Claudio Martínez Bel, el actor que le dijo “no” a la televisión y se afianzó en el teatro
Actor de Terrenal desde el primer ensayo y director del elogiado unipersonal Olvidate del Matadero, vive un momento de solidez profesional construida desde hace muchos años cuando empezó en un dúo cómico con Gabriel Goity
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En el mundo de la actuación, también hay deportistas extremos. No sólo los que se cuelgan de arneses y sogas, sino de otro tipo, los que apuestan fuerte, a todo o nada regidos siempre por el cable al corazón. En ese equipo juega Claudio Martínez Bel, el que abandonó la televisión y el circuito mainstream en los años 90 porque no lo hacía feliz, y el que continúa y descubre gemas escondidas en la misma obra y personaje desde 2014.
“¿Qué soy? Actor, payaso, director, autor, docente, ninguna pesa más, me amigué con todo. Cuando me estaban por encasillar por hacer dos obras para niños seguidas, no hice más. Me mueve el deseo. Lo más genérico que puedo decir es que soy un hombre de teatro, no me siento con ganas de ponerme un título, por momentos más unas cosa que otra, nada más”, dice el actor de las mil funciones de Terrenal, de Mauricio Kartun, una de los sucesos (¿o el más?) de los últimos diez años, en su novena temporada, y el coautor y director de Olvidate del Matadero, el unipersonal con Pablo Finamore, entre lo muy destacable de la cartelera 2022.
“La repetición te permite seguir buscando no solo cosas nuevas en lo formal sino también desde el sentido; es increíble pero sucede, se le sigue encontrando microsentidos al sentido general y eso es fantástico para un intérprete, todas las funciones estoy buscando gemas. Cada vez que empieza la obra, me pongo a jugar y soy feliz, me da energía para la otra función”, dice el Caín de Terrenal, personaje que transita desde el primer ensayo, junto con Claudio Da Passano pero con la diferencia de que éste cambió de Abel a Tatita, papel que estrenó Claudio Rissi hasta las 300 funciones cuando lo reemplazó Rafael Bruzza, seguido (a causa de su muerte en 2021) por Da Passano; a su vez, Abel quedó en manos de Tony Lestingi. Pero el primogénito, el trabajador y pragmático que mata a su hermano, siempre tuvo el cuerpo, la cara, la voz de Martínez Bel: “Los cambios de actores provocan el hecho de que sea yo quien tenga que adaptarme y no el otro a mí. Creo que así debe ser, no pedirle al ‘nuevo’ que se adapte a lo que se daba sino que hay que ayudar al que entra y modificarse: de ese modo, otra vez aparecen nuevas posibilidades creativas. En la repetición hay tesoros, estás en la oscuridad y encontrás esa gema que hace volver a brillar”.
Recién salido del Conservatorio de Arte Dramático, junto con Gabriel Puma Goity, Julia Calvo, Jorge Suárez, entre otros, el que estaba siempre abierto a la consulta, a la orientación, era el maestro Kartun, una relación que continuó en veranos en Villa Giardino (donde está la Casa de Vacaciones de la Asociación Argentina de Actores) y en supervisiones dramatúrgicas en obras como Perras y No me dejes así (dirigidas por Enrique Federman). Pero nada como este encuentro, el de la mágica Terrenal: “Mauricio sigue viniendo a casi todas las funciones, a la previa; mientras nos maquillamos, hablamos, nos cuenta, decidimos cosas, todo consensuado siempre; debe ser un caso único en la historia, o uno de los pocos: viene (Osvaldo) Pugliese y después, él. Con él, sentís estar al lado de un artista muy grande y un amigo de barrio, un igual, el muchacho de San Martín (el barrio donde creció el autor y director) con una mente brillante y un corazón extraordinario”.
Hace muy poco, todo el grupo estuvo en Cuba de gira. En estos nueve años pasaron casi todos los países de habla hispana, siempre con el mismo comentario final: “Pareciera que está obra es para nosotros”. Para Martínez Bel, se trata de un clásico de la actualidad, algo universal que trasciende los modismos locales: “Terrenal va a durar más que nosotros, va a durar 200 años y nosotros, no creo que lleguemos”.
Kartun, desde su pandemia en Cariló, tampoco faltó a la cita de Olvidate del Matadero. Martínez Bel le mandó el texto y, como siempre, el dramaturgo marcó algunas recomendaciones. También el historiador Felipe Pigna les dio algunas pautas de época sobre la grieta unitarios y federales ya que el unipersonal refiere a El Matadero, de Esteban Echeverría, el cuento fundacional de nuestra narrativa escrito durante el segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas.
“Fue idea de Pablo (Finamore) interpelar a El Matadero. Y le sugería que eso fuera hecho desde afuera, otro personaje, un niño o un débil mental. Me vino la imagen de un loco de mi barrio, en Liniers, alguien ingenuo que puede preguntar. Se lo conté a Kartun y me dijo que no dudara en elegir al opa como personaje mítico de la literatura argentina. Y que lo metiera en la casa de Esteban Echeverría, el hijo opa de una criada de Echeverría y desde ahí se disparó todo. Fueron siete meses de escritura durante el aislamiento muy disfrutados. Nuestro hallazgo dramatúrgico fue ubicarnos en el medio de la grieta, donde no se entiende lo que pasa ni de un lado ni del otro y entonces se puede preguntar por qué pasa lo que pasa”, cuenta Martínez Bel, contento además, de dirigir a Finamore: “Es una tarea facilísima. Es estudioso, lee mucho, se prepara, es obediente del director, sensible, creativo, a todo se tira de cabeza. Fue estimulante para mí y un aprendizaje. El trabajo del actor es locura creativa con precisión de cirujano: la creatividad tiene que estar desatada para que aparezcan cosas nuevas pero a la vez la cabeza del actor tiene que poner esa creatividad en el lugar y espacio justos. Pablo lo logra y hace un trabajo estupendo”.
En las reuniones familiares en la casa del barrio de Liniers, al adolescente Claudio, el padre solía pedirle que contara chistes. Y con sus amigos, cuando iban de vacaciones a Villa Gesell, era el primero en encarar y romper el hielo hasta lograr risas entre las chicas. Sin embargo, aunque siempre quiso ser actor, ese deseo recién se hizo explícito a los pocos años de terminar la secundaria en el Instituto Huergo.
“Ese niño tomó las riendas del adulto y las hizo valer y eso me parece mágico, ahora soy consciente de todo eso. Después de la colimba, horrible, me fui con un amigo a ‘recorrer el mundo’, así lo decíamos. A los tres meses, en Colombia, le dije que me volvía, que queria ser alguien, hacer algo, no quería ser un viajante, buscaba otra cosa, una profesión. Él se quedó y ya no regresó porque buscaba su lugar en el mundo. Y yo volví y me anoté en el Conservatorio. Pero para eso necesitaba el título secundario y debía tres materias para recibirme de maestro mayor de obras. Fui a hablar al colegio, les conté que quería ser actor; el profesor, entonces, en el examen me preguntó sobre teatro, qué había visto, por qué quería esa profesión y así durante una hora. Me firmó el título bajo promesa que nunca iba a ejercer de maestro mayor de obras”, cuenta con emoción el papá actor de Lucio y Ramiro, ambos músicos.
Cuando terminó el Conservatorio, tenía dos grupos con los que empezó a trabajar: uno, con el Puma Goity, los Galandrotes, un dúo cómico; y otro, el Teatrito, con Jorge Suárez y Julia Calvo, entre otros. En los 90, comenzó con los bolos televisivos, el primero en Peor es nada, con Jorge Guinzburg y Horacio Fontova. Una puerta inesperada se abría: “A mediados de los 90, me convertí en el ‘Piropeador de Telefe’ durante tres años, una publicidad institucional, todo el mundo me conocía por la calle, yo era ‘el de la tele’. También estaba en el programa de humor de Mario Sapag, hacía una obra en el teatro Alvear y no sé qué más. Ganaba plata pero nada de eso me representaba. Lo último que hice en la tele fue Los Buscas (telenovela con Pablo Echarri y Nancy Dupláa, en 2000). Sentía que el modelo de producción de la tele era para gente fuerte de carácter y yo me sentía muy frágil, no por los compañeros sino el modelo. No me hacía feliz, no producía mi mejor versión o yo no servía. Tenía que volver a empezar, a generar proyectos propios como cuando empecé. Empecé a decir no y no. Estuve 20 años sin hacer televisión”. Después de ese hiato, lo llamaron para el cine y esa vez aceptó con ganas y la sensación de que iba a poder: Tres minutos (Diego Lublinsky, 2007), Rojo (Benjamín Naishtat, 2018) y Crímenes de familia (Sebastián Schindel, 2020); y una serie, de Paula de Luque, que se verá pronto: “Ahora sí -dice- siento que me fortalecí, que saldrá, que puedo disfrutarlo”.
Acerca del famoso Puma Goity, no duda en reconocerlo como uno de los mejores actores de su generación. “Lo que le piden, lo hace; es talento puro, desde siempre, desde que nos juntábamos en ese dúo muy gracioso que hacíamos. Nos vemos poco pero nos queremos mucho. Por supuesto que hay trabajos que son más visibles y populares que otros, aunque los hagas mucho tiempo. Terrenal, por ejemplo, es un lugar de mucha visibilidad. Pero hice durante años una obra por la que gané un premio en un festival en Madrid y acá no se enteró nadie”, dice sobre Historia de un pequeño hombrecito, por la que recibió varios galardones; también fue premiado por los infantiles Cosas de payasos y Marisa y Simón: “Cuando me nominaron por Cosas de payasos, para los premios Teatro del mundo 2002, en la misma terna que Alfredo Alcón (por Variaciones Goldberg) ya me di por hecho, para mí había tocado el cielo con las manos”, dice Martínez Bel, el que no piensa en el futuro porque, como los chicos, el juego es aquí y ahora. Mientras tanto, continúa con sus clases de Clown en la Escuela metropolitana de arte dramático (EMAD), tarea que comenzó hace más de 20 años: “A mis alumnos cada vez los veo mejor, aprendo mucho de ellos porque todo lo que tengo para dar lo tengo para recibir. Todo para mí es una sorpresa”.
PARA AGENDAR
Terrenal, de Mauricio Kartun. Sábados y domingos, a las 20, en Caras y Caretas (Sarmiento 2037). $ 1200.
Olvidate del Matadero, de Claudio Martínez Bel. Viernes, a las 20.30, en Teatro del Pueblo (Lavalle 3636). $ 1200.
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