Claudio Rissi, el hombre que decidió no renunciar nunca a seguir sus sueños
El actor logró su anhelo de participar del festival de Cannes, con la elogiada película La novia del desierto y, tras renunciar a su papel en Terrenal, protagoniza Kilómetro limbo
Toda una vida soñándolo y al final se le dio. Claudio Rissi siempre quiso estar en Cannes. Y este año no sólo pudo darse ese gran gusto, también sintió la placentera calidez de los elogios gracias a su trabajo en La novia del desierto, la película de Cecilia Atán y Valeria Pivato que se transformó en una de las revelaciones de la última edición del famoso festival internacional con sede francesa y que llegaría a las salas locales en septiembre.
"Yo de chiquito quería ser doctor, artista o mecánico -dice ahora el experimentado Rissi-. Pero el interés por la actuación le fue ganando a todo lo demás. Vivía en un caserón de San Juan y Boedo, y cuando no me dejaban salir porque me había mandado alguna macana, me pasaba el tiempo creando personajes imaginarios: jugaba a ser James Bond, por ejemplo. Y también escribía teatro. Empecé cuando apenas tenía 10 años. Nunca había ido al teatro, pero no me perdía el ciclo Teatro como en el teatro en la televisión, que era para mí una gran inspiración. El sueño de ser actor parecía inasible en un barrio de gente trabajadora, humilde. Mis viejos eran simples laburantes, algo que igual me sirvió como aprendizaje. Me sigo admirando cuando recuerdo a mi vieja trabajando de costurera para ayudar a mantenernos. En ese contexto, pretenderse actor era como querer ser astronauta. Pero yo me encapriché, defendí mi postura, creí y acá estoy."
Al margen de su participación en esta elogiada película donde protagoniza una emotiva historia con la chilena Paulina García, también muy celebrada en su país por su papel en Gloria, gran éxito de taquilla en el país vecino, Rissi se luce en Kilómetro limbo, obra dirigida por Luis Romero que fue estrenada el año pasado en el Cervantes y ahora arrancó una nueva temporada en El Tinglado, Mario Bravo 948, los lunes y martes a las 20.
En la obra escrita por Pedro Gundensen, con quien Rissi ya había trabajado en Argentinien, otra pieza dirigida por Romero y estrenada en el Cervantes, el actor interpreta a El Taqueño, "un gaucho transformista en un pueblo de dos mil habitantes de la provincia de Buenos Aires", como bien describe el programa de mano. El encuentro fortuito entre ese personaje tierno, gracioso y de enorme templanza y un prejuicioso camionero que acaba de sufrir un grave accidente (Osvaldo Santoro) es la médula de la historia, en la que también tiene una participación más breve Cristian Aguilera, en la piel de un indolente político de la zona.
"Yo venía de interpretar una serie de personajes de mucho carácter, incluso violentos -sostiene Rissi-. Hablo de los que hice en Terrenal y la serie televisiva El marginal. Renuncié a la obra de Kartún porque estaba muy cansado. Ponía mucho ahí arriba del escenario. Y empecé a pensar que me iba a venir bien probar con otro tipo de papeles, cambiar de canal. Como por arte de magia apareció la propuesta del Indio Romero para Kilómetro limbo. Y me encantó, porque El Taqueño es un personaje de una sensibilidad y una sabiduría increíbles. Un travesti que labura en un frigorífico, un territorio claramente hostil. Me preocupé por no caer en el cliché. Juego con el humor, pero no me apoyo en eso únicamente. Si llego a caer en algún estereotipo por error, lo lamentaré, pero estoy tranquilo porque cuento con un director en el que confío mucho".
La salida de Rissi de Terrenal, obra de Mauricio Kartún que ya lleva cuatro temporadas de notable éxito en el Teatro del Pueblo, fue sorpresiva. No es frecuente dejar un suceso teatral. Él dice que, después de dos años de funciones, estaba agotado. Que sintió que se había cumplido un ciclo. "Necesité tomar distancia porque no tenía nada más para darle a esa obra. Sé que muchos piensan que es un pecado abandonar un éxito -explica-. Pero yo pregunto si eso es un dogma indiscutible. No es bueno tratar de conservar lo que fue y ya no es. Cuando hacía el monólogo final se me empezó a venir a la cabeza con mucha frecuencia la imagen del niño sirio que encontraron muerto en una playa de Turquía. Fue un indicador claro de que necesitaba un poco de aire".
Con 70 años recién cumplidos, este actor nacido en Monte Grande, en el sur del conurbano bonaerense, trata de cuidar su salud usando un cigarrillo electrónico, sometiéndose a una dieta para bajar de peso y asumiendo compromisos más livianos: no es lo mismo dos funciones semanales (las que hace con Kilómetro limbo) que cuatro (las que le exigía Terrenal).
Sigue, eso sí, apasionado con su profesión, al punto de pensar en nuevos personajes todo el tiempo: "Los voy creando mientras camino o manejo el auto", revela. "Sigo jugando, como cuando era pibe. Creo absolutamente en lo que hago, como cree un chico cuando juega. Es el gran secreto para un actor. Mi imaginación reubica la informacion que ya tengo de diferentes maneras. Hace muchos años viajé a Catamarca porque ahí vivían mis abuelos maternos. Y se me pegó la tonada de los catamarqueños. Entonces se me ocurrió hacer con ese acento el famoso soliloquio de Hamlet que empieza con «Ser o ser...» y me salió muy bien. Fue en los 80. Me acuerdo de que el Negro Carella, un actor fuera de serie, se quedó una noche a esperar a que saliera del camarín para felicitarme, para decirme que le había encantado ese disparate. A partir de ahí fui construyendo de a poco un prototipo de personaje que afiné y pulí con los años. Y que terminó apareciendo de diferentes formas en el Tatita de Terrenal, en El Muerto de Aballay, el hombre sin miedo, la película de Fernando Spiner, y El Taqueño de Kilómetro limbo. Son métodos que uno se va inventando, quizás no del todo convencionales. Mi formación académica es exigua. Recuerdo que me hice socio de River porque ahí daban clases de teatro. Mi primera maestra fue Adelma Lago. Yo era de San Lorenzo y me terminé haciendo gallina (risas). En esa época me recomendaron que vaya al Conservatorio, un lugar por el que encima pasaba todos los días cuando iba a trabajar a un taller de tornería, mi otro oficio. Al final me decidí y entré gracias a un plan que no exigía título secundario. Pero me fui muy pronto porque la disciplina imperante me agobió. Me sirvió para conocer a Lorenzo Quinteros, un especialista en tirarme chicanas para que me despertara un poco. Una vez me dijo: «Vos te preocupás mucho por lo que pasa con el medio, por cómo ingresar, por cómo ser parte. Olvidate un poco de la actuación. Dejá el teatro por un año y viví». Fue un consejo muy sabio".
Entonces Rissi vivió. Y empezó a soñar con Cannes y a provocar las chanzas de algunos amigos que le decían "¡Mirá cuando ganes un Oscar!" Él sonreía porque sabía que le estaban gastando un broma mientras pensaba: "No me importa el Oscar, yo quiero ir a Cannes". Y las cosas se fueron acomodando para que el gran momento llegara. Le había dicho una vez que no a La novia del desierto por su compromiso con Terrenal. Por fortuna, el rodaje de la película se retrasó y tuvo una nueva chance. Esa vez dijo que sí y se puso a trabajar para convertirse en El Gringo, "un pillo, un buen tipo que se gana la vida como vendedor ambulante, un perro callejero", lo define él. "Y gracias a este película y a este personaje cumplí otro deseo, que es conocer Roma. Aproveché el viaje a Cannes y lo hice. Lo veo como un premio. Satisfacciones que me está dando un oficio que defendí tanto cuando era pibe y que sigo defendiendo hoy".
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