Ya no estoy aquí: cumbia y raros peinados para enfrentar una realidad violenta
"Cómo extraño mi sabana hermosa, metida en la Cordillera / Esperando que llegue la hora de regresar a mi tierra"
Subido sobre un ritmo bailable, el espíritu de las palabras llenas de nostalgia del cantautor Lisandro Meza realiza un viaje de muchos kilómetros. De Colombia a las montañas de Monterrey, en México, donde el pueblo se apropia y adapta esa música como forma de expresión; de ahí hasta algún suburbio de Nueva York, donde un joven inmigrante recuerda su tierra, a sus amigos y el ritual alrededor de la cumbia colombiana.
Ese viaje, a través del tiempo y del espacio, está representado en Ya no estoy aquí. La película escrita y dirigida por Fernando Frías de la Parra, que se estrena este jueves en la sala Lugones, es un retrato del fenómeno social y cultural alrededor de la cumbia colombiana, que se generó en la zona de las montañas de Monterrey, donde la pobreza y la violencia son una realidad de la cual es difícil escapar. Pero lejos de ser un distante estudio antropológico del cruce cultural, el film tiene una mirada sensible y generadora de empatía sobre las vidas de los chicos de la zona, sintetizada en la historia de Ulises, un adolescente que se convierte en parte de una pandilla con una forma de bailar, de vestirse y de peinarse muy particulares. Su estética está inspirada por la cumbia colombiana, esa música que adoptaron como propia los migrantes de otras zonas de México que llegaron a trabajar a Monterrey y se asentaron en las montañas.
"Siempre tuvieron esa nostalgia de haber dejado su tierra y conectaron con la cumbia colombiana que tiene acordeón, porque el acordeón se dice que es la voz del lamento -explica Frías de la Parra, en una entrevista con LA NACIÓN, realizada durante el último festival de cine de Mar del Plata, en donde presentó el film-. Entonces la cumbia colombiana, con el acordeón y que hablaba de ´cómo extraño mi sabana hermosa´ pegó ahí. Luego pasaron las generaciones, se fue violentando la realidad nacional, aumentando las diferencias sociales y la misma cumbia se fue oscureciendo, diluyendo. Se volvió voz de lo que estaba sucediendo".
Lo que estaba sucediendo, cuenta el director, era que los jóvenes se enfrentaban a una realidad que los dejaba de lado y, en busca de un sentido de pertenencia, formaban pandillas con los vecinos de su edad. Esos grupos, que les permiten reinventarse en una nueva identidad propia, tiene sus códigos, sus saludos, sus looks y sus formas de bailar esa música conocida como cumbia rebajada.
"Hay una baja autoestima generalizada en las secciones marginales y es fatal porque hay gente con muchísimo talento -dice Frías de la Parra-. La música y el baile les permite esa reinvención. Los pasos de baile son el resultado de un pavoneo, es casi un ritual de la reinvención de la persona. La geografía de Monterrey es muy accidentada por lo cual se mandan saludos por la radio y entonces que alguien en la radio mande tus saludos es algo que te reafirma. Que el animador de una fiesta diga el nombre de tu pandilla significa lo máximo".
Formar parte de un grupo y ser reconocido cobran aún mayor importancia para Ulises, interpretado por Juan Daniel García, cuando se ve obligado a emigrar a los Estados Unidos. Allí, además de sufrir las penurias de cualquier inmigrante ilegal en cuanto a conseguir trabajo y vivienda, el desarraigo y la soledad calan hondo. Ulises ya no está físicamente en Monterrey, pero su espíritu tampoco está en los Estados Unidos. Esta situación es la que inspiró la estructura de la película, que va y viene entre tiempos y lugares.
"Una vez escuché una charla de Lucrecia Martel y me ayuda a explicar mis intenciones, que tal vez no las podría haber articulado como ella. Decía que el pasado no necesariamente está atrás, que eso es una construcción. Me gustó quedarme con eso. La memoria también funciona así, los recuerdos a lo mejor te impiden estar en el presente, aquí. Por eso quería romper los dos lugares para compararlos o contrastarlos y también ejemplificar cómo funciona la memoria. Además, en un sentido mucho más práctico y estructural, sirve para ir al corazón de la historia. Porque la historia toca muchos puntos, tiene un marco político bastante amplio, tiene dos países, dos idiomas, un conflicto interno del personaje con obstáculos externos. Por eso las elipsis ayudan, como pasa en una novela. Por eso el ir y venir entre Nueva York y México".
El tiempo fue un factor clave no sólo en la narración sino en la maduración del proyecto. El realizador mexicano, que dirigió la primera temporada de Los Espookys, la fabulosa y excéntrica serie de HBO, creada por Fred Armisen y Julio Torres, dedicó varios años a investigar ese universo, que llamó por primera vez su atención luego de leer una nota periodística que le resultó demasiado superficial. Para profundizar sobre lo que había detrás de esos peinados y looks peculiares debió pasar mucho tiempo en Monterrey y conocer en persona a los chicos que son parte de esta cultura.
"Empecé a meterme en las colonias, a hablar con los chicos -cuenta el director sobre los comienzos del proyecto-. Primero fui por el lado de las asociaciones que se dedican a ayudar a chicos en situaciones problemáticas con las drogas o trabajan para la reinserción social. Eso fue muy complicado porque están muy politizados o tienen el ángulo religioso. Finalmente, eso es lo que termina mostrando la película, que no hay mucha salida porque no hay movilidad social".
La inmersión en ese ambiente y sus protagonistas fueron esenciales para dotar a la película de una cualidad documental que, más allá de su trama de ficción, le suman interés. En ese sentido el casting de chicos de esa zona, aunque de distintos municipios, fue clave para poder conseguir la autenticidad que buscaba el director en el film, que llegará este año también a Netflix.
"El realismo lo doblás y lo sacrificás por la narrativa pero la autenticidad es un compromiso de cada quien y de qué tanto puedas establecer puentes para que te ayuden -dice el director-. Esta película no es solo mía, es de estos chicos y del equipo entero. El tiempo obedece a tratar esta historia con mucho cuidado"
Los chicos que protagonizan el film no se conocían entre sí antes de ser convocados para Ya no estoy aquí. La complicidad de la pandilla ficticia de los Terkos Lokos, en la que se centra la película, tuvo que construirse desde cero, un proceso largo pero muy valioso para el director.
"Fue súper lindo -dice Frías de la Parra, sonriendo-. Hubo de todo entre ellos: romances, conflictos, envidias, peleas, pasión. Durante el verano de 2017 hicimos dos o tres meses de ensayos. Algunos días sólo me juntaba con los chicos y los llevaba a pasear y a comer para que convivieran entre ellos. De ahí salieron muchas cosas buenas".
La relación cercana con los chicos y la investigación profunda del fenómeno que dio origen al proyecto contribuyeron a la forma en la que el director presenta la violencia que amenaza constantemente a quienes viven en la zona. Ulises y sus amigos no son retratados sólo como víctimas de sus circunstancias sino como seres humanos completos, con sensibilidad y talentos propios. La preocupación por presentar esa realidad de una manera que no resulte explotadora desmarca a Ya no estoy aquí de cierto cine latinoamericano que triunfa en otras latitudes.
"Estaba un poco inconforme con la representación que se había hecho de la violencia en México y que había sido muy celebrada por algunos festivales; la mirada casi colonialista de que América latina se sublime a través de la sordidez, la explotación y la miseria -dice Frías de la Parra-. Creo que el cine además de contar historias puede mostrar formas de ver y yo quise mostrar esa forma de ver, que no es mía pero es como conectar los puntos para mostrar algo diferente; que generara preguntas y que humanizara las decisiones de ciertos chicos que se unen al crimen organizado. Mucha gente prejuzga sin saber. Hoy lo vemos con todos los que van a votar por Trump y piensan que los inmigrantes son malos pero no saben lo que hay detrás".
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