El actor, que homenajea a Juan Carlos Gené en el Teatro San Martín, repasa su vida personal y una trayectoria libre de escándalos, construida con base en sus deseos artísticos más profundos
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Hizo de todo. Desde “galán cómico” en televisión a ser un defensor de poéticas teatrales que hacen a nuestro acervo cultural como el circo criollo, lo gauchesco y la varieté. Hoy, mientras transita los primeros pasos de una nueva temporada en el Teatro San Martín, disfruta de su ecosistema familiar conformado por su esposa y sus dos hijos. “Fui papá de grande”, sostiene.
En una extensa charla con LA NACION, Claudio Gallardou repasa una vida intensa que lo deposita, a los 64 años, en un lugar buscado, construido, tanto en lo personal como en lo laboral, aunque no exento de dolores, pérdidas, que se atreve a recordar a corazón abierto. “A esta altura, uno tiene más conciencia de la finitud”, reconoce. Como en las máscaras del teatro, en él conviven la comedia y el drama.
El maestro
“Alejandro Robino fue alumno de actuación y dirección de Juan Carlos Gené, pero, además, lo conocía muchísimo desde lo personal. Gené era un tipo muy cuestionado por su severidad, pero, sin dudas, despertaba mucho afecto. Movido por la idea de homenajearlo, Robino escribió esta obra”. Claudio Gallardou se refiere al autor y director de Clase póstuma (parodia amorosa), la obra que protagoniza desde hace pocos días en la sala Cunill Cabanellas y que da cuenta del imaginario del recordado maestro de actores. “El personaje está en el limbo, ya fallecido, y, previo a desprenderse de su cuerpo, tiene una ensoñación con sus alumnos, en esa situación da su última clase”. En la obra trabajan alumnos de Gené que, en algunos casos, han llegado a compartir espectáculos con el maestro.
-En lo personal, ¿cómo era tu vínculo con él?
-Nos tuvimos un gran cariño y yo, desde ya, una gran admiración hacia él, pero era un hombre que me costaba, de muchos silencios, parco, sus silencios te dejaban pagando, pero, cuando hablaba, siempre decía algo muy interesante.
-¿Anécdotas con el maestro?
-Tengo tantas… En un momento en el que tenía mucho trabajo, grababa televisión durante el día y teatro a la noche, tomé un seminario con él sobre William Shakespeare y, una mañana, me dejó afuera por llegar cinco minutos tarde.
Lo sagrado
El padre de Claudio Gallardou era recitador y escritor y su madre se dedicaba a la música y el canto. Por cuestiones artísticas y de decisiones familiares, nació en Madrid, pero vivió hasta los 11 años en Montevideo, Uruguay. “Casi toda la escuela primaria la hice allá”, recuerda. “Formando parte de La banda de la risa me casé, me separé”. Diana Lamas, su mujer, formaba parte de esa troupe teatral de gran envergadura artística. Hoy, es padre de dos hijos, Amparo (13) y Nazareno (8) -“Los amo, son hermosos”, dice-, y está casado con la actriz, bailarina y cantante Soledad Argañaraz, integrante del grupo Cosa e’Mandinga, con el que viene trabajando en los últimos tiempos.
-¿Están casados o en pareja?
-Estamos casadísimos hace 14 años.
-¿Se vislumbra la vocación artística en tus hijos?
-Amparo tiene unas condiciones bárbaras, toca el piano y canta, es muy responsable. Mi hijo está muy metido con el mundo del fútbol.
-Fuiste padre en la madurez.
-Esperé bastante y, por momentos, siento la brecha generacional, aunque uno busca acercase.
-Todo es cuando tiene que ser, dicen.
-Quise encontrar el amor para tenerlos, no quise repetir mi historia, ya que fui hijo de padres separados. Mi familia actual es un ámbito de amor.
Exhibición
-En tu época de trabajo en televisión, tu nivel de exposición era alto. ¿Cómo te llevabas con eso?
-No tenía ningún problema, eran trabajos que disfrutaba mucho, la televisión te da una popularidad que te ayudaba a otros lugares.
A comienzos de la década del ochenta, realizaba pequeños papeles en el ciclo de comedias Los Beltrán, protagonizado por Nora Cárpena y Guillermo Bredeston. También hizo culebrones como María de nadie, Grecia, Celeste y hasta trabajó en Poliladron, el ciclo policial que inauguró la productora Polka de Adrián Suar. Tampoco se privó de estar en formatos de hondura dramática como Las 24 horas, Compromiso, Mujeres asesinas o Televisión por la identidad.
“Lamento que hoy no haya ficción, como había en otras épocas. La televisión es un desastre, muestra solamente lo feo del hombre, no hay virtudes. Todo es una competencia, pelea o discusión. Solo se trata de denunciar al otro, es una cultura nueva, de la que hacen uso los poderes”.
-¿Cómo recordás aquella etapa en la que trabajabas en televisión?
-Era floreciente; era ir todos los días a un estudio de televisión manejando mi auto y estudiando el libreto.
-¿Había presión de la industria para que cumplieras el rol de galán?
-Era un galán cómico, no era el galán romántico, no era mi especialidad, no me sentía con condiciones para eso. Sentía que el galán romántico tenía un espectro limitado de interpretación, solo lo que el romanticismo le permitía y no podía ir más allá, pero el amigo, el galán cómico siempre tenía más posibilidades. Por decirlo de alguna manera, era la contraposición entre Romeo y Mercucio. Por eso Shakespeare mata a Mercucio en las primeras escenas, sino hubiese sido la obra de Mercucio.
-Era una época donde estudiabas con los grandes maestros, ¿te enjuiciaba el ámbito intelectual por trabajar en televisión?
-No, pero si lo hacían, no me importaba. Trabajaba en televisión y podía pagarme mi alquiler y las clases. Más adelante, lo que ganaba en televisión lo reinvertía en La banda de la risa, que no me daba dinero, pero sí seriedad y prestigio. Extraño la televisión, no solo para mí, sino para todos los actores argentinos. Cuando los canales comenzaron a comprar latas de ficciones ya terminadas, decidieron utilizar sus estudios vacíos para programas con paneles de gente que hable de otros y se hizo moda. En algunos casos hay paneles con gente que respeto mucho y, en otros, me pregunto quiénes son.
Padecimientos
-¿Qué dolores te atravesaron en la vida y cuál pudiste capitalizar para el arte?
-Sin dudas tengo que hablarte de la pérdida de los seres queridos, no hay dolor que me haya atravesado más, porque lo económico va y viene, hay épocas mejores o peores, he tenido que vender cosas para sobrevivir, a todos nos ha pasado. Uno toma decisiones y no siempre son hacia el lado del dinero. Sin embargo, nada se compara con la pérdida de la gente querida.
-¿A quiénes podrías mencionar?
-Extraño mucho a mi amigo Claudito Da Passano, a compañeros como Silvina Bosco, a los que ya no están y con los que hicimos ruta. También a mi tío Jorgito Micheli, de quien aprendí mucho. Y, por supuesto, extraño mucho a mi mamá y a mi papá. Miro para atrás y pienso en cuantas cosas lindas, pero que ya fueron. Esos son dolores melancólicos.
-Esa conciencia de la finitud, ¿te hace mirar diferente el futuro?
-Hasta hace un tiempo, tenía una imagen muy clara de mi futuro, muy pensada, desarrollada.
-¿Y ahora?
-Es una nebulosa. Me cuesta pensar una imagen del futuro en una sociedad tan vacua, poco sólida. Solo doy pasos cercanos, antes tenía un futuro lejano imaginado.
-¿Cómo se inserta en ese contexto la mirada hacia tus hijos?
-Para mis hijos tengo enormes deseos, los pienso en el futuro, me es más fácil fantasear en ellos.
-Decías que vendiste cosas para sobrevivir, pero eso no te llevó a claudicar en el deseo ni en los modos de organizar tu derrotero artístico.
-No, aunque, alguna vez he tenido que vender el auto y unas motos carísimas bárbaras, pero también lo hice porque ya teniendo hijos uno se preocupa porque no le suceda nada. Son circunstancias; pasan. Lo que queda es la felicidad de las decisiones tomadas. Miro para atrás y me siento muy orgulloso.
-¿Qué es el prestigio?
-¡Qué pregunta difícil! No sé, marca la seriedad y la ética con la que uno respeta el trabajo que hace.
En Camila
Gallardou formó parte de la película Camila, que acaba cumplir cuarenta años desde su estreno, y de títulos como Un amor de Borges. En teatro, fue uno de los tantos actores que inició su carrera escénica desnudándose completamente en La lección de anatomía, pero, quizás, fue con Arlequino donde su sello escénico quedó marcado a fuego y se convirtió en referente de la Commedia dell’Arte en nuestro país. “Me gustaría dirigir cine”, confiesa y, dice en voz baja, que Pampa de furias, una novela escrita por su papá, podría ser un buen debut para pegar el grito de “acción”.
En La banda de la risa, el colectivo teatral amparado en poéticas históricas, el humor y la idiosincrasia del payaso, Gallardou tejió grandes amistades. El actor venía de realizar un seminario sobre técnicas del clown con Cristina Moreira, toda una autoridad en la materia, quien acababa de llegar de España y fue el puntapié para organizar su propio grupo conformado por grandes talentos. Marcos “Bicho” Gómez también fue parte de la propuesta. Su relación laboral y amistad con Gallardou comenzó de una manera muy particular. De manera casual -alguien diría causal- el actor, junto con su colega Tony Lestingi, se topó con una carpa de circo montada por la familia Gómez en un terreno de Pasco y Rivadavia, en pleno barrio de Once. “Nos enamoramos de ese mundo”.
-¿Cómo accedieron?
-Le dijimos a uno de los dueños que estudiábamos clown, para darnos corte europeísta, y si podíamos venir vestidos de payasos para repartir los volantes del circo. Inmediatamente nos dijo que sí. Mientras repartíamos los volantes nos dábamos cachetazos.
-¿Les pagaban?
-No, ¡¿qué nos iban a pagar?! Pero nosotros queríamos disfrazarnos de payasos. Cuando terminamos de repartir los volantes, nos metimos en la carpa con el espectáculo empezado. Ahí le preguntamos al Chango Gómez, el tío del Bicho, si tenía más volantes para repartir. Nos dijo que no, pero nos llevó al coreto, que es la parte de atrás del telón, lo que no se ve de la carpa.
-¿Para qué los llevó hasta esa zona “vedada” para extraños a la compañía?
-Nos ubicó con el resto de los payasos y nos hizo salir a la pista.
-Sin conocerlos.
-Por lo bajo nos decían el texto y las acciones que teníamos que hacer; entre esa gente estaba el Bicho Gómez. Eso está impregnado en mi sangre. Ahí comenzó una amistad muy grande con él.
Cuando La banda de la risa fue invitada a un festival en Escocia, quedaba una vacante libre, lugar que Gallardou le ofreció ocupar al Bicho Gómez, quien se sumó a ese viaje: “A partir de eso, fue su última temporada en el circo familiar. Luego le llegaron las propuestas de Jorge Guinzburg y lo demás es bien conocido”.
Claudio Gallardou tiene 64 años pero parece varios menos, y, desde jovencito, fue un defensor de poéticas asociadas a generaciones anteriores a la suya como el circo criollo, la varieté o el teatro gauchesco. “Fueron tomados como marginales. Cuando hacía clown y trabajaba como payaso, también grababa ficción en televisión y me miraban raro. ´¿Vas gratis a hacer eso en las plazas?´, me cuestionaban asombrados mis compañeros de elenco”.
-¿Te sentís preservador de algunas poéticas?
-Sí, por eso hago mías algunas palabras de la obra que estoy haciendo, donde mi personaje dice que tiene algunas misiones en la sociedad que no son, precisamente, las de hacerse famoso o ganar plata, sino la de preservar valores culturales, la identidad. Los Podestá, Luis Sandrini no fueron a ninguna escuela de teatro, eran espontáneos, histriones.
-¿Te sentís maestro?
-No me gusta definirme así, pero puede ser que lo sea. En Clase póstuma (parodia amorosa), Robino escribió un texto precioso que dice “uno no le enseña nada al otro que el otro no sepa, solo lo ayuda a descubrirlo”. Me encanta ese concepto.
Además de Juan Carlos Gené, cita a Cristina Moreira y Agustín Alezzo como sus grandes maestros. “Alfredo Alcón, China Zorrilla, Carlos Carella también cumplieron ese rol sin saberlo.Tampoco me quiero olvidar de Isabel Martínez, la maestra de teatro del club Neptuno de Montevideo”.
-Pertenecés a una generación bisagra que tuvo contacto con grandes glorias que hoy les faltan a las generaciones jóvenes.
-Y que ni saben quiénes son.
-En la obra que protagonizás, Juan Carlos Gené, el que te retó por llegar tarde a su clase, habla desde el limbo. El público, ¿llega a horario a las funciones?
-Sí, por las dudas, no sea cosa que aparezca una voz del más allá... Aunque, seguramente, nos debe estar retando.
Para agendar
Clase póstuma (parodia amorosa). Teatro San Martín (Corrientes 1530), funciones: miércoles a domingos, a las 19.30.
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