Comic-Con 2018: donde los fanáticos se convierten en su héroes
Eliana Asat camina por el Comic-Con y es toda una celebridad. Es una de las finalistas de la Yamato, una competencia de cosplayers. Pero si la viera algún conocido de Río Grande, su cuidad fueguina, seguro no la reconocería. Tiene un vestido blanco con una enagua de 20 metros de tul -que finalizado el evento le prestará a una amiga para su casamiento-, lentes de contacto turquesas, una peluca roja. No hay casi nada de la empleada de comercio de 24 años. Por este día, ella es Esther Blanchett, de Trinity Blood, una serie de manga y animé creada por Yoshida Suano. Está más cerca de parecerse a algún personaje japonés con un vestido de la reina Isabel que a ella misma: tiene hasta alas. Y eso, justamente, es lo mejor que le pueden decir en los pasillos de Costa Salguero. "Esther Blanchett", grita una chica que pasa cerca de ella y corre a pedirle una foto. Es que ahora Eliana no es Eliana y, como su traje es un éxito, todos quieren sacarse selfies con ella. Atrás la siguen sus asistentes: uno le tiene el cetro, otro la cola del vestido.
Para convertirse en su heroína, Eliana gastó 20 mil pesos y pasó seis meses haciendo tareas extras. Después de decidir qué personaje iba a interpretar, lo que siguió fue investigar por Internet, buscar los materiales y aprender cómo se hace cada cosa. La chica del sur vio muchos tutoriales y aprendió a coser, bordar, maquillarse. Se hizo experta en arte y confección. "Apenas volvía de trabajar me ponía con el traje: está bordado a mano, el corsé, las piedras, todo lo que se ve está pintado a mano, es un trabajo chino", cuenta a LA NACION, horas antes de enterarse de que fue elegida ganadora y que viajará a Brasil como representante de la Argentina. Para llegar a este desenlace, la sureña viene trabajando desde hace 7 años. Fue a los 17 cuando por primera vez se hizo un traje y participó de una convención en Ushuaia.
Eliana no es la única. Los seis pabellones de Costa Salguero están repletos de personajes de cómics, series, videojuegos, animé y películas. Para los que no están muy metidos en tema es complicado identificarlos, pero para la subcultura que fue a la convención no lo es. Desfilan Baymax (un superhéroe del universo Marvel que tiene ciertas similitudes con el muñeco Michelin, es blanco está inflado pero no tiene pliegues), el Rey Lich y Gul'dan del videojuego Warcraft (un guerrero con una súper armadura y un monstruo verde, respectivamente), un Chewbacca que podría ser tranquilamente el de las películas de Star Wars. También Harley Quinn, Satana y Huntress (todas chicas del cómic). La lista puede seguir infinitamente, el predio está tomado por los cosplayers, algunos aficionados y otros amateurs. Los hay de diferentes edades, pero en general abundan los millennials. También hay niños con caretas de Spiderman o de Darth Vader.
En la novena edición de Comic-Con, en la que se sumó el pabellón 6 y más de 3.500 metros cuadrados de espacio abierto, hay más de 1500 stands, entre los que se incluyen los principales estudios de cine y tv; también hay diferentes muestras y exhibiciones, experiencias interactivas y un área de juego llamada gaming. Todo distribuido en 30.000 metros cuadrados. Más allá de los diferentes stands, los hay de libros, historietas, ilustraciones y pósters, puestos donde venden armas, muñecos y maquetas en los que uno puede meterse en escenografías de Harry Potter, Game of Thrones y tantas otras series, lo que más llama la atención son los cosplayers.
El cosplay no tiene definición aún en la Real Academia Española. Se trata de la unión de dos palabras del idioma inglés (costume, que significa disfraz, y play, juego: jugar a disfrazarse). Si bien el término empezó a utilizarse a principios de los años 80, la disciplina había empezado en los 70 en Japón en los Comic Market, que se celebran en Tokio, donde hoy existen discotecas a los cuales los jóvenes asisten con su disfraz y se comportan como sus personajes favoritos y enormes tiendas de ropa dedicadas a la venta de disfraces. Los cosplayers son personas que a través de trajes y accesorios, que diseñan ellos mismos, representan un personaje específico, no solo desde la vestimenta sino también desde el rol. Muchos de los amantes de esta práctica eligen el crossplay, que consiste en vestirte de un personaje del sexo contrario, o el furry, que es disfrazarse de algún animal y darle características humanas.
También están Oscar y Daniel Flores, de 34 y 22 años respectivamente. Mientras que el tío hace cosplay por tercera vez, el sobrino, estudiante de medicina, está debutando. Son Rey Lich de Warcraft y Skyrim, explican a LA NACION. Son de Oruro, Bolivia, y viven hace 8 años en la Argentina. Estuvieron 6 meses haciendo el traje, si bien están casi listos, al de Oscar le falta lanzar humo por los ojos y la espada. "Lo más complicado son las luces. El diseño básico se baja de internet, hay una aplicación. Después hay que ir modelándolo a la talla del cuerpo", cuenta el camillero de ambulancia que trabajó duro para lucir como un guerrero medieval. El traje es de goma eva y la espada la hizo en impresora 3 D. Gastó cerca de 4500 pesos. Cerca están Alejandro Molinari, más conocido como "Moye", de 29 años y su novia que solo por esta vez lo está asistiendo. Él es Gul'dan, un monstruo verde del mismo juego, que tiene algo de orco. Es periodista y abogado y hace cuatro años que es cosplayer. "El traje es pesado y caluroso porque tiene goma espuma, cuerina, espuma poliuretano, papel, otro aislante", cuenta. Todo lo que sabe lo aprendió por Internet. "Nos sentamos juntos a explorar cómo podemos hacerlo. Leemos y después probamos hasta que sale. No es que sale de un día para el otro, nos equivocamos, perdemos plata, materiales...", suma. Para este traje gastó 3000 pesos. Aunque, dice, no se sintió mucho porque fue en varios meses. Trata de no pensar en cuánto gasta porque si lo analiza se "quiere matar".
"Moye" conoció a su novia por el cosplay. Se sumó a un grupo y ella era la maquilladora. Se enamoraron en esa primera sesión y desde entonces comparten esta pasión. Mañana ella se va a convertir en "Darling in the franxx", una nueva Sailor Moon del animé.
Es común que los cosplayeros se unan. Ahí están ellas: la estudiante de caligrafía que se hace llamar Melody Rose, de 26 años, en el papel de Harley Quinn; la estudiante de alta costura, Reznikov, de 20, como Satana y la diseñadora industrial también de 26 Lady K, que se transformó en Huntress. "Somos tres personajes de cómics", cuentan las chicas que eligen diferentes caracterizaciones para cada Comic-Con y se conocieron en las redes sociales por esta afición de querer convertirse en sus heroínas preferidas. "Hacer tus propios trajes implica una forma de arte. Es muy completo, tenés que saber hacer armaduras, armas, trabajo de tela, maquillarte", dice la menor de las tres.
Además explican que ya no tienen nervios como la primera vez que se cosplayaron -decir disfrazaron en el ambiente es una falta de respeto-. "Al principio estabas más tiempo y no sabías cuál iba a ser la reacción de la gente. Ahora ya sabés. Nos piden fotos todo el tiempo, está bueno hacer algo y ver que lo aprecian. Si reconocen el personaje, es fantástico", resume Melody. Las tres solo dan su nombre artístico.
Algunos deciden preparar el personaje en casa y hacer todo el trayecto caracterizados, otros llevan los trajes en grandes valijas y se tunean en los baños. Por eso, pasadas las 7, cuando los participantes del concurso Yamato van a escuchar los resultados, "Moye", quien se quedó con el tercer puesto, ya no es Gul'dan. La primera jornada de Comic-Con está terminando, la puerta se llena de superhéroes, monstruos, guerreros, caballeros del Zodíaco, magos, que van camino a tomarse el colectivo para volver a sus hogares.
Nadie los mira extrañados, la mayoría de los que cruza lo hace desde su alterego de fantasía.
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