Antes del estreno local de Rifkin’s Festival, el gran director, de 86 años, deja abierta una posible despedida, ya que afirma que el cine perdió la batalla contra “la TV” como llama a las plataformas de streaming; “No me siento víctima de la cultura de la cancelación, yo sigo trabajando”, dice a LA NACION
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Para llegar a Woody Allen a través del teléfono hay que cumplir primero una serie de meticulosos pasos fijados por su entorno. Primero, un llamado de prueba al número indicado a través del correo electrónico por la histórica publicista del gran director, la experimentada y cordialísima Caroline Turner. Esto ocurre dos horas antes del momento acordado para el encuentro. Cuando llega por fin esa instancia, el primer número al que llama el cronista abre una conexión a otra línea que lo dirigirá primero hacia la voz de Turner, luego al contacto con otra publicista y, por fin, tras casi un minuto de interminable silencio, al saludo de Allen desde su hogar en Nueva York. Un “hola” que todavía requiere de algunos ajustes más.
Casi no hay formalidades en la presentación. El tiempo acordado para la charla mano a mano con LA NACION es breve y estricto, y Allen, lo sabemos, no es una persona que cultive esos hábitos. “El público argentino siempre fue muy generoso con mis películas. Me apoyó muchísimo y siempre estaré agradecido por eso”, dice escuetamente después del saludo. Pero no agregará nada más sobre el tema. Ya está de nuevo en silencio, listo para responder las preguntas.
Durante los siguientes 20 minutos, Allen se las ingenia para llevar la conversación al puñado de temas que más parecen interesarle en este momento. Hablará sobre todo de los efectos del Covid (un problema insoluble para un hombre forzado a alterar sus rutinas casi obsesivas) y la nostalgia por un cine que ya no volverá, uno de los temas centrales de su película más reciente, Rifkin’s Festival, cuyo estreno en la Argentina anuncia Digicine para el próximo jueves. Esa última razón lo lleva, quizás por primera vez, a evaluar la idea de dejar de dirigir cine, aunque dice expresamente que no va a retirarse nunca del todo, porque piensa seguir escribiendo hasta el último día. Su adversario actual es la televisión, aunque utiliza veladamente ese nombre (sin hacer menciones específicas) para hablar de las plataformas de streaming.
Rifkin’s Festival se filmó en San Sebastián durante el verano español de 2019. Su trama de ficción está ambientada en el festival de cine (uno de los más importantes del mundo) que se realiza en esa ciudad del País Vasco y funciona a la vez como un gran homenaje a algunos directores clásicos, algunas de cuyas obras más icónicas aparecen en los sueños del protagonista, encarnado por el veterano Wallace Shawn, habitué de las películas de Allen y nuevo alter ego del director. Shawn encarna a un escritor, casado con una publicista (Gina Gershon), que viaja a San Sebastián para participar del encuentro. Allí se encontrará con varios personajes (Louis Garrel, Elena Anaya, Christoph Waltz, Sergi Lopez) con los que compartirá aventuras, sentimientos y tributos al cine de otro tiempo.
Con productores españoles (Mediapro) e italianos, Allen volvió a filmar en Europa después de que se le cerraran algunas puertas en su país. En febrero de 2019, el director demandó por 68 millones de dólares a Amazon, después de que el estudio diera marcha atrás a un acuerdo para filmar varias películas. Tomó la decisión luego de que Dylan Farrow, una de las hijas adoptivas de Allen, asegurara que Allen abusó de ella cuando era niña. “Como se sabe desde hace décadas, estas acusaciones son categóricamente falsas”, fue lo último que dijo Allen públicamente sobre el tema en 2021, tras el estreno del documental de HBO Allen vs. Farrow y el acuerdo extrajudicial que puso fin al litigio entre el director y Amazon.
Antes de la comunicación telefónica con Allen, el cronista ya sabe que no se hablará del tema y que el director responderá con el silencio a cualquier pregunta que se haga sobre ese tema. No obstante, al final de la charla dirá que no se siente para nada víctima de la llamada cultura de la cancelación. “No soy víctima de nada porque sigo trabajando”, responderá resueltamente.
Mientras tanto, cuenta que hizo “todas las cosas bien” en relación con la pandemia. Se vacunó dos veces y hace poco recibió la dosis de refuerzo. Sigue trabajando, pero raramente sale de su casa. “Solo me he estado escondiendo del Covid. Estaba listo para hacer una nueva película, pero todos se bajaron de ella por culpa del virus, que nos obliga a estar en casa sin saber muy bien qué hacer. Esto se convirtió en algo terrible para mí. La situación no me gusta, pero no hay nada que hacer al respecto”, explica con una voz que no es difícil identificar, sobre todo por esos inconfundibles balbuceos y vacilaciones en la expresión, aunque suena siempre en un tono mucho más bajo y pausado del que estamos acostumbrados a escuchar cuando actúa en sus películas. Es, por supuesto, la voz de un hombre que el 30 de noviembre pasado cumplió 86 años.
-Imagino que debe sentirse frustrado. Es la primera vez que no puede cumplir con su clásica rutina de hacer una película por año. Está comenzando 2022 y su último rodaje fue a mediados de 2019.
-Tenía un plan muy claro. Iba a filmar mi nueva película en el verano europeo de 2021, pero el virus atacó de vuelta. Esto prolongó todavía más una pausa que no imaginaba tan larga. Espero que esta vez la espera se haga más corta. Todos seguimos en un estado de confusión porque nadie sabe muy bien qué pasará con el virus.
-¿Cómo pasa todo este tiempo?
-Trabajando en casa. Escribí una obra de teatro que ya está terminada y un libro que aparecerá pronto. Y también tengo un guion listo para filmar cuando llegue el tiempo en el que podamos sentirnos a gusto filmando una película.
-¿Va a haber alguna referencia a este tiempo de pandemia, cuarentenas y vacunas en su próxima película?
-No estoy interesado para nada en hacer una película acerca del Covid.
-Se habló mucho de París como escenario de su próxima película. ¿Es cierto?
-Tengo esa expectativa. París atraviesa un momento terrible con el coronavirus y es bastante complicado pensar en este momento en hacer una película allí. Pero la respuesta es sí. Y espero que una vez que el Covid esté detrás de nosotros y no adelante, como ahora, volver a París y filmar allí mi próxima película.
-¿Se puede anticipar algo de ella?
-Tiene una naturaleza parecida a lo que cuento en Match Point. Una historia policial que gira alrededor de temas como el azar, la casualidad, las oportunidades y la buena o mala suerte. Son cuestiones que me interesan mucho. Es una historia que podría transcurrir tranquilamente en Nueva York, en Londres o en Barcelona, pero me parece que el lugar ideal para desarrollarla es París.
-Usted volverá entonces a filmar en Europa. No lo hace en Nueva York desde 2017. ¿Después de todo lo que pasó existe el riesgo de que usted no vuelva a hacer una película en la ciudad que tanto lo identifica?
-Durante los últimos años las personas que aportan el dinero para mis películas provienen de otros países. Los franceses, los españoles, los italianos y los británicos que vienen financiando mis películas están interesados en que yo las haga en esos países, para eso ponen el dinero. Pero me sigue haciendo muy feliz filmar en Nueva York, una ciudad que está atravesando un momento muy malo por culpa del virus. Probablemente le esté hablando en este momento desde el peor lugar del mundo en relación con el Covid. Yo no tengo muchas ganas de salir a ningún lado. La gente no está haciendo nada en este momento.
-A diferencia de Un día lluvioso en Nueva York, en Rifkin’s Festival el protagonista es un hombre maduro. ¿Será que usted se convenció de que solo con un personaje así puede hablarse de la nostalgia que recorre toda su nueva película?
-Yo había pensado originalmente en un personaje principal más bien joven, entre los 30 y los 40 años. Pero un día mi directora de casting, Juliet Taylor, mencionó a Wally Shawn, con quien ya había trabajado. Es un actor maravilloso, que puede ser tan divertido como serio y hacer de intelectual con la mayor naturalidad. Inmediatamente pensé que Wally era el actor perfecto para ese personaje. Así que decidí reescribir toda la película para él.
-El personaje de Shawn tiene sueños en los que se le representan escenas muy conocidas de películas clásicas. ¿Usted también tiene esa clase de sueños?
-No, pero todo el tiempo sueño despierto con que me gustaría que el cine volviera a ser lo que fue en otro tiempo, cuando yo era joven y todas las semanas se programaban en Nueva York películas llegadas desde Europa y dirigidas por De Sica, Fellini, Bergman, Kurosawa, Buñuel. Ese cine no lo tenemos más, y tampoco tenemos los lugares en los que podíamos verlo. Los cines van desapareciendo porque cada vez más les cuesta competir con las ventajas que ofrece la televisión, con sus pantallas planas, cada vez más grandes y nítidas, y con un sonido impecable.
-¿Usted cree que la televisión ya ganó esa batalla?
-El público prefiere hoy la comodidad de quedarse en su casa, instalarse en la habitación o en el living, encender un botón y ver allí una película. No necesita cambiarse de ropa, ir a buscar el auto o salir a caminar rumbo una sala en la que se sentará con otras 500 personas que a veces hacen demasiado ruido. Prefieren ponerse cómodos y ver en casa, con la familia o con amigos, alguna película. Esto les permite a las grandes cadenas de televisión ganar mucho dinero y usarlo para convocar a los mejores directores. El cine está cambiando a favor de la televisión y este cambio determina muchísimo el tipo de películas que estamos viendo.
-¿Qué clase de películas?
-Yo no creo que el cine que hacían Truffaut o Fellini para ser visto frente a 300 o 500 personas en un cine pueda adaptarse a este cambio. Ni siquiera el de Bergman, que como usted sabe hizo varios trabajos para la televisión. Una cosa es hacer películas para la televisión y otra cosa es hacer películas para el cine. Como le decía, sueño despierto todo el tiempo con aquéllos días en los que ir al cine era una fiesta.
-Usted ha dicho reiteradas veces que no piensa jubilarse nunca. ¿Toda esta descripción, más lo que está pasando con el Covid, podrían hacerlo cambiar de opinión?
-Nunca pensé en retirarme completamente, porque inclusive en este último año y medio de encierro jamás dejé de trabajar. Escribí una obra de teatro, un libro. Siempre estoy escribiendo. Todas las mañanas me levanto y me pongo a escribir. Ahora bien, creo que podría dejar de hacer películas, es una posibilidad. El cine está tomando una dirección que no me interesa. No me agrada para nada la idea de trabajar todo un año en una película para que termine estrenándose por televisión en vez de hacerlo, como me pasó toda la vida, en una sala de cine con cientos de personas viéndola al mismo tiempo.
-Es una realidad muy distinta a la que usted conoció en casi toda su carrera.
-El cine ya no es lo que era, como le decía hace unos minutos. Cuando empecé tenía una motivación muy grande, que me llevaba a querer ser parte del cine entendido como un arte y estar a la par de Truffaut, Fellini, Godard, De Sica. Eso ya no existe más. Las cosas tomaron un giro extraño. Hoy, los estudios gastan en una sola película 500 millones de dólares y esperan ganar con ella 1000 millones de dólares. Cuando yo empecé, en cambio, los estudios invertían entre uno y tres millones, ganaban diez y estábamos todos felices. Ahora, como los gastos son mucho más grandes, ya no existe interés por hacer películas como las que hacían Bergman, Fellini o los grandes directores independientes de los Estados Unidos. Hoy le aseguro que películas como Bonnie and Clyde o Mi vida es mi vida serían muy difíciles de hacer. Llegarían directamente a la televisión o, con mucha suerte, podrían disponer de tres semanas en alguna sala de cine y después pasar a la televisión.
-¿Qué queda entonces de aquella motivación inicial?
-Ya no es tan fuerte como la que tenía cuando filmé Bananas y Robó, huyó y lo pescaron. Me alegró mucho saber en ese momento que Vittorio De Sica las había visto, se había reído mucho y se convirtió en fan de mis primeros trabajos. Eso fue muy valioso para mí, más importante que llenar las funciones o vender muchas entradas, porque yo quería estar en ese grupo de directores a los que tanto admiro y respeto. Hoy son muy pocos los que están dispuestos a escribir una historia alrededor de grandes personajes, filmarla y tener la oportunidad de presentarla en una sala de cine.
-¿Se siente víctima de la llamada “cultura de la cancelación”?
-No siento eso para nada, porque sigo trabajando. Conozco varias personas que realmente fueron víctimas de lo que usted describe porque perdieron sus empleos, pero ese no es mi caso. Yo nunca dejé de trabajar. Lo único que me impidió hacerlo con normalidad fue el coronavirus. Ese sí que es un verdadero problema.
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