Hay películas que nacieron para quedar en la historia, pero no precisamente del modo en que lo imaginaron sus artífices. Es lo que ocurrió en 1995 con Waterworld, el proyecto soñado por Kevin Costner para convertirse en uno de los hombres más poderosos y reconocidos de la industria global del entretenimiento. Envalentonado por el éxito colosal de Danza con lobos, convencido de que todavía le faltaba mucho para alcanzar su techo, seguro de que sus fuerzas alcanzarían para sortear cualquier obstáculo, el actor pensó a Waterworld desde el principio como una de las películas más grandes de todos los tiempos. ¡Y vaya si lo consiguió! Pero de un modo inversamente proporcional al de sus anhelos.
Hasta hace muy poco tiempo, Waterworld era considerada la película más costosa de la historia del cine, la que casi provoca la debacle de los estudios Universal. Y Costner logró que durante mucho tiempo sólo se hablara de él a partir de este proyecto, pero exclusivamente desde las catastróficas circunstancias que rodearon toda su producción. A partir de ese momento, la estrella del actor se eclipsó y nunca pudo recuperar el protagonismo previo. Aunque para muchos terminó ganando otra clase de reconocimiento: hoy es visto como uno de los mejores actores de carácter que tiene la pantalla estadounidense, y cada una de sus apariciones, por más breve que fuese, constituye una verdadera lección de cine. Basta con verlo como funcionario de la NASA en Talentos ocultos o al frente de la formidable (e ignorada) Draft Day, dirigida por Ivan Reitman.
La aventura de Waterworld terminó en naufragio, aunque le quedó a Costner el premio consuelo de haber al menos equilibrado –gracias a la recaudación obtenida fuera de los Estados Unidos– los impresionantes costos de producción que treparon hasta los 250 millones de dólares. Pero el actor y director (que para muchos observadores de Hollywood fue víctima como tantos otros colegas suyos de su egomanía) siempre fue responsabilizado de haber tomado todo el tiempo decisiones erróneas frente a situaciones que parecieron excederlo casi siempre. Cuenta el diario español El País que el primer error fue justamente darle a Costner carta blanca y concederle todo lo que quería.
La película se sitúa en un futuro imaginario, post-apocalíptico, en el que casi toda la superficie del planeta se encuentra bajo el agua tras el hundimiento de los casquetes polares, aunque algunos todavía sueñan con la utópica existencia de algún reservorio de tierra firme en medio de esa interminable masa líquida. Uno de esos idealistas es el Marinero (el personaje de Costner), un ser humano que exhibe en su cuerpo algunas mutaciones propias de vivir en ese entorno. Mientras prosigue su búsqueda, nuestro héroe se ve impulsado a proteger a una mujer (Jeanne Tripplehorn) y su hija (Tina Majorino). Esta última es perseguida por una banda de piratas (los Humeantes) liderada por el Diácono (Dennis Hopper), quien cree que la niña tiene tatuado un mapa con indicaciones para alcanzar esa soñada área seca. Allí empiezan los problemas, los escapes, las persecuciones en alta mar... y las dificultades de la producción.
La primera demostración de que Waterworld se le fue de las manos estuvo en el guion. Se sabe que pasó por 36 manos diferentes y tuvo innumerables correcciones y reescrituras. Estos virajes constantes determinaron, por ejemplo, que los 96 días de rodaje originales en exteriores californianos y en aguas próximas al archipiélago de Hawai se extendieran a 220. A las complicaciones del guion se sumó el factor climático. Durante los tiempos de filmación, dos huracanes sucesivos golpearon al Pacífico Sur y destrozaron el complejo andamiaje escenográfico y los decorados, algunos muy costosos. Costner, a la vez, vivió su propio huracán ya que durante el rodaje anunció que se divorciaba de su mujer, Cindy, luego de 16 años de matrimonio y tres hijos en común. El astro pudo mitigar como pudo las penas en la exclusiva villa que Universal alquiló para él en Hawai a un costo diario de 4500 dólares, incluyendo a un mayordomo personal y a un cocinero.
Se dijo también que para levantar el atolón que funcionó como escenario principal se agotó todo el acero disponible por entonces en Hawai: 1500 toneladas. Y que los estudios Universal tuvieron que solventar toda una ampliación en el aeropuerto de Honolulu para permitir el aterrizaje de los aviones que trasladaron desde la zona continental de los Estados Unidos las réplicas de los dos enormes barcos utilizados en la película por el personaje de Costner. Cada uno de esos trimaranes costó 500.000 dólares. "En ese marco a nadie le pareció descabellado tener que mover a diario todo el decorado de la película 500 metros adentro del mar para lograr planos de mar abierto", detalla la nota de El País. De esas necesidades se derivaron otras, bastante más insólitas y casi escatológicas: si alguno de los 500 integrantes del equipo de rodaje necesitaba ir al baño había que llevarlo en lancha, porque de otra manera el escenario corría el riesgo de perder su impoluta higiene.
En medio de ese rodaje flotante, los médicos atendían a un promedio de entre 40 y 50 personas por día, víctimas de toda clase de males vinculados al entorno (mareos, náuseas, insolaciones). "Al menos, el sufrimiento resultó democrático", comentó con ironía el semanario Entertainment Weekly, consignando que la lista de afectados incluía desde el director Kevin Reynolds hasta un joven aspirante de la Escuela Naval de Texas, que descubrió allí lo mal que le hacía permanecer en zonas de mar abierto. "Vomité todo el camino de regreso a través del océano", confesó.
Lo mismo le pasó a Majorino, que tenía apenas 9 años en el momento del rodaje, pero tuvo según propias palabras la discreción de no hacerlo delante de los demás. Pero no pudo evitar quedar expuesta junto a Tripplehorn cuando ambas cayeron al mar y debieron ser rescatadas por un equipo de 12 buzos expertos en medio de un riesgo serio de terminar ahogadas. A Majorino le tocó además tres veces sufrir lastimaduras provocadas por aguavivas. El propio Costner quedó en un momento peligrosamente amarrado en lo alto del mástil de su embarcación durante dos horas para una toma que iba a hacerse en helicóptero.
"Me acordé en ese momento de lo que le había pasado a Vic Morrow. El helicóptero estaba a seis metros de mi posición", recordó Costner, cuyo barco dio una vuelta de campana por los movimientos del helicóptero. En 1983, mientras rodaba un episodio para la versión fílmica de The Twilight Zone (estrenada en la Argentina como Al filo de la realidad), Morrow murió decapitado por una mala maniobra de un helicóptero. Había sido la estrella de la popular serie bélica ¡Combate! Así como a Costner, la fortuna también le sonrió a uno de sus dobles de riesgo, Norman Howell, que debió ser trasladado a un hospital de Honolulu, tras sufrir una embolia durante una escena de buceo sin equipo de oxígeno. "Tuvo suerte porque se pudo recuperar rápido en una cabina de descompresión y finalmente volvió al trabajo", señaló el productor Lawrence Gordon.
Las dificultades estuvieron lejos de terminar cuando el equipo de rodaje concluyó con su trabajo en Hawai. De regreso en Los Ángeles, la relación entre Costner y Reynolds comenzó a deteriorarse sin remedio. El tándem había funcionado extraordinariamente bien tres años atrás en la exitosa Robin Hood: el príncipe de los ladrones, y Universal imaginó que el reencuentro entre un actor y un director que se profesaban confianza mutua respaldaría un proyecto tan exigente como Waterworld. Pero las diferencias empezaron a notarse en las islas de edición porque cada uno de los Kevin tenía ideas muy distintas. A Costner no le gustaba el montaje imaginado por Reynolds (que culminaría en una película de dos horas y 40 minutos) y tampoco quería volver a Hawai para algunas tomas adicionales, algo que Reynolds había pedido. Al final debió aceptar algunas exigencias de Universal para reducir todavía más el metraje final, que quedó en dos horas y 15 minutos. El estudio, además, estaba enojado con Reynolds porque tenía la costumbre de demorar en exceso cada jornada de rodaje. Mientras tanto, hubo que hacer frente a otras exigencias insólitas, como la preocupación de Costner por la pérdida del pelo. El actor exigió que se aumentara el volumen de su cabellera a partir de efectos digitales, lo que elevó de manera casi extravagante también en ese sentido los costos de producción.
Ese "montaje desesperado", según las palabras del crítico de Variety Todd McCarthy, realizado a última hora más por Costner que por Reynolds, con ayudas inesperadas como la de Joss Whedon (el futuro director de las primeras películas de los Avengers) le abrieron la puerta a los desastrosos resultados que tuvo la película cuando se estrenó en los Estados Unidos. Se habla incluso de una suerte de profecía autocumplida de Hollywood respecto de Costner. Como si quisieran hacerle pagar un altísimo precio por habérsela creído tanto. "Hollywood está encantado de dejarle ir. No es la estrella que creían que es. Y la clave es que ni Hollywood ni los críticos, ni mucho menos Costner y sus fans saben qué tipo de estrella es", dijo entonces el crítico Quentin Curtis de Independent.
El tiempo pasó y Waterworld todavía conserva aquél mote de film maldito que se había ganado dos décadas atrás. Pero con el tiempo algunas heridas abiertas por ese rodaje demasiado accidentado lograron mitigarse. Costner y Reynolds se reconciliaron y volvieron a trabajar juntos en el muy elogiado western Hatfields & McCoy, una miniserie de tres capítulos hoy está disponible en Netflix. Y la estrella que soñó con llegar en aquél momento más alto que nunca hoy es un respetadísimo actor de cine, apreciado por la crítica más exigente como uno de los rostros más nobles y clásicos de la pantalla grande, que sigue defendiendo ese proyecto. "Sé que la gente puede pensar en Waterworld como un punto bajo de mi carrera. No lo fue. Pudo haber tenido un efecto mejor, más obvio. Lo único que sé es que nunca tuve que defender con la cabeza bien alta una película cuando la mayoría va en el sentido contrario. Con todas sus imperfecciones, la película fue una alegría para mí", reconoció. Sin embargo, todavía muchos se siguen preguntando dónde estaría hoy Kevin Costner si sus manías de grandeza no lo hubiesen llevado a hundirse sin necesidad en las aguas de Waterworld.
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