Una vida soñada: Valeria Bruni-Tedeschi brilla como una madre desempleada que pelea por salir a flote

Una vida soñada (Une vie rêvée, Francia/2024). Dirección y guion: Morgan Simon. Fotografía: Sylvain Verdet. Edición: Marie Loustalot. Elenco: Valeria Bruni-Tedeschi, Félix Lefebvre, Lubna Azabal, Dylan Guedj. Duración: 97 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: buena.

La potencia arrolladora de Valeria Bruni-Tedeschi impulsa y carga de sentido a esta película centrada en los vaivenes de la difícil vida cotidiana de Nicole, una mujer de 52 años que, desempleada y con dificultades muy evidentes para salir de esa situación, se endeuda para sobrevivir y sostener al hijo adolescente con el que vive en un suburbio desangelado.

Morgan Simon, director de 37 años que debutó con Compte tes Blessures, largometraje de 2016 elogiado y premiado en el Festival de San Sebastián y exhibido dos años después en Buenos Aires en el marco de la 18ª Semana de Cine Francés, tuvo plena conciencia del talento de su protagonista y diseñó una película a su medida.

Bruni-Tedeschi es claramente el centro de gravedad de una historia que, más allá del enfoque sensible de los asuntos de la intimidad -la relación inestable con un hijo adolescente en un contexto complicado, la pelea de esa mujer sola y visiblemente agotada contra el paso del tiempo-, también se ocupa de contar la Francia de Emmanuel Macron con un par de pinceladas elocuentes: un país en el que la clase obrera definitivamente no va al paraíso y en donde los inmigrantes son generalmente considerados ciudadanos de segunda categoría que deben arreglarse como pueden, prudentemente alejados de la opulencia parisina. Simon conoce bien el terreno porque él mismo nació en la periferia de la elegante y excluyente capital de Francia.

Si Nicole apela al refugio simbólico de una decoración sobrecargada en su modesto departamento, está claro que es para olvidarse, al menos por un rato, del entorno gris que la abruma, tanto como la relación por momentos tóxica con su hijo, un vínculo que reproduce un paisaje bastante conocido en este tipo de historias (pensar en la intensa Mommy, de Xavier Dolan, por ejemplo): complicidades fugaces, gritos, lágrimas, algún arrebato de violencia y una reconciliación plasmada en una prototípica escena de baile que sepulta los problemas por un breve lapso.

Aunque todo parece encaminado a desembocar en las penurias del realismo social que en el cine europeo trabajan con diferentes matices cineastas como los hermanos Dardenne, Robert Guediguian, Ken Loach, Robert Guediguian o Laurent Cantet, hay una energía vital escondida detrás de la máscara de la resignación y la angustia de Nicole que aparece ante diferentes estímulos: no sólo reflejada en el amor anárquico y a veces asfixiante, pero siempre tangible, por su hijo, sino también cuando descubre que su propia vida romántica renace.

Más de una vez, Nicole se observa en un espejo y ve la imagen de la derrota. Pero también sabe que hay un fuego interior que la mantiene viva. Y que su sentido del humor y su desprejuicio todavía pueden ser armas de seducción. “En la vida real no me miro mucho al espejo, así que tengo la edad que siento -declaró Bruni-Tedeschi en una entrevista publicada por el diario Le Figaro en la época del estreno de esta película en Francia-. Hay días en los que tengo 20 años, días en los que tengo 10 años, días en los que tengo 100 años”. Y eso mismo le pasa a Nicole, que navega entre la euforia y la depresión, se ilusiona y se frustra, pero al final hace lo necesario para mantenerse a flote.

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