente. Y aunque eso parece ser más un demérito del mundo que una virtud de La Renga, hay algo en la pluma de Chizzo que logra captar no solo las redes (sí, esa palabra) de poder sino también dar cierto optimismo, aunque más no sea en el escape beatnik.
La portada de Alejado de la red, un collage de psicodelia digital en el que todo se vuelca como en un vómito sobre un mandala maximalista, ya deja en claro que La Renga vuelve al espacio, de la forma en la que lo hicieran con Algún rayo (2010). Si para La esquina del infinito (2000) la idea era encontrar trascendencia desde el barrio hacia el más allá, aquí parecen ya elevados aunque sin despegar las Topper de lona del asfalto.
El nuevo disco de estudio de La Renga suena pesado, con el setentismo del lado del rock más duro. Tete suena al frente, Tanque desenfrenado y los dedos de Chizzo siempre mereciendo más de lo que el canon le ha otorgado. Establecido el pack (que completa Manu en armónica, saxo y teclados), el grupo suma bronces en temas como “Flecha en la clave” pero, en líneas generales, deja todo acotado a ese círculo íntimo que no deja grieta alguna.
Pensado con el vinilo como soporte (no salió en CD, las otras variantes son el streaming o un USB con material extra), Alejado de la red puede entenderse en dos lados. El primero bien al palo, sin bajar un cambio y con los dientes apretados, recuerda las incursiones más duras de La Renga, aquellas en la que los riffs y la velocidad importaban más que los estribillos, el gran debe del disco. Sin encanto estribillero, se hace difícil avizorar esa frase con destino de grafiti, como les fue costumbre. “Parece un caso perdido” y “Elefantes pogueando” funcionan allí como apertura y cierre de una tetralogía de ese protoheavy sin matices que el grupo supo construir, sobre todo desde Detonador de sueños (2003).
El lado B encuentra sí los puntos de mayor apertura, siempre en términos de la estética acabada del grupo. Los cuatro temas finales casi pueden ser leídos como una oración completa: “En bicicleta”, “el que me lleva”, “Para que yo pueda ver”, “Alejado de la red”. Si el primer tema de esa seguidilla tiene tintes de homenaje al inventor del LSD, Albert Hoffman (tal como lo hizo el Indio Solari en su último disco), la psicodelia de La Renga es una psicodelia tosca, con pies de plomo, en la que el cuelgue nunca se despega del piso, como las Topper de lona, y se mueve con más furia que swing. Parecen, en comparación, ganar valor aquellas zapadas instrumentales de Truenotierra (2006).De todos modos, los cambios de registro en la voz de Chizzo, los aires espaciales de los temas, los efectos en la voz y los contrapuntos imitativos con la guitarra le dan al disco un respiro necesario pero que llega recién al final.
Pero si La Renga pudo en su período dorado (aquel de mediados de los 90 a principios de los 20000) impactar más allá del nicho por esa capacidad de acuñar clásicos que, incluso con la crudeza de sus letras y la gola bestial de Chizzo, podían ser cantados por las masas, acá las canciones no suenan más que a ejercicio de destreza. La velocidad y la pesadez no dejan lugar a las melodías para alta rotación que se podían encontrar hasta en temas de riffs espesos como “El final es en donde partí”. Alejado de la red, un trabajo compuesto por nueve canciones de las cuales siete ya habían sido compartidas como adelanto, parece fallar en la simpleza y claridad de ideas que caracterizaron al grupo. Así como en la portada, el grupo suena con mucha enjundia pero poca síntesis, en una suerte de rock cacofónico que no permite tamizar ni hits ni experimentación.
Pasó (¿pasó?) una pandemia entre el primer adelanto y la salida del disco. Tan condicionados por el entorno como para entender sus continuidades, las letras de La Renga todavía siguen vigentes y entonces eso que no es nuevo puede presentarse como “lo nuevo de La Renga”, aunque el sonido no aporte demasiadas novedades más allá de la tecnología empleada o los aciertos en la mezcla. Pero si antes venían a cantarnos el presente instantáneo (el disco de la estrella como crítica al menemismo y Detonador de sueños como crítica al delarruismo), ahora el contexto parece haberlos convertido en relatores del fin de la historia. Una banda que musicalmente mira al pasado y un sistema que no mira a ningún lado. En esa tensión, la balanza temporal se inclina levemente para el lado de La Renga. Son los mismos de siempre (con menos estribillos e himnos masivos a la vista), esos rockeros clásicos a los que si el futuro llegó, o no, parece modificarles poco.
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