Una flor en el barro, sensible película sobre el sistema educativo y sus desafíos cotidianos
Con protagónico de Nicolás Francella y el debut cinematográfico de Lola Carelli, este jueves llega a salas el cuarto largometraje de Nicolás Tuozzo
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Una flor en el barro (Argentina/2023). Dirección: Nicolás Tuozzo. Guion: Victoria Benedetto, Nicolás Tuozzo. Fotografía: Mauricio Heredia. Edición: Paula Ceballos. Música: Sebastián Escofet. Elenco: Nicolás Francella, Lola Carelli, Enrique Dumont, Valentina Bassi, Cumelén Sanz, Alejo García Pintos, Diego Castro. Calificación: apta para todo público (con reservas). Distribuidora: Star Distribution. Duración: 103 minutos. Nuestra opinión: buena.
Una flor en el barro es una película que, con riesgo de caer en lo didáctico, se propone generar una conversación, interpelar, ponernos de cara a una realidad invisibilizada, que su director y coguionista, Nicolás Tuozzo (Los padecientes), aborda bajo la mirada de un maestro suplente interpretado por un correcto Nicolás Francella, un joven que intenta modificar, desde su lugar, una situación que amerita un debate. El actor personifica a Francisco, un docente de una escuela con escasos recursos que advierte que una de sus alumnas, Sofía (Lola Carelli, en un auspicioso debut cinematográfico), es superdotada. La pequeña, con tan solo ocho años, resuelve complejos problemas matemáticos, tiene una mirada artística muy desarrollada para su edad, además de estar interesada particularmente en la ciencia e incorporar conocimientos con celeridad, y comprenderlos cabalmente.
Cuando ese maestro se toma el tiempo de conocerla, se siente asombrado por la capacidad de la niña y allí empieza a transitar, inicialmente con cierta ingenuidad, un sinuoso camino para que Sofía encuentre la escuela adecuada para explorar su potencial. Así, el film de Tuozzo se mueve en dos narrativas. Por un lado, en la del docente que inicia su derrotero. Por el otro, en la de la cotidianidad de la pequeña, quien vive con su familia sumida en la pobreza, pero siempre estimulada por todo aquello que se le presenta como una novedad. La construcción del personaje de Sofía está muy bien logrado, exento de lugares comunes o golpes bajos. Si bien el realizador retrata momentos duros de su vida, lo que le interesa mostrar es cómo la niña expresa su vasto mundo interior en el contexto en el que se mueve.
De esta manera, se logra una simetría con lo que le sucede a su maestro, quien también apela a sus propios recursos para poder superar obstáculos de otra envergadura. En su caso, una charla con la directora de la escuela que resulta poco fructífera, una conversación con los padres de Sofía para terminar de comprender cómo es el día a día de ella, y una visita al Ministerio de Educación para plantear su dilema: cómo lograr que la niña pueda ser inscripta en otra escuela sin que se produzcan alteraciones.
A medida que va acercándose a diferentes figuras de autoridad, ese maestro se topa con lo más abyecto de la burocracia, desde el desinterés social por alumnos que no responden a un cierto modelo pasando por la cruda realidad del sistema educativo, con sus reglas y limitaciones, hasta el precio que debe pagar por simplemente intentar hacer lo correcto.
Una flor en el barro se enriquece cuando no se vuelven solemne o sobreexplicativa, como en las secuencias en las que Sofía se muestra ávida por lo que su docente tiene para enseñarle y en aquellas en las que se deja en evidencia cómo la búsqueda de cambio, por más encomiable que sea, pocas veces es respaldada con hechos concretos de quienes están en posiciones de autoridad. En esos casos, solo quedan las acciones de la familia, de los amigos, y de esos maestros que se involucran, aunque les cueste caro. En gran medida, la película de Tuozzo es una celebración de esos pequeños (enormes) gestos de nobleza.
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