Acaba de recibir una nominación al Emmy por su rol en La nueva vida de Toby y estrena hoy Círculo cerrado, su primera colaboración con Steven Soderbergh; a los 44 años, se volcó decididamente a la TV, donde surgió como ícono juvenil en los noventa en la recordada My So-Called Life
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Cuando Baz Luhrmann la eligió para protagonizar Romeo + Julieta (1996) –su irreverente relectura de la letra de Shakespeare en clave de romanticismo pop– apenas la había visto en la serie de culto de la ABC que solo duró dos temporadas: My So-Called Life. Pese a ello, en la audición –en la misma en la que su partenaire, nada menos que Leonardo DiCaprio, dijo que fue la única de las actrices que lo miró a los ojos- el director australiano quedó fascinado. Unos meses después del rodaje, Luhrmann la bautizó “la Meryl Streep de su generación”, menos como una promesa que como una extraña maldición. El éxito y la repercusión de aquel clásico del cine adolescente de los 90 empujó a Claire Danes a un camino promisorio, pero al mismo tiempo cargó sus alforjas con demasiadas presiones y expectativas.
Su camino a la actuación estuvo signado por esas pequeñas revelaciones desde sus comienzos. Ya la guionista y productora televisiva Winnie Holzman había quedado prendada de su talento durante el casting en el que finalmente Danes le arrebató el protagónico de My So-Called Life a la ya emancipada Alicia Silverstone. Todavía en el colegio y orgullosa habitante de Manhattan, la joven actriz debió trasladarse con toda su familia a Los Ángeles, comenzar en un nuevo colegio en la costa oeste y lidiar con las largas jornadas de filmación. Pero su interpretación de Ángela en la serie la convirtió en una promesa de aquella televisión, todavía muy lejos del streaming. El romance de ficción con Jared Leto, los desafíos del coming of age y la agudeza de los diálogos escritos por Holzman se mezclaban con la singularidad del talento de la adolescente: “Lo que ella sabía no se podía enseñar”.
La frase de Winnie Holzman asoma en una extensa entrevista publicada en The New Yorker allá por 2013, en el pináculo del éxito de Homeland. La nota se hacía una pregunta que varias voces intentaban responder. ¿De dónde provienen las volcánicas interpretaciones de Claire Danes? Y ese punto de partida era sin lugar a dudas el personaje de Carrie Mathison, la agente de la CIA, impulsiva y bipolar, dispuesta a luchar contra enemigos que resultaban estar más cerca de lo que creía. Creada por Alex Hansa y Howard Gordon, y emergente del tiempo posterior al 11 de septiembre de 2001, cuando la euforia patriótica que había inspirado a 24 se había disipado y solo quedaban dudas e inseguridades, Homeland fue un renacer para la carrera de Danes, un personaje atípico en su trayectoria pero hecho a su medida. Y esa intensidad que alimentaba su errático comportamiento, que la envolvía en traiciones y la sumergía en una creciente paranoia, se alimentaba del mismo fuego que la había colocado en la cima en su adolescencia y luego la había arrebatado de la escena pública, en un abrir y cerrar de ojos.
Es que después de la inesperada cancelación de My So-Called Life (conocida fugazmente en castellano como Esta es mi vida y actualmente inconseguible en plataformas) y el éxito de Romeo + Julieta, la carrera de Danes parecía encontrar un terreno más propicio en el cine. Filmó trece películas en solo cinco años, pero para 1999 decidió inscribirse en Yale. “Necesitaba un tiempo en la universidad para tener en claro quién era y qué quería ser”. Pero en Hollywood el tiempo es tirano y para cuando salió de las aulas, los vientos de la nueva década habían cambiado el rumbo del cine. Los 2000 fueron un tiempo de reajuste y las expectativas de una Danes más adulta y exigente la condujeron a papeles pequeños en películas con cierto reconocimiento –Las locuras de Igby (2002), Las horas (2002), Me and Orson Welles (2007)- alguna que otra incursión en el mainstream sin demasiados auspicios –Terminator 3: La rebelión de las máquinas (2003) y Stardust: El misterio de la estrella (2007)- y no mucho más. Fue entonces cuando la danza reapareció en su vida tras un prolongado alejamiento, de la mano de la coreógrafa Tamar Rogoff, y le permitió reconciliarse con su cuerpo de adulta. “No tienes que decirme lo que piensas”, me dijo Tamar en ese momento. “Puedes expresarlo con tus gestos y movimientos, todo tu cuerpo es dramático”. Con el tiempo llegó la oportunidad de hacerlo: Danes llegó a los escenarios del Village para interpretar a una mujer paralizada que no utiliza silla de ruedas en un unipersonal titulado Christina Olson: American Model, inspirado en la pintura de Andrew Wyeth, Christina’s World.
Fue entonces la casualidad la que la condujo a Homeland. HBO preparaba una película sobre Temple Grandin, una mujer con autismo convertida en una de zoólogas más importantes del mundo y, sorprendiendo a todo su equipo -e incluso a la propia Grandin-, el director británico Mick Jackson convocó a la actriz para el papel. Juntos modelaron una performance austera y poderosa, signada por la contención emocional y una profunda introspección. “Cuando escuché que Claire Danes iba a interpretarme, la busqué en Internet, la encontré con ese pelo rubio y largo, y pensé que me estaban cargando”, expresó Grandin, por entonces ya de 60 años. Pero Danes la invitó a su loft en el Soho, la observó con detenimiento, y construyó en sintonía con su mirada y expresiones corporales un trabajo que esquivaba la mímesis y se proponía asumir esa personalidad desde su interior. Con la misma fuerza volcánica que había dado a cada uno de sus personajes adolescentes, engrandecida esta vez por el manejo corporal que le había restituido su trabajo en el teatro.
Temple Grandin se exhibió en televisión a comienzos de 2010 y esa misma semana los productores Alex Gansa y Howard Gordon daban forma al thriller que la tendría como protagonista en la próxima década. Otra vez la TV arrebataba a Claire Danes al cine. Homeland fue todo un hito en su carrera a lo largo de sus ocho temporadas, con sus altibajos de audiencia, sus logros y concesiones en la excelencia, y su crudo retrato de la geopolítica mundial desde las tensiones en Medio Oriente hasta la nueva Guerra Fría con la Rusia de Putin. Carrie Mathison se convirtió en su otra piel, le valió premios y nominaciones a los Emmy, los Globos de Oro y los Screen Actors Guild, al mismo tiempo que el reconocimiento crítico y una renovada popularidad. Otra vez aparecía la pregunta: ¿de dónde nace la tensión que recorre su cuerpo y su mente, el caos que bulle en su interior y se transformaba en un tenso control? “Me interesaba [de Carrie] la dicotomía entre sus fallas y transgresiones y su fuerte núcleo moral. A pesar de su constante temeridad e imprudencia, era honesta y creía en su trabajo. Podía sacrificar su vida en nombre de un ideal”.
Sacrificio, moral y soledad definían a Carrie Mathison como la heroína de los nuevos tiempos. Pero una vez que su camino llegó a su fin y en 2020 la serie dio las hurras, cerrando un ciclo en la vida profesional de la actriz, un nuevo interrogante se hizo presente: ¿cómo seguir? Para Danes era importante recuperar algo de su intimidad, agitada en esos años por tantas horas de rodaje y exposición. Casada con el actor británico Hugh Dancy y madre de dos hijos –y un tercero en camino-, Danes tomó la precaución de evaluar con paciencia y dedicación cada proyecto. El dilema era si embarcarse en una historia a largo plazo como había sido Homeland, o apostar a proyectos más cortos e inmediatos. Esa última opción fue la ganadora y en un escenario signado por cierta crisis en el mundo de las series después de la pandemia, algo agotada aquella era de oro y a la espera de cierta renovación –que parece demorarse debido a la huelga de guionistas, posiblemente también una de actores y otras que vendrán en una industria bastante desconcertada-, nuevos vientos parecen soplar para el futuro de Claire Danes.
Primero fue The Essex Serpent (2022), drama romántico situado en la era victoriana e inspirado en la novela de Sarah Perry sobre una mujer viuda que decide aventurarse en los pantanos de Essex para explorar la posible aparición de una serpiente marina (está disponible en Apple TV+). La Cora Seaborne de Claire Danes es una mujer audaz para su época, síntoma de una transgresión que ocurre de la mano de la ciencia pero impacta sobre el territorio de la fe. Su periplo desde Londres hasta la costa este de Inglaterra lo impulsa la curiosidad por el saber pero también la prueba de su propia valía, ahogada durante años por un marido severo y abusivo. El encuentro con el vicario Will Ransome (Tom Hiddleston) despierta un conflicto que excede la pasión: ¿es la serpiente una de las especies originales del mundo que han escapado a la evolución? ¿O es una enviada del diablo para tentar a los pecadores? Si la respuesta está en la creencia o en la revelación científica es algo que la propia Cora debe conducir, entre sus deseos de mujer y sus anhelos de emancipación.
Danes obtiene el centro de la escena y da vida a otra de esas mujeres atípicas en su época, a contrapelo de los mandatos sociales y de los protocolos domésticos. Con su pelo de un color rubio intenso, casi anaranjado, recorre los bañados de la costa británica con una energía singular, propia de las corrientes subterráneas que erosionaron aquel imperio victoriano. Fue uno de los grandes estrenos de la plataforma, que ha intentado asomar en la marea del streaming con cierta excelencia creativa ahora que otras parecen adocenarse fruto de las fusiones y el dictado de la rentabilidad. Pero la crítica no fue demasiado auspiciosa y no tuvo la repercusión que hubiera merecido. Sin embargo, enseguida hubo revancha: en el mismo 2022 llegó La nueva vida de Toby, miniserie de Star+ construida en base a una serie de sucesivos flashbacks y cambios de punto de vista que le dieron a su personaje la verdadera clave de la historia.
Todo comienza con la separación de Toby (Jesse Eisenberg), un médico de Nueva York, padre de dos hijos, que debe afrontar los dilemas de su nueva vida, su nuevo departamento, su nueva soltería. Los primeros episodios se concentran en ese reajuste, la exploración del sexo vía aplicaciones de citas, las salidas con amigos, la paternidad en soledad. Pero el conflicto latente es la misteriosa desaparición de Rachel, su esposa y responsable aparente de sus fracasos y frustraciones. Danes modela a Rachel desde esa voz ajena que la recrea, que la revela ambiciosa y algo frívola, ama y señora de Manhattan como agente de las estrellas de Broadway. En tanto Rachel no tiene presente, lo que queda es la reconstrucción de su pasado, de la mano de Toby y de la inquieta narradora que construye Lizzy Caplan. El aire que respira la serie se lo debe al cine de Woody Allen, al estilo indie de Noah Baumbach, pero también al juego literario de voces cruzadas y narradores poco fiables que hacen de un conflictivo divorcio un inquietante misterio.
El trabajo de Danes, sobre todo en el giro final que resulta revelador, reafirma su talento más allá de ese modelo de heroína que engendró con cierto fatalismo en Homeland –acaba de recibir una nominación al Emmy por el papel, una de las nueve de la miniserie–. Es quizás la posibilidad de regresar a un mundo concreto, alejado de los bañados victorianos y las explosiones en Medio Oriente, y asimilable a su propio pasado en Nueva York, la ciudad que la vio convertirse en actriz. El mundillo del teatro, los meandros de una crisis matrimonial, y los contrapuntos narrativos de una pareja que parece disputarse la voz en su historia, forjaron una reinvención del talento más mundano de Danes.
Y ahora llega un nuevo personaje, otra vez en el corazón de Nueva York, pero en el centro de un círculo de misterios escrito por Ed Solomon (Mosaic) y dirigido por Steven Soderbergh. Disponible a partir de hoy en HBO Max, Círculo cerrado es un críptico rompecabezas que tiene un secuestro fallido como disparador y una serie de malentendidos como engranajes del desastre. Claire Danes interpreta a Sam, la hija de un famoso chef del que vive y goza toda su familia. Casada con Derek (Timothy Olyphant) vive en un lujoso condominio en el bajo Manhattan e intenta criar a su hijo adolescente con la conciencia de sus evidentes privilegios. La confusión alrededor del posible secuestro de su hijo y las maquinaciones de un grupo de inmigrantes guyaneses que buscan romper una maldición y encontrar un destino virtuoso en Estados Unidos despliegan una trama espesa en la que Sam asoma como uno de los personajes con más aristas y transformaciones. Es el territorio perfecto para el nervio de la actriz, que condensa las convulsiones interiores en una apariencia fría y algo calculadora.
Muchos actores y actrices han perdido la brújula de su carrera al intentar reinventarse luego de un personaje “definitorio”. Muchos desaparecen de la escena hasta la aparición de una historia que pueda asegurarles una nueva consagración. Le ocurrió a Sandra Oh luego de Grey’s Anatomy hasta la llegada de Killing Eve; a Matthew Fox desde Party of Five hasta Lost. Claire Danes ha logrado apropiarse de la esencia de Carrie Mathison para sus nuevos personajes, aún aquellos habitantes de universos tan lejanos como el melodrama victoriano o la comedia neurótica. En cada caso, esa fuerza volcánica sigue siendo la misma, aquella que ha despertado las emociones más intensas, los descubrimientos más inesperados. Una energía que deja sin respuestas.
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