Una historia en la que el sinsentido y la apatía le ganan a la acción
Un grupo de terroristas secuestra un avión de pasajeros en pleno vuelo y terminan hiriendo de gravedad al piloto y dañando la aeronave en esta entrada en el cine catástrofe que está lejos de los mejores exponentes del género
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Atentado en el aire (97 minutes, Estados Unidos/2023). Dirección: Timo Vuorensola. Guion: Pavan Grover. Fotografía: Konstantin Freyer. Música: Ian Livingstone. Edición: Eric Potter. Elenco: Jonathan Rhys Meyers, Alec Baldwin, MyAnna Buring, Jo Martin, Michael Sirow, Pavan Grover, Anjul Nigam, Jake Hayes, Davor Tomic. Duración: 93 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Digicine. Nuestra opinión: mala.
Dicen que al cine clase B no hay que pedirle demasiado. Conviene que las expectativas para una película de esas características sean humildes, casi básicas: entretenimiento, algo de ironía y autoindulgencia, y no mucho más. Sin embargo hay un problema con esto: cuando lo que se acaba de ver no consigue ni siquiera eso, el disgusto roza la indignación.
En Atentado en el aire, un grupo de terroristas armados con pistolas hechas con impresoras 3D, secuestra un avión de pasajeros en pleno vuelo. En el forcejeo, los nervios y el gatillo fácil terminan hiriendo de gravedad al piloto y dañando la estructura de la aeronave.
Mientras tanto, en la torre de control, la subdirectora Toyin (Jo Martin) y su jefe, el malhumorado Hawkins (Alec Baldwin) buscan la manera de lidiar con la situación límite. Las opciones que manejan son tan simples como extremas: o logran dirigir el aparato por piloto automático desde la base, o lo derriban en el aire.
Pero hay más: entre los terroristas a bordo hay un agente de Interpol infiltrado (Jonathan Rhys-Meyers), que será los ojos y los oídos del equipo terrestre, al igual que un par de pasajeros que -incomprensiblemente- deciden creer en él por gracia divina, y seguirlo a pies juntillas a pesar de mostrar una evidente inestabilidad emocional.
En el resultado de Atentado en el aire, el director Timo Vuorensola hace honor a su nombre de pila. El guion no solamente es un rejunte de situaciones sin sentido, sino que además están filmadas con una apatía absoluta. No hay tiempo para la construcción de un vínculo entre los personajes (que será cada vez más necesario conforme avanza la trama), tampoco para crear climas. No alcanza para sacudir la somnolencia ni una media docena de momentos de violencia gráfica, ni una vuelta de tuerca final que pretende explicar lo inexplicable, al mismo tiempo que traiciona todo lo visto hasta ese momento.
La elección del casting es otro misterio. La participación de Alec Baldwin en el film es inversamente proporcional al lugar que tiene su nombre en el póster. Luego del accidente en el que el actor disparó contra la directora de fotografía Halyna Hutchins, que murió en el set de Rust en 2021, poco se ha sabido de él. Esta película es un tímido regreso, en la que hace bastante poco.
Destino similar, pero por motivos personales ligados a adicciones, mancillaron la carrera de Jonathan Rhys-Meyers. Aunque, a diferencia de su colega, este todavía ostenta algunos títulos interesantes en la primera etapa de su filmografía, como para seguir poniéndole alguna ficha. Juntos (de todos modos, en ningún momento comparten escena), intentan levantar un proyecto que se viene en picada desde sus primeros minutos; herido de muerte, paradójicamente, por quienes lo crearon.
Tragedias aéreas en el cine se han visto muchas, algunas muy dramáticas, otras muy divertidas; unas pocas inspiradas, y otras tantas exageradas. Pero faltaba aquella que no fuera ni una cosa ni la otra, que se mantuviera en una zona gris, apática. Atentado en el aire llega para ocupar ese espacio.
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