Vestida para matar: el atrevido paso “hitchcockiano” de Brian De Palma que se convirtió en un hito del cine para adultos de los 80
El film, que se convirtió en un clásico del director estadounidense, se nutrió de algunos elementos de Psicosis para componer un film complejo que fue muy resistido en su momento
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“El guion de Vestida para matar nació de una idea recurrente. Hace algunos años había estado trabajando sobre la novela de Gerard Walker, Cruising, que luego llevaría a la pantalla William Friedkin con Al Pacino como protagonista [en el mismo año, 1980]. En esa novela había un policía que se infiltraba en la movida gay de Nueva York para convertirse en el cebo de un asesino serial. Yo había imaginado otra historia en paralelo, la de una madre de familia que intentaba seducir a un hombre desconocido en las galerías de un museo. La idea provenía de mis tiempos de estudiante en la Columbia, cuando iba al Museo de Arte Moderno a mirar cuadros y conseguir chicas”. Así relata Brian de Palma a Samuel Blumenfeld y Laurent Vachaud, autores del libro de entrevistas Brian de Palma por Brian de Palma, el punto de partida de uno de sus grandes éxitos de los años 80: Vestida para matar.
Era apenas el comienzo de la década y las mieles del Nuevo Hollywood también comenzaban a quedar en el pasado. El ímpetu de su generación, que había conseguido éxitos como El padrino (1972) de Francis Ford Coppola, Contacto en Francia (1973) de William Friedkin o Taxi Driver (1976) de Martin Scorsese, se había retraído frente a los temores de la industria por el riesgo de algunas empresas monumentales como Apocalypse Now (1979), y por el triunfo de un nuevo modelo de blockbuster diseñado por Steven Spielberg con Tiburón (1977) y George Lucas con La guerra de las galaxias (1977). De Palma había conseguido convertirse en el gran heredero de Alfred Hitchcock, uno de los supremos innovadores en la estética visual del thriller, y había cosechado importantes éxitos como Hermanas diabólicas (1972) o Carrie (1976), que situaban al cine de terror en un camino de esplendor que ascendería en la década siguiente.
Con aires de Hitchcock
El proyecto de Vestida para matar llegaba luego de dos experiencias singulares en su carrera: por un lado La furia (1978), película maldita y excesiva con Kirk Douglas y John Cassavetes en un delirante periplo que combinaba la paranoia de la ciencia ficción con una estética gore y de ribetes grotescos; y la incursión indie con Home Movies (1979), proyecto de cuño autobiográfico nacido de sus años como profesor en el Sarah Lawrence College y el sueño de filmar una película concebida con absoluta independencia. Precedida por esas experiencias, Vestida para matar implicaba un regreso a la estela de Hitchcock, pese a los reparos que el propio director mostraba a la hora de rastrear los fundamentos de su inspiración. “Yo solo veo una sola cosa tomada de Hitchcock –le refrenda a Blumenfeld y Vachaud, el primero columnista de Le Monde y el segundo asiduo colaborador de la revista especializada Positif- y es la idea de matar a la protagonista a los 20 minutos de película. Por supuesto que el personaje me lo inspiró Psicosis. En todo lo demás, usar la gramática de Hitchcock es algo que llevo incorporado y ya ni me doy cuenta”.
En esa audaz decisión de desorientar al espectador con la repentina muerte de la estrella, De Palma finalmente eligió a Angie Dickinson como su actriz fetiche –pese a que inicialmente había fantaseado con la presencia de Liv Ullman-, cuya popularidad estaba en alza debido al éxito de la serie televisiva Mujer policía durante la década del 70. “El público se identifica inmediatamente con una actriz de la talla de Angie [Dickinson] y así, cuando la matas, el shock es siempre mayor. Fue como la decisión de liquidar a Sean Connery en Los intocables. He utilizado a menudo ese recurso. Y al elegirla no me equivoqué, resultó un placer trabajar con ella, tiene un sentido del humor formidable”, señalaba el director. En una entrevista en el programa de Johnny Carson, la actriz señaló que Vestida para matar era una de sus películas favoritas y que se había divertido enormemente durante la filmación.
El productor Ray Stark hizo las gestiones para comprar el guion de De Palma por un millón de dólares. El estudio a cargo fue la Filmways Pictures, una compañía fundada en los 50 por los ejecutivos de televisión Martin Ransohoff y Edwin Kasper, que luego fue absorbida por Orion Pictures (en esos años parte del conglomerado de Metro Goldwyn Mayer). La producción comenzó a fines de 1979 principalmente en la ciudad de Nueva York, aunque las escenas en la galería de arte fueron filmadas en el Museo de Arte de Filadelfia. La historia comenzaba con Kate Miller (Angie Dickinson), un ama de casa frustrada sexualmente y en terapia con un psiquiatra, el doctor Robert Elliott. Decidida a buscar un encuentro casual con un desconocido en los corredores del Museo Metropolitano de Arte, pasa la noche con él, y luego termina brutalmente asesinada en un ascensor. A partir de allí, De Palma jugaba con algunos ecos de Hermanas diabólicas, la dualidad psicológica y el voyeurismo, el desdoblamiento y el travestismo, la excitación sexual como puerta de entrada del deseo de matar. Eran temas que definirían el slasher de los 80 pero que asomaban bajo las vestiduras de un juego de seducción y astucia psicológica que resultaba demasiado peligroso.
La elección del actor que interpretaría al doctor Robert Elliott era una de las claves de la película. De Palma finalmente convocó a Michael Caine, quien venía de filmar Ashanti (1979) y Más allá del Poseidón (1979), dos películas de aventuras en locaciones, ambas con gran exigencia física. “No podía haber encontrado un actor más agradable que Michael Caine. Estaba encantado de hacer el papel. Después de varios trabajos agotadores, Vestida para matar resultaba el reposo del guerrero. Todo lo que tenía que hacer era vestirse de psiquiatra y quedarse sentado; ni siquiera tenía que hacer las escenas en las que aparecía Bobbi [su doble], porque ya habíamos contratado a Susanna Clemm, la actriz que interpreta a la mujer policía, y ella fue la que hizo todas las escenas en las que se ve a Bobbi deambulando, vestida con impermeable, anteojos y una nariz postiza modelada sobre la de Caine. Michael no tuvo que disfrazarse más que una vez, en la secuencia con Nancy [Allen], en el despacho del doctor Elliott”.
El uso del disfraz recordaba otro recurso hitchcockiano puesto a prueba en Psicosis, aquella fuente de la que bebía grandes sorbos la propia Vestida para matar. Y junto con esas referencias al doble especular, también estaba el tópico de las operaciones de reasignación de sexo, tema que recién asomaba a la luz pública hacia fines de los años 70. De hecho, De Palma incluye un fragmento del programa The Phil Donahue Show en el televisor de la casa del doctor Elliott, donde aparece un periodista de Chicago con su nueva identidad como mujer. “Empecé a leer todos los libros sobre operaciones de resignación de sexo que encontré en su momento. Y entonces se me ocurrió la historia de alguien que reprime su faceta de varón y acaba asesinando a todas las mujeres que tienen la mala suerte de provocarle un estado de excitación”, señaló. La conexión con la represión en el mundo de Psicosis era evidente, pero la estética de De Palma ofrecía una vuelta de tuerca desde el lado de la autoconsciencia de la representación. Por ello dos personajes resultaban agentes esenciales de esa reflexión sobre la mirada: Peter Miller, el hijo de Kate Miller e investigador de su bestial asesinato; y Liz, la prostituta que resulta testigo del crimen en el ascensor.
“El personaje de Peter Miller [interpretado por Keith Gordon] surgió de mis proyectos de feria de ciencias cuando era adolescente, tarea que ocasionaba disputas frecuentes con mi madre”, recuerda el director en el documental De Palma (2015), dirigido por Noah Baumbach. De hecho puede pensarse como una prolongación del personaje de Danis Byrd en Home Movies, que también interpretaba Gordon. Un chico obsesionado con la tecnología, con un equipo completo de fotografía, con una computadora de avanzada para aquella época. Un poco como el mismo De Palma en sus años juveniles. “Pero además estaba esta pasión por seguir a escondidas a la gente. Cuando era adolescente seguía a mi padre porque sospechaba que engañaba a mi madre. Le tomé algunas fotografías a escondidas y pude descubrir a una mujer entrando y saliendo de su consultorio, que quedaba calle abajo de donde estaba nuestra casa. Entonces decidí meterme en su oficina, rompí el vidrio con un puño y, cuando me vio, lo amenacé con un cuchillo para que me dijera dónde estaba su amante. Registré el consultorio y finalmente la encontré en un placard del tercer piso. Ese recuerdo fue el que inspiró esa línea de la película, por lo que podría afirmar que Peter Miller soy yo”.
Nancy Allen y Brian de Palma se habían conocido en Carrie y meses después comenzaron su relación amorosa. Luego volvieron a trabajar juntos en Home Movies y finalmente se casaron en el año 1979. En las entrevistas para Brian de Palma por Brian de Palma, los críticos franceses lo interrogan sobre la recurrente decisión de convertir a Allen en una prostituta o “mujer de mala vida”. La respuesta del director recurre nuevamente al arcón de enseñanzas de su maestro Hitchcock: “Nunca lo hablamos abiertamente pero yo escribí el personaje de Liz especialmente para ella. En Home Movies había interpretado el papel de la novia ideal que resulta tener doble personalidad. Sin embargo ella nunca me dijo ‘¿otra vez me estás dando el papel de mala o prostituta?’. Esas opciones se les ocurren a ustedes [los críticos]. Yo veía cada película como una nueva historia de suspenso con una mujer en peligro. Cuando entrevisté a Janet Leigh en Toronto, le hice una pregunta similar sobre la relación de su personaje de Psicosis y el de Sed de mal, dos mujeres vestidas solo con ropa interior y asediadas por un hombre en un motel de mala muerte. Le pregunté si creía que Hitchcock había visto la película de Welles, estrenada dos años antes. Me contestó que sí, que probablemente la había visto. ¿Cómo no iba a haberla visto? ¡Norman Bates viene directamente del personaje de Dennis Weaver en Sed de mal! Y a ello se suma el motel, el hecho de que ambas fueron producidas por la Universal y, por supuesto, la presencia de Janet Leigh. Como ven, recurrencias hay en todas partes”.
Las citas no eran una novedad para Hitchcock tampoco, bien lo sabía De Palma. Y en ese cúmulo de referencias compartidas estaba la imaginería católica que también obsesionó al director inglés y que en Vestida para matar puede vislumbrarse en la apariencia de virgen que acusa Liz cuando ve a Bobbi en el espejo. También la fragmentación visual del asesinato en el ascensor resulta similar a la famosa escena de la ducha en Psicosis. “Preparé Vestida para matar con mucho rigor y mucha meticulosidad”, recuerda en el libro de Blumenfeld y Vachaud. “Elaboré con sumo cuidado los storyboards, recurrí a la pantalla dividida, a fundidos, a fundidos encadenados dentro de la pantalla dividida, toda una gramática visual que resulta sumamente complicada de llevar a cabo”. El resultado arroja una de las películas más complejas desde el aspecto formal del cine de De Palma en los 80, que se llevó a cabo sin contratiempos durante el rodaje, cumpliendo los plazos y el presupuesto, sin tensiones entre los actores ni dificultades con el equipo técnico. Eso sí, los problemas llegaron después.
Críticas y legado
La película se presentó en el comité de calificaciones e inicialmente recibió la categoría X, que reducía notablemente sus posibilidades de exhibición. De Palma decidió dar batalla para bajar a la categoría R, que generalmente era la asignada a películas con escenas de sexo, desnudos o violencia explícita. Cuando la pelea por la calificación se filtró a la prensa, crecieron las expectativas ante el estreno pero también las protestas airadas debido a la violencia contra las mujeres que se exhibía en la película. Así respondía De Palma a aquella controversia: “Tuve que pelear con la comisión de censura y con su director, Richard Heffner. Accedí a cortar algunas escenas en la versión que se estrenó en Estados Unidos pero en Europa se exhibió el montaje original. Las escenas que corté eran algunos desnudos de Angie Dickinson y algunos planos de la masturbación en la ducha [en realidad el cuerpo desnudo no era el de Dickinson sino el de Victoria Johnson, quien ofició de doble para esas escenas]. Sin embargo, los problemas se acrecentaron debido al enorme éxito de la película, totalmente inesperado incluso para los productores. La reacción de la crítica feminista, de las asociaciones familiares, y de ciertos sectores de la prensa hicieron que el asunto asumiera un cariz político”. Finalmente en las ediciones en DVD posteriores también se incluyó el metraje completo para su distribución en Estados Unidos.
Vestida para matar resultó uno de los grandes éxitos de De Palma en el comienzo de una década en la que el conservadurismo de la industria y el retroceso del riesgo llevarían a varios de los directores del Nuevo Hollywood a una posición de menor poder. Pese a que el tratamiento de temas como la transexualidad y la identidad de género resulten anacrónicos para el presente, la mirada del director permitió revitalizar el cine de terror desde una perspectiva claramente transgresora y con una audacia formal inusitada. Eso se continuaría en sus siguientes películas como Blow Out (1981) o Doble de cuerpo (1984). La herencia hitchcockiana se hacía carne en la obra de su mejor discípulo y la amalgama de esa influencia con una búsqueda propia, en sintonía con la paranoia de aquellos años y en tensión con el perenne puritanismo de la sociedad norteamericana, hicieron de Vestida para matar uno de los grandes hitos del cine adulto de esa nueva era. Genio o perfecto imitador, De Palma mostraba que su sello resultaría para siempre imborrable.
Vestida para matar, de Brian De Palma, está disponible en la plataforma Qubit TV.
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