Clásico del off. Patricio Abadi y el celebrado retorno del carnicero poeta
A quince años de su estreno, volvió con Ya no pienso en matambre ni le temo al vacío, un trabajo con el que se afianzó como intérprete y dramaturgo
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“Mi madre ya tenía cáncer de páncreas la noche que hice ‘El Carnicero’ por primera vez”: así comienza el texto que Patricio Abadi compartió en redes sociales para anunciar el regreso de Ya no pienso en matambre ni le temo al vacío, a quince años de su estreno. Ese microrrelato, un concentrado de amor potente y sutil, también es parte del libro que compila gran parte de los monólogos que integran la obra. La selección, publicada por Atuel y prologada por Jorge Dubatti, se presentará en mayo en la Feria del Libro.
El birrete y el delantal de carnicero, regalo de esa mamá en modo despedida, son los mismos que el actor, dramaturgo y director usa hoy en la sala de Boedo junto con Umbra Colombo, Natalia Farano (ambas del elenco original), Sebastián Femenía, Héctor Gilligan, Hernán Melazzi y Ailin Moro. Fiel a la costumbre de convertir en fiestas a sus espectáculos, siempre hay artistas invitados que ya superan los 120: cada uno puede elegir entre tres monólogos de los 68 escritos por Abadi, algunos hace 15 años pero todavía vigentes y otros nuevos para evitar “que la poética se vaya marchitando”, como se refiere a la sucesión verborrágica de personajes que continuará en Timbre 4 hasta fin de marzo y seguirá, a partir de abril, con funciones en diferentes espacios de la ciudad.
“En estos quince años, más allá del tiempo cronológico está esa otra dimensión marcada por los acontecimientos sensibles: nacimientos, pérdidas y los procesos de transformación interiores. El cambio más radical fue que, en aquel momento, yo era hijo y no padre. En este tiempo, perdí a mis padres, un golpe muy difícil de asimilar, y nació mi hijo Franco, hoy de 10 años, que trajo de nuevo la luz perdida. Ya no pienso en matambre... y el resto de mis expresiones artísticas fueron metabolizando estas transformaciones que tienen que ver con el fluir y el devenir de la vida”, dice Abadi, al bucear en la arqueología del proyecto.
Una vez un profesor de teatro le señaló que tenía una relación espontánea con el inconsciente. De las combinaciones de esas asociaciones libres se componen la musicalidad de su pensamiento, su universo poético y una puerta abierta a la sanación: “El teatro es revelador porque involucra cuestiones físicas y emocionales. Y en la actuación, más que en la escritura, pude asombrarme más, llegar más lejos. Son instantes en ensayos, clases, lugares donde el resultado no bloquea la apertura de la búsqueda interior”.
–¿Qué decisiones tomaste para la edición del libro con respecto a lo que pasa en escena?
–Por sugerencia del director editorial Mariano Lopez Podestá, el libro se llama Ya no pienso en matambre ni le temo al Vacío (Monólogos 1) para dejar abierta a una segunda parte. Algo lindo del proceso es que, aparte de los monólogos, voy escribiendo en prosa situaciones vinculadas al proyecto a lo largo de los años y, de manera espontánea, se van armando microrrelatos, en una suerte de bitácora que disfruto mucho escribir. Es un libro de dramaturgia pero complementado con recuerdos en narrativa, algo más híbrido que permite una lectura autónoma independiente de la representación. Estoy muy entusiasmado porque, si bien la obra tiene el fuego del vivo, van a quedar esos textos para el presente y el futuro. Así como Teatro Reunido (Eudeba, 2016) recogió cinco de mis obras premiadas (Lágrimas de Junto, El estadio de arena, Frida Kahlo, La poeta y su novia actriz y Tristeza Não Tem Fin), en este caso estarán publicados mis monólogos que representan un aspecto fuerte de mi identidad dramatúrgica.
–¿El monólogo es el formato que más te representa?
–El monólogo es una zona frecuente de despliegue. Sin embargo, El estadio de arena –muy reconocida y premiada (Primer premio del Fondo Nacional de las Artes) y que dirigí en el teatro Sarmiento– es una obra de personajes con una estructura bastante tradicional. Entre casi cien monólogos y veinte obras de teatro escritas, lo que predomina es la diversidad. No creo que pueda identificarse el conjunto de mi obra con algún género o formato específico sino que está signado por esa heterogeneidad. Se trata de observar e imaginar. Escribir. Luego viene el género o la forma. Generar tramas en las grietas de la realidad. Poner en funcionamiento la maquinaria de la ficción. Producir sentidos para poder habitar ese goteo incesante que es el tiempo.
–Sos uno de los autores de El equilibrista (junto con Mariano Saba y el mismo protagonista, Mauricio Dayub), ¿cómo explicás ese éxito y tu relación artística con Dayub?
–Lo que estamos viviendo con El equilibrista es asombroso. Aparte de los premios que ha cosechado, llegó a 100.000 espectadores. Es un número imponente. Pero no lo digo desde un elogio de la masividad o como un comentario superficial para alimentar la fábula del éxito. Lo que más me regocija es que los universos que pude aportar a la obra nacieron en el espacio de delicada intimidad de la escritura, dándole forma a vivencias personales, en ese humilde tratamiento de orfebrería para que las palabras puedan despertar emociones, multiplicar sentidos y embellecer el lenguaje. Cuando la masividad llega a partir de ese trabajo consciente, constante y sofisticado sobre la escritura, provoca una gran satisfacción. Con Dayub ya llevamos casi 20 años de trabajar en colaboración. La dupla tuvo como celestinos nada menos que a Mauricio Kartun y Daniel Veronese. Es como si mi dramaturgia y su actuación hubieran estado predestinadas a encontrarse casi más allá de nosotros mismos. Todo comenzó cuando un texto mío quedó seleccionado para formar parte de Monólogos por la identidad y se lo asignaron a Dayub. El resultado fue muy auspicioso, se deslizaba sobre mis historias con mucha efectividad. Al año siguiente se repitió la situación: nuevamente Kartun y Veronese se lo vuelven a asignar a Dayub y otra vez se dio una comunión muy poderosa entre el texto, la actuación y el público de Teatro por la identidad. A los dos años, Dayub me dijo que quería crear un espectáculo y así nació este fenómeno. Luego armó un gran equipo a todo nivel, se estableció una conexión muy fuerte con el espectador y al día de hoy el material se encuentra muy saludable. Tuve la suerte de estar como autor en las funciones de Madrid, Punta del Este, Mar del Plata y Tel Aviv, y es muy enriquecedor como se va resignificando con cada cultura. Y como escritor, disfruto mucho de estar en la sala y percibir como algunas palabras que nacieron de historias personales o de melodías interiores estallan en la representación y la gente se divierte y conmueve.
–Al mismo tiempo te ofrecen protagonizar Hamlet y una comedia en calle Corrientes dirigida por Dayub. ¿Qué elegís?
–Ja. Qué disyuntiva. Tal vez, ambas. ¿Porqué no? En Microteatro, en los últimos años, protagonicé casi una decena de comedias. Es un espacio muy placentero donde puedo mantener activo a mi actor. Y disfruto mucho cuando la gente se ríe porque es un estado liberador. Sobre todo cuando la comedia que se comparte tiene una búsqueda artística. Y Hamlet me encanta también porque es una radiografía perfecta de la complejidad del ser humano.
–¿Qué te hizo llorar o reír mucho en un espectáculo?
–Tengo una sensibilidad que tiende hacia lo emotivo pero no soy de manifestaciones muy estridentes. No lloro a mares ni río a carcajadas. Será que los escritores pasamos mucho tiempo en soledad y nos acostumbramos a silbar bajito, si bien me conmuevo y me divierto mucho, claro. Pero hay una situación que, tanto en la ficción como en la realidad, me provoca una combinación entre angustia y ternura. Es una imagen que cada vez que retorna me produce ese sentimiento. Me refiero a un adulto y un niño juntos, enfrentando la vida. Puede ser un padre y un hijo. Un hermano mayor y un hermano menor. La última vez que me pasó fue con la película C´mon C´mon, con Joaquin Phoenix. Capaz deba tener que ver con la relación con mi padre y con mi hijo. No lo sé, tampoco me preocupa llevar el tema al psicoanálisis. Hay cosas que mejor dejarlas así, en ese estado más trémulo e irracional. De algún modo es una forma de conservar la pureza de los estados que son el combustible para nuestras posteriores composiciones actorales o literarias.
¿Con qué artistas te identificás?
–Ya no pienso en matambre... es un proyecto que me permite compartir un espacio con gente que admiro. Y lo que más me sigue conmoviendo de todo es la bondad –puede parecer ingenua la observación– pero me refiero a las personas que tienen una naturaleza donde “el yo”, por momentos, se puede replegar para dar lugar a las voces de los otros y ser felices en el desarrollo de una grupalidad. En esta obra, más allá del poder de fuego sobre la escena, ponemos por delante la calidad humana, esa calidez que hace que cuando viene un artista invitado viva una experiencia plena al ensamblarse, no solo en la artístico sino también en el plano personal. Cada vez que veo un artista invitado salir con esa felicidad de haber sido abrazado por el calor grupal, en tiempos tan complejos, regreso a lo esencial de este proyecto: una familia teatral, donde el intercambio es expresivo pero también humano y afectivo.
“Me entusiasman tantas cosas que a veces me resultan imposible de abarcar”, dice el inabarcable Patricio Abadi. Entre tantas, mientras la dramaturgia permanece como su oficio más autónomo, la docencia volvió a convocarlo. Este año será parte del equipo de maestros de Timbre 4 para dirigir el montaje que realizan los alumnos del último año de la escuela de actuación: “Más que como un académico tradicional, me gusta pensar mi lugar como un detonador de imaginarios, alguien que colabora para que los otros puede poner afuera su mundo interno a favor de un proceso creativo, desde el disfrute y la alegría”.
Al otro lado de la docencia y al sur del Riachuelo, prepara “Pato Random Feat”, un nuevo proyecto para promover el encuentro y la fusión de lenguajes con artistas de diferentes disciplinas. El lanzamiento será en la inauguración del MACU, un nuevo espacio multicultural en pleno centro de Lanús.
PARA AGENDAR
Ya no pienso en matambre ni le temo al vacío, de Patricio Abadi.
Los sábados, a las 22.30. En Timbre 4, Boedo 640. $2000.
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