Valeria viene a casarse refleja parte del drama ucraniano a través de la historia de un matrimonio arreglado
Estrenado en el Festival de Venecia, el segundo largometraje de Michal Vinik está ambientado en un barrio periférico de Tel Aviv y cuenta con grandes trabajos de sus dos protagonistas
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Valeria viene a casarse (Valeria Mithatenet/2023). Dirección: Michal Vinik. Guion: Michal Vinik. Fotografía: Guy Raz. Edición: Maya Kenig. Elenco: Lena Fraifeld, Yaakov Zada-Daniel, Dasha Tvoronovich, Avraham Shalom Levi. Duración: 76 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: muy buena.
Estrenada en el Festival de Venecia del año pasado, esta producción israelí cuenta la historia de una joven ucraniana que llega a Tel Aviv para conocer a su futuro marido, al que tan solo ha visto tres veces por Skype. El arreglo de ese matrimonio concertado lo orquestó el marido de su hermana, que hizo el mismo proceso para tener una vida más estable y parece, al menos en apariencia, conforme con el resultado.
En Ucrania, vale la pena aclarar, decenas de agencias matrimoniales ofrecen hace unos años sus servicios en varias ciudades del país a través de oficinas físicas y virtuales que facilitan que hombres de distintas partes del mundo seleccionen a su “compañera ideal”. Antes de la guerra con Rusia, los ucranianos ya tenían serios problemas económicos: muchas de las pensiones que cobraban tras trabajar toda una vida no superaban los 40 euros mensuales. Hoy, con el conflicto armado en pleno desarrollo, la situación empeoró en más de un sentido. Ese es el trasfondo de Valeria viene a casarse, que sucede en un solo día y casi por completo en un mismo escenario, la casa de Christina y su marido, un hombre atado a tradiciones y protocolos indiscutiblemente conservadores.
Es una obra de cámara sintética pero elocuente que cuenta con el apoyo de una sugestiva banda sonora de Daphna Keenan dominada por las cuerdas que la directora Michal Vinik utiliza con mucho criterio para sumar tensión y melancolía al relato. Vinik debutó como realizadora con Barash (2015), un film que se estrenó en San Sebastián y después circuló por más de 90 festivales de todo el mundo. En su segundo largo, consigue un desempeño muy sólido de todo el elenco, en particular de las dos hermanas -interpretadas por las actrices ucranianas Lena Fraifeld y Dasha Tvoronovich-, que llenan de matices a una tragicomedia que refleja el drama y los desencuentros de un acuerdo muy precipitado, al tiempo que trabaja sobre el vínculo entre ellas, que mantiene la complicidad como estandarte incluso cuando estalla la crisis.
Con mesura y sensibilidad, la película ataca varios frentes: se interroga sobre la naturaleza del amor, trabaja sobre los conceptos de identidad e individualidad y las disfunciones de un mundo globalizado, pone el foco sobre el complicado lugar de la mujer en una sociedad que se presume avanzada como la de Israel y enaltece el valor de la sororidad.
En algún momento un chiste relacionado con Anna Karenina, el clásico de León Tolstoi, descomprime un clima denso, pero la cita no es gratuita ni casual: Valeria y su hermana son, de algún modo, versiones modernas de aquel sufrido personaje de la famosa novela rusa.
En el fondo, se trata de una historia de refugiados. De personas que escapan de una realidad angustiante y muy explícita pero terminan atrapadas por un tipo de opresión más solapada y apenas sostenida por la hipocresía. Que la película pueda transmitir todas esas sensaciones en poco más de una hora es un mérito adicional que también merece celebrarse.
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