Una rivalidad que ni el tiempo pudo curar
"Yo me casé primero, gané el Oscar antes que ella y si llego a morirme antes, estoy segura de que se pondrá furiosa al comprobar que volví a ganarle", decía hace años Joan Fontaine refiriéndose, claro, a su hermana mayor, Olivia de Havilland. Todavía no ha habido posibilidad de comprobarlo, aunque lo que sí sigue en pie es la rivalidad que las ha mantenido separadas desde hace muchos años y no ha cedido hasta hoy, cuando Joan celebra los noventa en California y nadie espera que Olivia (que los cumplió en julio del año pasado) vaya a abandonar su tranquilo refugio francés para acompañarla. Sólo ellas saben cuándo comenzó la discordia, pero es seguro que ya venía de lejos, cuando las dos se convirtieron en grandes estrellas del Hollywood de los años dorados: más de una vez Joan, por ejemplo, solía recordar con irritación que en la adolescencia le tocaba usar la ropa que su hermana desechaba. Lo que los memoriosos recuerdan es que el antagonismo entre ellas se hizo más visible cuando en 1941 la Academia tuvo la mala ocurrencia de ponerlas a competir por el Oscar a la mejor actriz: a Joan por La sospecha (Alfred Hitchcock) y a Olivia por La puerta de oro (Mitchell Leisen). El mutuo desagrado se convirtió en franca rivalidad cuando la menor se llevó la estatuilla (y al parecer desairó a su hermana cuando ésta quiso felicitarla), a pesar de que De Havilland no sólo tendría su doble revancha -lo ganó en 1946 por Lágrimas de una madre , de Leisen, y en 1949, por La heredera , de William Wyler- sino que dos años antes ya había sido candidata como actriz de reparto por Lo que el viento se llevó (Victor Fleming). Aún así, mantuvieron algún contacto formal y esporádico hasta la muerte de la madre en 1975, cuando Joan estuvo ausente del funeral, según ella porque no había sido invitada y según Olivia porque rehusó el convite. Desde entonces no se tiene noticia de que hayan cruzado palabra.
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Fue Lilian Fontaine, precisamente, quien estimuló la carrera artística de sus hijas. Ella misma había sido actriz de teatro en Gran Bretaña antes de casarse con el abogado Walter De Havilland. Las dos chicas nacieron en Tokio, donde el padre ejercía su profesión con éxito, pero tras el divorcio de la pareja fueron llevadas por su madre a California, donde crecieron y donde, en 1933, Max Reinhardt descubrió a Olivia en una puesta estudiantil de Sueño de una noche de verano y la quiso para su propia versión de la pieza, en el teatro y en el cine. Un extenso contrato con la Warner la hizo aparecer desde 1935 como heroína romántica en varios films de éxito, gran parte de ellos junto a Errol Flynn ( El capitán Blood , Las aventuras de Robin Hood , La carga de la Brigada Ligera , Murieron con las botas puestas ). En 1939, fue cedida por el estudio a David O. Selznick para Lo que el viento se llevó , que marcó para ella un momento decisivo, no sólo porque mostró su talento dramático sino porque empezó a exigir papeles más sustanciosos, lo que la llevó a chocar con Warner e ir a parar a la justicia, que le dio la razón y reguló los contratos entre estrellas y estudios. Después alternó actuaciones en cine ( El nido de las víboras , La noche es mi enemiga , Cálmate, dulce Carlota , Aeropuerto 77 ) con temporadas de teatro y trabajos en TV. Desde 1955, cuando se casó con un editor de Paris-Match , reside en Francia. "He tomado unas largas vacaciones -dijo hace diez años- pero no rechazaría un papel interesante en un proyecto serio. Las ofertas aún me llegan: ninguna me atrajo." Por cierto, aunque ha hecho abundantes apariciones públicas no volvió a actuar desde El quinto mosquetero (1979), de Ken Annakin, donde hizo el papel de la reina. Pero no extraña el cine: "La vida real -decía hace poco- está llena de cosas importantes, mucho más enriquecedoras que las que puede dar una vida de fantasía".
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Joan de Beauvoir de Havilland se hizo llamar Joan Burfield en sus primeros papeles en teatro y así apareció también en el cine, junto a Joan Crawford en No More Ladies (1935). Ya con el apellido materno, los films que rodó para la RKO no tuvieron mayor repercusión, salvo El bailarín enamorado (1937), al lado de Fred Astaire, y Gunga Din (1939), con Cary Grant. Pero una casual charla con Selznick determinó su encuentro con Hitchcock, que la dirigió en Rebecca, una mujer inolvidable y La sospecha , la convirtió en estrella y la condujo hasta el Oscar, al que volvería a aspirar en 1943 con La ninfa constante (Edmund Goulding). Heroína inocente y refinada primero, ganó más tarde mejores papeles en dramas románticos donde incluso podía mostrarse maliciosa o intrigante. Entre sus films cabe recordar Jane Eyre, alma rebelde (Robert Stevenson), Carta de una enamorada (de Max Ophuls), El vals del emperador (Billy Wilder) o Ivanhoe (Richard Thorpe). Después, prefirió el teatro, aunque -mujer múltiple- supo destacarse también en otras actividades: golf, pesca, decoración de interiores y arte culinario, entre ellas. No habrá tenido tiempo, seguramente, para añorar sus años de gloria mundana. Pero ni el tiempo pudo hacerle olvidar -ni a ella ni a su hermana- la vieja rivalidad que hizo que jamás aparecieran juntas en un film.