Yo, Christiane F.: drogas, prostitución y la decadente Berlín de los 80 para la impactante película que vuelve con una versión restaurada
La película dirigida por el alemán Uli Edel cuenta la dramática historia de una joven adicta a la heroína en la agitada Alemania de los años previos a la caída del Muro; se puede ver en MUBI y Prime Video
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El caso de Christiane Felscherinow sacudió a la Alemania de los años 80. Nacida en Hamburgo, en 1962, Christiane llegó a Berlín con sus padres y una hermana menor cuando era una niña de apenas 6 años, pero ya tenía muy claro el trauma que implica ser parte de una familia disfuncional. A los 12 empezó a consumir cannabis, LSD y medicamentos (Valium, Mandrix) que la ayudaban a escapar de una realidad difícil de aceptar para ella: su padre se había marchado, su hermana se había ido con él y su madre no le prestaba demasiada atención. Muy pronto descubrió la discoteca Sound, un antro berlinés frecuentado por adictos a la heroína que fue una trampa muy peligrosa para ella.
A los 16 ya era una yonqui consumada, pero tuvo la suficiente lucidez como para contar sus experiencias en un libro (Los niños de la estación del Zoo) que se convirtió en best seller y fue llevado al cine tres años después de su lanzamiento, en 1981. El director de la película fue el alemán Uli Edel, que después adaptaría otros dos libros muy controvertidos: Última salida, Brooklyn, oscura novela de Hubert Selby Jr. ambientada en ese barrio neoyorquino y plagada de personajes marginales, y Der Baader Meinhof Komplex, de Stefan Aust, centrado en la historia de la Fracción del Ejército Rojo (RAF), un grupo de guerrilla armada que apareció en la República Federal de Alemania de la posguerra y provocó una crisis nacional con su seguidilla de atentados, justo en la misma época en la que se estrenó la película Yo Christiane F.
Escrito por dos periodistas de la revista alemana Stern -que en los 80 desató un gran escándalo con la publicación de los supuestos diarios de Hitler-, el libro recoge el testimonio en primera persona de una jovencita de clase media envuelta en una espiral de adicciones. Su publicación fue un hito: se tradujo a más de veinte idiomas y fue la base de la película, que sólo en Alemania vendió cinco millones de entradas. Años más tarde, luego de varios intentos de desintoxicación y otras tantas recaídas, Christiane F. publicó un segundo libro, esta vez con la colaboración de la periodista alemana Sonja Vukovic, que también fue un suceso. Yo, Cristina F. Mi segunda vida es otro relato en primera persona muy dramático porque revela la pelea de una mujer adulta por reconstituirse, luego de una intensa tormenta personal y en medio de los problemas de salud físicos y psicológicos que le provocaron sus adicciones. Christiane F., que hoy tiene 61 años, sufre con la fibrosis y la hepatitis C (una de las más agresivas con el hígado y que puede derivar en cirrosis), habla de su no tan pacífica “segunda vida”, marcada por el asedio de una prensa internacional ávida por el morbo, sus pozos depresivos y la complicada crianza de su hijo, Jan-Niklas.
Pero más allá de la impactante biografía de esta mujer bella y carismática, un gancho evidente para los lectores que buscan historias conmocionantes, la película tiene un valor propio por la crudeza con la pinta un microuniverso, el día a día de un grupo de jovencitos adictos a la heroína que se prostituyen con el único objetivo de conseguir el dinero necesario para sus dosis diarias. También impresiona por cómo captura el clima de una ciudad, Berlín, que en los años previos a la caída del Muro vivía una explosión de inconformismo juvenil y el desarrollo de una cultura underground que le abría paso al punk, la escena electrónica independiente y los manifiestos políticos revolucionarios herederos del Mayo francés. Los movimientos de izquierda radical que habían florecido en casi todo el mundo tenían glamour para muchos jóvenes alemanes, así como el ideal romántico del Che Guevara se extendió por el mundo con una lógica superficial hasta volverse un significante vacío. El escenario de esa Berlín está muy bien retratado en el documental B-Movie - Lust & Sound in West-Berlin 1979-1989 (2015), que podría ser complemento perfecto de un programa cinematográfico sobre un lugar y una época con Yo, Cristina F y los materiales que es fácil encontrar en YouTube sobre la organización Baader-Meinhoff.
La fotografía de Christiane F.–Wir Kinder vom Bahnhof Zoo, el título original de este film que también es conocido con otro título más hiperbólico, Yo, Christiane F., 13 años, drogada y prostituida, es un verdadero prodigio porque rescata, al mismo tiempo, la sordidez y la belleza oscura de una ciudad en plena efervescencia social. En muchos tramos también transmite la verosimilitud del buen cine documental. Los encargados de la imagen fueron Jürgen Jürges -un profesional que trabajó con Fassbinder, Wenders y Haneke, entre otros cineastas de renombre-, y Justus Pankau, un colega con más experiencia en el terreno del documental que fue convocado justamente por eso: fue él quien logró colarse en el espeso ambiente de la estación ferroviaria del Zoo de Berlín, en el antiguo distrito de Kurfürstendamm, para registrar clandestinamente el día a día de los jovencitos que protagonizan la película. Ninguno de esos chicos tenía antecedentes actorales, pero todos estaban inmersos en el mismo submundo en el que se movía Christiane F., interpretada en la película con una solvencia asombrosa por Natja Brunckhorst, que tenía 13 años cuando hizo el papel.
El largometraje de Edel no es para nada edulcorado. Por el contrario, tiene varias escenas muy potentes, no aptas para espectadores impresionables, que muestran sin tapujos jeringas, drogas, sangre, rincones mugrientos de esa Berlín subterránea y, particularmente, una secuencia memorable que revela la crisis de la protagonista y su novio Detlev. Thomas Haustein, un chico que la producción encontró en la discoteca Sound y que nunca había actuado hasta ese momento, asumió el papel de ese amor adolescente de Christiane F., hermoso aún en su contexto desesperante. La gestualidad tensa de Haustein, sus movimientos algo robóticos, su estampa de sex-symbol entregado al reviente y su innegable carisma funcionan a la perfección en el relato. Por momentos parece uno de los “modelos” de Robert Bresson, enemigo declarado de la composición actoral más tradicional. El casting y la posterior dirección actoral fueron aciertos de la película. Como también lo fue la decisión de filmar en escenarios reales como los barrios para las clases populares construidos por el Estado alemán en Gropiusstadt y los baños públicos de Bülowstraße, otra zona caliente del metro de la Berlín de fines de los 70 e inicios de los 80, esa ciudad embrujada a la que llegaron para instalarse artistas famosos como Nick Cave y David Bowie.
El rol de Bowie es central en la película de Edel. Además de las canciones que aporta a la excelente banda sonora (entre ellas, “Heroes”, uno de los hits de su célebre etapa berlinesa en sociedad con Brian Eno, utilizado en una de las pocas secuencias radiantes y esperanzadoras de la película), aparece en un concierto en el que Christiane F. lo observa fascinada desde muy cerca y que carga a la historia de significado: ese Bowie influenciado por el synthpop alemán y el rock experimental europeo es una marca indiscutible de la época. En su cuerpo y su música resuenan los ecos de una ciudad adictiva en más de un sentido. Aunque por entonces el músico inglés pasaba mucho tiempo en la capital alemana, el show montado especialmente para el film de Edel se rodó en el club nocturno Hurray de Nueva York, donde estaba viviendo temporalmente mientras protagonizaba una versión teatral de El hombre elefante en Broadway.
Entre la mirada extasiada de esa chica de 13 años que descubre un mundo a través de la música y la magnética performance escénica de su ídolo y la que luego observaremos en otra parte de la película completamente extraviada por el efecto de la heroína (en su primer libro, Christiane F. cuenta que empezó a consumir la noche de ese recital berlinés especialmente recreado), hay una diferencia que simboliza el drama de la protagonista, una adolescente agobiada por un entorno excitante, pero también salvaje y hostil que con el paso del tiempo se transformaría en una obstinada sobreviviente.
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