Wim Wenders y su película japonesa nominada al Oscar, Días perfectos: “Nunca es tarde para encontrar un maestro, y yo lo encontré en Ozu”
El director de París, Texas y Las alas del deseo adelantó a LA NACION detalles de su nueva película, que ganó el premio a la mejor actuación en el Festival de Cannes y es una de las cinco nominadas al Oscar internacional de este año; se estrena hoy en los cines de la Argentina y llegará a la plataforma Mubi
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“Las personas no se definen a partir de lo que tienen sino a través del modo en que son capaces de reconocerse a sí mismas”. La voz de Wim Wenders suena calma y tranquila al otro lado de la pantalla. Mientras habla mira hacia abajo, como si buscara a su alrededor o dentro de su cabeza las palabras justas para redondear una larga reflexión.
Wenders no es amigo de las respuestas cortas. Para responder vía Zoom las preguntas de un pequeño grupo de cronistas de medios latinoamericanos (entre ellos LA NACION). sobre su película más reciente, que llega a los cines de la Argentina este jueves presentada por Maco Cine, elige tomarse todo el tiempo del mundo. Como si sintiera la necesidad de llenar con sus dichos los expresivos silencios del personaje central de Días perfectos (Perfect Days), una de las cinco nominadas al Oscar como mejor película internacional de este año.
La curiosa novedad es que en la búsqueda del premio de la Academia de Hollywood este film representa oficialmente a Japón. Wenders, cuya familiaridad con la historia, las costumbres y sobre todo el cine de ese país es de larga data y muy bien conocida, hizo esta película en Tokio, íntegramente hablada en japonés y con actores de ese mismo origen. Dice Wenders que cada vez que regresa a Japón tiene la inequívoca sensación de estar en su casa.
A los 78 años, el director de Las alas del deseo y El amigo americano regresó de la mejor manera a la ficción después de dedicarse varios años con preferencia al cine documental, obra que incluyó en 2018 el largometraje Un hombre de palabra, dedicado al papa Francisco. En cuanto a Días perfectos, tuvo su estreno mundial en la competencia oficial del último Festival de Cannes, cuatro décadas exactas después de la conquista de la Palma de Oro con París, Texas.
Días perfectos se fue de Cannes con el premio a la mejor actuación. Lo ganó el prestigioso Kôji Yakusho por su interpretación de un hombre maduro, al que todos llaman Hirayama, cuyo trabajo diario consiste en la limpieza de los baños públicos de Tokio. Con su vida organizada a partir del cumplimiento de una rutina escrupulosa e inalterable, Hirayama disfruta de la vida, la música, los libros y la contemplación de los árboles hasta que una serie de encuentros imprevistos alterará por una vez toda esta estructurada existencia.
“Lo que cuento en Días perfectos es una historia sobre el bien común, sobre el valor de las cosas que son de todos. Lo único que necesitaba era un buen guion y un gran actor. Ese fue el principio de todo”, dice Wenders sobre la película que, después de su paso por los cines, llegará a la plataforma Mubi. La conversación con el director alemán transcurrió en la mañana previa al día en que se anunciaron las nominaciones al Oscar.
–¿Cómo surgió una idea tan curiosa y atípica como la que se narra en esta película?
–Tenía nostalgia por volver a Japón. Le había comentado a mi mujer que hacía tiempo que no íbamos a Tokio, algo que no era posible porque el mundo estaba todavía en cuarentena por el Covid-19. Por esas coincidencias me llegó una carta muy extensa por correo electrónico en la que nos invitaban a hacer un viaje a Japón que incluía una visa de trabajo. Querían que visitara una serie precisa de lugares para ver si surgía en mí alguna inspiración para crear algo a partir de ellos. Estuve a punto de descartar la idea cuando seguí leyendo y comprobé que estaban hablando de los baños.
–Un motivo sumamente raro para estimular un viaje.
–Me hablaban de 15 baños públicos que funcionan en Tokio, que son muy famosos y hasta forman parte de un tour. Y del arquitecto que los había diseñado. En ese momento pensé que allí había algo interesante para explorar. Recibí los tickets, la visa y nos fuimos una semana a Tokio. Ahí comprobé que todo lo que me decían de los baños era cierto. Era algo increíble. Nunca había visto baños como esos. Pero también vi otra cosa, que me llamó mucho más la atención.
–¿Qué fue?
–La gente de Tokio empezaba a salir del encierro más largo de la historia y me conmovió lo que estaba viendo. En Europa, el final de la cuarentena fue catastrófico. Yo vivo en Berlín y el pequeño parque que está junto a mi casa quedó literalmente destruido cuando la gente salió en masa a ocuparlo. Una fiesta, otra, y lo llenaron de basura. En Tokio pasó todo lo contrario. La gente volvió a los parques con muchísimo respeto. Hicieron barbacoas y fiestas, pero el lugar quedaba siempre inmaculado. Me impactó el sentido de responsabilidad frente al cuidado de esos espacios comunes. Sentí que el valor de lo que es de todos había crecido allí después de la pandemia.
–¿Y qué pasó con el proyecto original?
–Les dije a quienes me invitaron que tenían razón y que los baños eran extraordinarios. Pero también les dije que me habían inspirado a contar otra historia, la de un personaje que formara parte del trabajo diario de esos baños pero a partir de su vínculo con Tokio, con sus semejantes, con el amor a las cosas sencillas.
–Hirayama, el personaje central, repite todos los días la misma rutina. Y junto a ella como elemento clave la música, algo que forma parte de casi todas sus películas en un lugar muy destacado.
–Cuando empecé a escribir el guion con mi colega japonés Takuma Takasaki empezamos a pensar cómo Hirayama sigue cada día la misma rutina desde el instante en que se despierta y mira a su alrededor como si estuviese viendo todo por primera vez. En ese momento pone un cassette, porque su auto es tan pequeño y básico que solo puede reproducir música de esa manera. Y se me ocurrió sugerirle a Takasaki que en vez de escribir algo sobre el personaje deberíamos estar atentos nada más que en la canción que escucha mientras viaja. Hirayama habla poco, no sabemos mucho de él, tampoco nos revelará su pasado. La música habla por él. Nos dice quién es más allá de las palabras.
–El personaje escucha mientras viaja temas clásicos de la música en inglés de los años 70. ¿Por qué hizo esa elección?
–Lo primero que elegí fue “House of the Rising Sun”, de The Animals. Lo pensé así porque Hirayama debió haber vivido su juventud en esa década y yo sé mucho sobre la música de la época. Pero ahí me detuve y me dije: el personaje es japonés, no puedo imponerle mis gustos, sería un caso flagrante de apropiación cultural. ¿Cómo resolvemos la cuestión? Takasaki me escuchó, se rió y me dijo que en Japón se escuchaba en ese tiempo la misma música: rock and roll británico y pop estadounidense. Lou Reed, Velvet Underground, Otis Redding, Van Morrison, los Rolling Stones.
–En esa banda sonora solo hay grandes canciones.
–Y ninguna se escucha por accidente. Cada una forma parte del guion y de la historia misma. Lo más importante de todo es que dejamos que cada una de ellas sonara mientras filmábamos. No es que las agregamos después. Los actores las escuchaban de verdad cuando rodábamos.
–¿Cómo nació su largo vínculo con Japón y su cine?
–Cuando tenía unos 30 años, mucho antes de viajar por primera vez a Japón, vi por primera vez en Nueva York películas de Yasujiro Ozu y me volaron la cabeza. Tenían una belleza que jamás había visto. Nunca es tarde para encontrar un maestro, y yo lo había hallado en Ozu. Para seguir viendo su cine tuve que viajar a Japón, porque sus películas no estaban disponibles en ningún otro lado. Allí las encontré, pero no tenían subtítulos. Y me dijeron que no había nadie capaz de traducirlas. Acepté entonces verlas de esa manera, así estuve una semana entera.
–¿Y cuál fue su reacción?
–Sin hablar japonés entendí la relación entre los personajes fundamentales de sus películas: padre, madre, abuelo, tío. Aprendí algunas palabras y me fui familiarizando con una cultura y un país que me hacían sentir como en casa cada vez que volvía. Después hice una película sobre Ozu y otra sobre la obra del diseñador de moda Yohji Yamamoto, Notebook on Cities and Clothes [disponible en Amazon Prime Video]. A partir de allí nos hicimos muy amigos. Tengo con él y con Japón un vínculo muy profundo y muy cercano.
–¿De qué manera podría explicarlo?
–Cuando nos pusimos a hablar de la infancia sentí que éramos dos chicos, uno japonés nacido en 1943 y otro alemán nacido en 1945, completamente iguales. Crecimos escuchando la misma música, viendo las mismas películas occidentales y compartiendo un sentimiento común de vergüenza sobre el pasado de nuestros países. Ni él ni yo queríamos mirar atrás, sino hacia el futuro. En los dos la cultura norteamericana había dejado una marca profunda. Allí entendí que Japón era el único país del mundo en el que se vivió una juventud parecida a la que me tocó vivir en Alemania durante el mismo tiempo.
–En la película aparecen muchas imágenes de árboles y secuencias que parecen sueños.
–Empiezo por los sueños, porque así los llamamos específicamente y así los escribimos. Al final de cada día, Hirayama cae rendido por el sueño mientras está leyendo y empieza a cruzar una especie de resplandor crepuscular durante el cual recuerda cosas, todo lo que sobrevivió en su cabeza de esa jornada. Esos sueños también forman parte de la rutina del personaje, por eso son tan importantes. Mi mujer, Donata, es la responsable de haberlos trasladado a la pantalla. Ella me acompaña desde hace 25 años haciendo foto fija en todas mis películas.
–¿Y los árboles?
–También estuvieron desde el comienzo. Tokio es una ciudad en la que todo parece haber sido hecho por el hombre. Las casas, las calles, los autos, el diseño de los baños. Lo único ajeno al trabajo humano son los árboles, junto a la luz y al cielo, por supuesto. Nos gustó mucho esa idea tan japonesa de que los árboles son amigos de las personas. Y lo que mostramos es el amor de Hirayama por los árboles y por el modo en que la luz natural los ilumina durante el día.
–¿Cómo definiría a Hirayama, el personaje central de su película?
–Es una persona extremadamente tranquila porque cree en la igualdad. Para él no hay diferencias esenciales entre las personas. No solo es un personaje que encontró la paz, sino un ejemplo cabal de que es posible vivir con menos. Esa escasez puede ser la mejor ayuda para encontrarse a uno mismo.
–Por cómo vive y por la música que escucha, Hirayama parece un personaje analógico en medio de un mundo digital. ¿Usted se siente del mismo modo en la vida de hoy?
–Antes de la revolución digital teníamos mucho más tiempo para nosotros. Yo sigo escuchando vinilos y lamento hoy haberme desprendido hace unos años, como un idiota, de mi colección de cassettes. Estoy seguro que si los conservaba hoy sería rico [risas]. Pero lo analógico no pasa sólo por el hecho de escuchar música de una determinada manera, sino de la posibilidad de huir de los algoritmos que buscan determinar nuestra conducta. Por suerte hay toda una generación, sobre todo en Tokio, que está redescubriendo el placer de disfrutar de la música en vez de convertirse en víctima de Spotify. Hirayama puede hacer cosas muy buenas y muy lindas sin recurrir a un iPhone. Y su música suena muy bien…
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