Cipe Lincovsky: la actriz que marcó una época
"Nací argentina porque mis padres salieron del puerto de Gdansk un 25 de mayo de 1922 y llegaron a Buenos Aires el 9 de julio. Esas fechas no me parecen casuales", escribió Cipe Lincovsky en su libro Encuentros. Vida de una artista. Ayer, a los 85 años, falleció a causa de un paro cardíaco. Cipe fue una actriz que marcó una época tan violenta como experimental, tan local como internacional.
En sus días de estudiante secundaria encabezó una huelga que impidió la entrada al Carlos Pellegrini en nombre de algún reclamo con sabor a justo. La echaron. Camino a su casa, dudó en la forma de contárselo a sus padres. Cuando juntó coraje, aquella señora de las tablas que trabajó dos veces en la obra Madre coraje y sus hijos, se lo dijo. "¡Mejor! Mucho mejor. Así podrás dedicarte completamente al teatro", le dijo Joel Lincovsky, su padre. Aquello la marcó.
Bertolt Brecht dejó otra marca en su cuerpo, en su expresión. Participó de la puesta local de Madre coraje y sus hijos en el teatro IFT, en 1953. Hacía de la muda. La dirigió Alberto D'Aversa y la escenografía era de Saulo Benavente.
La segunda vez fue en el Teatro Nacional Cervantes. Eso fue en 1989, con dirección del georgiano Robert Sturua. El papel de la muda lo hacía Soledad Silveyra y ella, el principal, la madre coraje del título. Ese mismo año, coprotagonizó con Liv Ullman la película La amiga, de Jeanine Meerapfel. En la pantalla grande, muchos años antes, había participado del elenco de La tregua. Su último trabajo en la pantalla grande fue en El amigo alemán, de 2012.
A Cipe, como a muchos de su generación, la marcaron el país, su tiempo, la dictadura, el desgarro. En 1975 recibió amenazas de la Triple A. En los primeros meses de la dictadura integró una lista negra. Al principio guardaba las cartas que la amenazaban. Cuando empezaron a acumularse, las tiró: las hizo desaparecer. Su hermana y su cuñado desaparecieron durante la dictadura. Partió a Madrid con lo puesto. O, en verdad y como tantos otros, estando allá se dio cuenta de que se tenía que quedar. Una tarde decidió limpiar su casa. Pero, claro, no tenía trapos. "Esto es el exilio", pensó.
Pero las ciudades lejanas a su barrio de Once, los aviones, el trajín de los viajes, el aproximarse a otros mundos le dejaron otras marcas. "Los viajes siempre me han deparado sorpresas, encuentros trascendentes para mi vida artística", reconoció alguna vez. En 1957 llegó por primera vez a Alemania con su hija recién nacida. Era la Berlín de posguerra. Brecht había muerto el año anterior. Terminó trabajando en el mítico Berliner Ensemble. Cuando se cumplieron 50 años de la muerte del dramaturgo, ella le dedicó un unipersonal. "Cipe dice Brecht. Cipe recita Brecht. Cipe canta Brecht. Cipe respira Brecht", escribió alguna vez el crítico Ernesto Schoo. Aquella vez, como tantas otras veces, recitó esas líneas que aparecen asociadas a su voz ("Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó...").
En uno de sus tantos viajes conoció al coreógrafo belga Maurice Béjart. Eso fue en 1989, en San Pablo. Béjart la invitó a integrar el elenco de Nijinsky, clown de Dios, compartiendo escena con el argentino Jorge Donn, a quien había conocido en el Teatro Colón, en donde ella también había estudiado. Hicieron aquella obra durante cinco años en distintas ciudades del mundo. Con ellos, luego, montó Che, Quijote, tango. Así como en otros tiempos David Stivel, Juan Carlos Gené y Sergio Renán fueron sus maestros, Béjart también se convirtió en uno.
En esa línea por fuera de lo establecido en sus inicios regidos por Stanislavsky y su propia métrica, en 1978, en Caracas, conoció a Lindsay Kemp, figura fundamental de la renovación escénica de esos tiempos tan proclives a la experimentación. Terminaron trabajando juntos, como también ocurrió con Vittorio Gassman, con Leonor Manso, con Carlos Carella, con Héctor Alterio o a las órdenes de María Herminia Avellaneda para la TV, o bajo la mirada de Jorge Lavelli, en teatro.
Cipe solía citar a Brecht. Brecht decía: "El entorno hace tu ser". La variedad en el entorno del mundo artístico de Cipe la marcó. Su padre también le decía: "Cipe, el talento es importante, pero tiene que hacerle bien a la gente". Quizás aquella vez que participó de Teatro Abierto en 1981 se sintió bien, sintió que estaba haciendo algo por la gente. O fue, como alguna vez dijo; "la posibilidad de decirles que no nos habían callado".
Su padre la llevaba al teatro en un cajón de manzanas devenido en moisés. Ella aprendió a hablar escuchando textos de August Strindberg, Sholem Aleijem, Henrik Ibsen, Anton Chejov. Su padre fue uno de los fundadores del teatro IFT, sala que estrenó textos de Brecht o de Arhur Miller al mismo tiempo que se estrenaban en sus ciudades de origen. El IFT fue una sala fundamental en el movimiento de teatro judío porteño y en la escena del teatro independiente de la época. "A mí no me costó ser la actriz que soy. A mí me regalaron todo", dijo alguna otra vez Cipe Lincovsky.
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