Viaje iniciático por la identidad
Fotografías (Argentina/2007). Dirección: Andrés Di Tella. Guión: Andrés Di Tella y Cecilia Szperling. Fotografía: Víctor Kino González. Montaje: Alejandra Almirón. Música: Diego Vainer. Producción ejecutiva: Marcelo Céspedes. Presentado por Cine Ojo. Hablado en español y en inglés. Duración: 110 minutos. Proyección en video digital. Calificación: para todo público.
Nuestra opinión: Buena
Graduado en letras en la Universidad de Oxford, periodista, ganador de varias de las más importantes becas y videasta pionero, Andrés Di Tella ha dado sobradas muestras de su talento para el nada sencillo arte de imaginar documentales. Si bien Montoneros, una historia (1994) y Prohibido (1999) abordaban temas cruciales de la historia argentina en tiempos difíciles, que se propuso indagar para comprender mejor a su país, ya en La televisión y yo (2001) comenzó a interesarse en cuestiones en las que se entremezclan diferentes momentos de lo público con lo privado. En la última de las citadas, el cineasta usó como excusa a la TV para finalmente referirse a su padre, el sociólogo Torcuato Di Tella, con su hermano Guido, fundador del famoso instituto con sede en la calle Florida al 900 donde se escribió buena parte de la historia de la vanguardia artística de la década del 60. En Fotografías , Di Tella asume su necesidad de rastrear sus orígenes, la mitad india que lleva en sus genes, a partir de la historia de su madre, Kamala Apparao, que ya con su apellido de casada fue una figura importante de la psicología argentina de aquellos mismos tiempos de cambios.
La historia comienza cuando Torcuato le regala su hijo Andrés una caja que contiene viejas fotos, muchas de ellas con su madre, desde esas en las que aparece muy joven en Madrás, incluso junto a un tigre de bengala recién cazado, hasta esas otras con él todavía un niño, cuando poco y nada entendía por qué en Londres lo trataban como un extranjero de segunda por sus rasgos y color de piel.
Rompecabezas familiar
Para armar el rompecabezas en el que pueda, finalmente, ubicarse como protagonista, el cineasta viaja hasta la India junto a su esposa y a su hijo Rocco -el destinatario final de esta aventura de recuperar la identidad-, y de esa forma reencontrarse con la parentela que conserva las tradiciones, a su manera y en buena medida fuera del tiempo occidental, treinta y pico de años después.
Es meritorio cómo Di Tella consigue que una historia por obvias razones emocionante para él se transforme en apasionante para los demás. Por ejemplo a la hora de entrevistar a su padre y conseguir que hable acerca de cómo fueron las reacciones familiares, tanto de los padres de Kamala, aferrados por varias generaciones a las castas, como de los Di Tella, para nada conformes con la decisión del joven Torcuato de casarse con una mujer que no era de su clase, al promediar la década del 50.
En la película se escuchan varias anécdotas, algunas de interés público, pero también otras más personales, o bien singulares que pueden sonar traídas de los pelos, como la que tiene relación con la familia de Ricardo Güiraldes y un singular personaje en común con Kamala, al que el cineasta, finalmente, encuentra.
Di Tella va a pie por calles de Madrás atiborradas de gente, viaja por ese mundo tan diferente que es el de la India y, sin carteles luminosos que anuncien grandes revelaciones, expone su propia mirada sobre el tema de la identidad. La cámara se mueve libremente. Los colores y los sonidos también tienen protagonismo. Todo discurre con fluidez y, no obstante acercarse a las dos horas, Di Tella demuestra saber cómo hacer que el deseo de ver más siga vivo hasta el último segundo.
En la última escena, antes de los títulos, el tema El gusanito , de y por Jorge de la Vega (mientras su hijo juega con un elefante), pone un broche evocativo a una película que es un canto a la evocación, a la necesidad de encontrar la identidad para cerrar un ciclo y, si se es cineasta como Di Tella, hacerlo tan bien como él, con tan buen ritmo, a conciencia del peso que significa hacerlo sin disimulo alguno en primera persona. En este sentido, es destacable la edición de Alejandra Almirón.