Coldplay en la Argentina: la gira instagrammer y con dólar propio que redefine el show monumental
Hay un clip viral dando vueltas hace años en Internet. Se ve al joven Chris Martin, algo aniñado, tímido y bravucón a la vez, desafiar al camarógrafo de un canal de TV local en Gran Bretaña, prometiendo que su banda, que aún no tenía nombre definitivo, iba a triunfar. “Seremos muy muy grandes”, le decía a la cámara a mediados de 1998. Aún faltaban dos años para su disco debut y la presentación en sociedad con el tema “Yellow”, una canción que, en la primera de las noches programadas en Argentina, evocó el estilo britpop original del grupo y tiñó el estadio de amor amarillo.
Pasaron dos décadas del siglo XXI hasta que aquí, en el Sur de América, la banda logró convertir su convocatoria en récord absoluto de venta de entradas, superando a Roger Waters (con sus giras basadas en el repertorio de Pink Floyd) y a The Rolling Stones, los primeros en demostrar globalmente la masividad y el fervor del público rockero argentino y de su “tribu stone”. La conexión de Londres, ciudad de origen de las tres bandas, y el gusto local merece una reflexión que trasciende los subgéneros de la música pop: hay una matriz en ese cancionero que Coldplay puso en escena, estilizada, con pulso de rock y sensibilidad tracción a sangre, que se percibe hasta en cada uno de los estribillos que se corean de manera “monumental”. Martin, en español conciso, se deshizo en elogios al público pero su mejor modo de decir “Gracias totales”, además de reconocer a Buenos Aires como la “casa de mi corazón”, fue una sólida interpretación de “De música ligera” de Soda Stereo con saludo para Zeta, Charly y Gustavo. De aquí al 8 de noviembre, serán dos semanas en las que Coldplay demostrará ser tan argentino como el gin tonic, la bebida de moda en estos días.
En esta gira 2022, con vocación de sustentabilidad, el cuarteto inglés logra que las energías sean renovables a lo largo de dos horas y cuatro bloques: pulseras leds que se encienden en cada muñeca como parte central de la puesta en escena y la contagiosa complicidad que Chris Martin ofrece en cada falsete y en cada sonrisa amplificada en pantalla. Los coros son para la banda una oportunidad épica, una invitación a participar, llevada al extremo cuando frenan el show para decir que es “realmente el mejor público del planeta”, pedir que apaguen los dispositivos electrónicos y que todos griten un poco más fuerte en “A Sky Full of Stars”.
A la banda le queda otro rol en la historia, además de los 10 estadios de River Plate agotados: ser responsables de un hito con esta gira Music of the Spheres. Un concierto repleto de hits pero con un alto impacto visual y hasta físico. ¿Cómo lograr la participación de 65.000 personas en el marco de un estadio?
La palabra que mejor lo describe es “inmersivo”. Un concepto extirpado del teatro performático y ahora de las experiencias virtuales, pero que aquí se traduce en la pretensión de intimidad y cercanía que obsesionan a la banda y los lleva, por una pasarela, hasta el otro extremo del estadio para simular un ensayo amateur.
Cada instante es, además, una oportunidad de foto (photo-op) para Instagram: los colores, los papelitos, los fuegos artificiales son tan importantes como esos power-chords clásicos de la banda; son elementos que enfatizan el lado emocional que los convirtió en banda de gran escala, siguiendo los pasos de U2 y superar a otros de su generación como Oasis.
La consagración llega en tiempos turbulentos. No solo por las referencias a la guerra, las crisis o el covid. Mientras en el mundo se viralizan videos de turistas con fajos de pesos argentinos, la banda juega tan de local que hasta le pone nombre propio hasta un tipo de dólar.
La venta de tickets para esta gira, la euforia inicial, las primeras funciones agotadas de inmediato y el sorprendente anuncio de nuevas noches marcó, hace poco menos de un año (9 de diciembre pasado), la intensidad de la pospandemia: la necesidad de recuperar el fervor, la expectativa del ritual de la cancha llena de música y color. “¡Viva la vida! No casualmente ese tema fue, cuenta la leyenda, garabateado e improvisado por Martin en el piano del Lounge del hotel Faena, durante la primera y emotiva y visita a Buenos Aires. Aquella vez fue en el teatro Gran Rex y en varias cenas improvisadas en el hotel, en las que hasta Gustavo Cerati ofició de anfitrión, comenzó un romance porteño que ahora los ve consagrados a escala récord. Era verano de 2007, una década después de que aquel joven Martin prometiera triunfar y 15 años antes que esta seguidilla los convirtiera en los artistas más convocantes en la ciudad de la furia.
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