Yuku y la flor del Himalaya: una gran aventura de iniciación, capaz de hablarle a cualquier espectador
La historia de una pequeña ratoncita se revela como una sólida propuesta que se mantiene fiel a las fórmulas prestablecidas, pero otorgándoles un renovado perfume
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Yuku y la flor del Himalaya (Bélgica/2022). Dirección: Arnaud Demuynck y Rémi Durin. Guion: Arnaud Demuynck. Música: Alexandre Brouillard. Elenco: Lily Demuynck, Agnés Jaoui. Calificación: apta para todo público. Distribuidora: independiente. Duración: 65 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
La canción sigue siendo la misma, aunque no por eso pierde efectividad. En Yuku y la flor del Himalaya, la protagonista es una ratoncita que vive junto a sus muchos hermanos, su mamá y su abuela, en la gigantesca biblioteca de un castillo. Pero luego del ataque de un malvado gato, la abuela quedará malherida y por ese motivo, a Yuku se le ocurre salir en busca de una flor de mágicos poderes curativos. Su única herramienta para el viaje es un ukelele con el que tocará toda clase de melodías. Con todo listo para la aventura, la pequeña protagonista comienza una travesía hacia terrenos desconocidos, con la intención de encontrar la misteriosa flor. Como es regla en estos cuentos, a lo largo de su periplo Yuku conocerá amigos, enfrentará a toda clase de peligros, y aprenderá una agridulce (aunque valiosa) lección.
Salta a la vista que a esta historia la vimos mil veces, y por eso acá juega ese viejo axioma zeppeliniano sobre como “la canción sigue siendo la misma”, ya que los pequeños personajes que emprenden un peligroso viaje solitario, fueron y son materia prima de relatos iniciáticos desde tiempos inmemoriales. Sin embargo, y como es regla también para un buen cover, apropiarse de un esquema previo solo tiene valor en la medida que el músico sepa imprimirle a esa canción ajena una firma propia. Yuku y la flor del Himalaya, en efecto tiene esa firma, y ese es su triunfo.
El cine de animación europeo es un inmejorable banco experimental, del que surgen voces capaces de tocar fibras distintas de las que suelen visitar Pixar o Ilumination. Oink oink, Mi amigo robot o las producciones de Tomm Moore son ejemplos claros. Con presupuestos mucho más modestos, son films que transmiten verdad, y que emocionan desde el amor por comprender la animación como un proceso artesanal, en el que la identidad estética está íntimamente ligada a la naturaleza de la historia que se cuenta. Yuku y la flor del Himalaya emprende la búsqueda de las tradiciones de los relatos iniciáticos, construyendo en dicho proceso un sólido puente emocional con el público.
Este es un largometraje que contiene lo esperable del cine animado (escenas de gran emoción, personajes entrañables, algún que otro momento triste y canciones pegadizas), pero eso no lo hace predecible. A lo largo del viaje de Yuku se despliega un mundo en el que a muchos les gustaría vivir, una zona de confort que –como le sucede a la ratoncita protagonista– lamentablemente debe quedar atrás. Hay que ver Yuku y la flor del Himalaya, y abrazar la falta de cinismo y pose que muestra la animación como una medalla que hace tanto no se cuelgan otras desangeladas películas que sirven de efímero recreo para el público adulto.
Dicho así, Yuku parece casi spielbergiana, y eso no es poca cosa.
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