Wish: el poder de los deseos: épica aventurera, buenas canciones y muchos guiños autorreferenciales para celebrar los 100 años de Disney
El nuevo film animado de la factoría fundada por Walt Disney cumple con lo que promete a lo largo de 95 minutos de emoción, nostalgia y, claro, entretenimiento
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Wish: el poder de los deseos (Wish, Estados Unidos / 2023). Dirección: Chris Buck, Fawn Veerasunthorn. Guion: Jennifer Lee, Allison Moore. Música: Dave Metzger. Edición: Jeff Draheim. Con las voces de: Ariana DeBose, Chris Pine, Alan Tudyk, Angelique Cabral, Victor Garber, Natasha Rothwell, Jennifer Kumiyama, Harvey Guillén, Niko Vargas, Evan Peters, Ramy Youssef. Duración: 95 minutos. Calificación: Apta para todo público. Distribuidora: Disney. Nuestra opinión: buena.
Tantas veces ha sido imitado, homenajeado o directamente plagiado, que Disney decidió celebrar su primer centenario con un grandilocuente homenaje a gran parte de su historia, disfrazado de moderna película de aventuras. La pregunta es si el espectador actual es capaz de valorar esta suerte de interlineado audiovisual de corte autorreferencial, o solamente se quedará en la cáscara externa que, dicho sea de paso, no tiene mucho para dar.
Como para que queden dudas de qué es lo importante a la hora de emprender un proyecto como el de Wish: el poder de los deseos, el estudio decidió crear toda una película basándose en su tema más emblemático, el de Pinocho, “When You Wish Upon A Star”. Y de esa manera hacerse su propio regalo de cumpleaños.
Con voz en off y libro de cuentos incluido, el film comienza narrando la historia de un hombre que, luego de perder a su familia, se convirtió en poderoso hechicero, rey y custodio de los sueños del pueblo de Rosas (Chris Pine). Pero con una singularidad: cada habitante, al cumplir los 18 años, ofrenda su deseo más íntimo al mago e inmediatamente lo olvida, a la espera de que el todopoderoso líder acepte o no concedérselo. Este esquema presumiblemente virtuoso se quiebra cuando la joven Asha (Ariana DeBose, en el original), aspirante a “aprendiz del brujo” descubre que este es en realidad un dictador egomaníaco que no concederá nada que pueda significar poner en peligro su liderazgo. El Síndrome de Hubris animado, a todo color y apto para todo público.
Con la ayuda de una mágica estrella y un grupo de diversos amigos que, más o menos convencidos, la ayudarán a desenmascarar al villano, Asha pasa de ser una leal súbdita a convertirse en la líder que lleva adelante una revolución para liberar los anhelos de todos. Porque como bien decía Pepe Grillo en su canción: “Cuando le pides un deseo a una estrella, no importa quién eres. Todo lo que desee tu corazón vendrá a tí”.
Con esta base esquemática y maniquea -que remite a la piedra basal que convirtió a Disney en lo que fue y es-, Wish inicia un recorrido por innumerables referencias a la obra de la compañía creada por el viejo Walt. Tantas que por momentos uno se descubre autodesafiándose a encontrar la mayor cantidad posible de guiños al pasado, como si se tratara de un concurso, en lugar de prestarle total atención al relato. Total, se entiende igual.
Y así se multiplican los tesoros ocultos: los amigos de Asha análogos a los siete enanitos, el abuelo de la protagonista cumpliendo cien años y deseando crear “algo que trascienda generaciones”, un tal Peter que sueña con volar, una mujer buscando el vestido perfecto, un oso llamado John, Bambi, varitas mágicas, entre muchas otras alusiones que no se pueden revelar porque adelantarían el desenlace de la historia.
Igualmente, vale aclarar que no se trata de una película pensada solo para cincuentones nostálgicos, porque el caudal infantil -que representa el público más importante para Disney- tiene a su heroína empoderada, su épica aventurera y muchas, muchísimas canciones, colocadas con precisión quirúrgica cada vez que el relato mengua en interés. Con respecto a estos momentos musicales, previo al estreno en los Estados Unidos se generó en redes una polémica en torno al rumor de que muchos de estos temas se crearon mediante inteligencia artificial. De haber sido cierto, resultaría verdaderamente sorprendente que un algoritmo sea capaz de componer mejores canciones que el 90 por ciento de los artistas de trap y similares. O no tan sorprendente.
Sin perder el objetivo de que la película está construida en función de la celebración y no como proyecto artístico autónomo (sería como la Muchachos de Disney, pero sin un Lionel Messi que conduzca la historia), es importante destacar la manera en la que se ha podido amalgamar lo clásico con lo moderno. La animación, siempre irreprochable y a partir de la última tecnología, elige encuadres, texturas, fondos y una paleta de colores que remiten directamente a la edad de oro de la empresa y, por ende, a sus producciones icónicas. La preocupación por conjugar pasado y presente es uno de los méritos más destacables de la propuesta, coronado por una secuencia de créditos finales que reafirman la idea y lo ya visto.
Con la imaginación como bandera, paradójicamente Wish: el poder de los deseos elige honrar la historia de Disney de la manera más lineal y conservadora posible, apelando a la emoción de un público fiel por sobre el riesgo de iniciar un camino más disruptivo, que a su vez sirva como puntapié inicial de lo que vendrá. Hecha esta salvedad, que con justa razón desencantará a muchos, tal y como está planteada lo que hace la película, lo hace muy bien. Y siendo que siempre hay que mirar lo que es y no lo que pudo ser, Wish redunda en una sentida conmemoración a la obra y gracia de Disney. Como el castillo que aparece al inicio de cada film de la compañía, pero extendido por 95 minutos.
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