Una familia separada por la frontera de la ley
La trama del film se pierde entre los clichés
Los dueños de la noche (We Own the Night, EE.UU./2007, color; hablada en inglés). Dirección: James Gray. Con Joaquin Phoenix, Mark Wahlberg, Eva Mendes, Robert Duvall, Antoni Corone, Tony Musante, Moni Moshonov, Alex Veadov. Guión: James Gray. Fotografía: Joaquín Baca-Asay. Música: Wojciech Kilar. Edición: John Axelrad. Presentada por CDI. Duración: 117 minutos. Calificación: sólo apta para mayores de 13 años con reserva.
Nuestra opinión: regular
Como ha sucedido centenares de veces (y no sólo en el cine), aquí hay dos hermanos que se han disputado el cariño del padre. Uno, más dócil, atendió sus consejos, siguió el camino que él le indicó y terminó siendo su favorito y su motivo de orgullo; el otro, más rebelde, desoyó las enseñanzas, eligió hacer las cosas a su manera y terminó convirtiéndose en la oveja negra de la familia. La ventaja del cine es que puede resolver estas asimetrías sin demasiada complicación. Así lo hace Los dueños de la noche , que en un par de escenas genera en el extraviado una crisis tan profunda como para encarrilarlo, hacerlo recapacitar y devolverlo al buen camino.
El film quiere ser la historia de esa redención, pero en lugar de internarse en ese conflicto personal que le ofrecía bastante sustancia dramática se dispersa en ramificaciones anecdóticas que sólo logran debilitarlo y colmarlo de clichés. Así, sucede que el relato fluctúa entre lo previsible y lo improbable. Aunque por esas mismas variaciones y por su abundante acción lo mismo consiga entretener.
Dos hermanos, dos destinos
Veamos. Aunque el ambiente parezca de la época de Fiebre de sábado por la noche , música disco incluida, estamos en 1988. Los hermanos en cuestión son Joaquin Phoenix (Bobby) y Marc Wahlberg (Joseph). El primero ni siquiera ha conservado el apellido -se hace llamar Green en lugar de Grusinsky-, pero le va muy bien en los negocios (está al frente del Caribe, un local nocturno apadrinado por la mafia rusa y bien surtido de cocaína) y en el amor (su pareja es Amada, una latina sexy como Eva Mendes, además de fogosa y fiel). Por ahora, Bobby, que cuenta con la protección de su nueva familia importada, ha tenido suerte suficiente para esquivar la ley. Joseph, en cambio, es su brazo armado. Igual que el padre (Robert Duvall), que ocupa un altísimo cargo en la policía y ha llegado a la edad de los homenajes.
Cada uno por su lado, las cosas siguen su curso normal. Pero en algún momento las historias se cruzan: el sector policial de los Grusinsky mete la nariz en el mundo de los delincuentes, pone el ojo en un traficante ruso frecuentador del Caribe, y Bobby, que milagrosamente ha podido mantener en secreto que es hijo y hermano de uniformados, termina viéndose atrapado entre dos fuegos: de un lado la mafia rusa; del otro la ley, es decir, la familia.
La abundancia de giros anecdóticos obliga al director y guionista James Gray a acelerar el ritmo; los acontecimientos se precipitan como en las viejas series de televisión y todo se resuelve en un par de líneas o un par de imágenes sin que haya tiempo para atender a las transiciones o a la coherencia. Gray se resiste a desechar algunas de las tantas peripecias que imaginó y no tiene otro remedio que caer en el estereotipo para que todas quepan. Sólo se concede la posibilidad de desarrollar un par de secuencias de acción, entre ellas una persecución automovilística bajo la lluvia que da cuenta de sus habilidades profesionales si bien en su realización ha contado con generosa ayuda de la tecnología digital.
Los dos protagonistas, que son también los productores del film, tienen el oficio suficiente para salir airosos, aunque tal vez no habría venido mal un intercambio de papeles. Robert Duvall hace otra vez un personaje que se sabe de memoria y Eva Mendes, en otras oportunidades apenas decorativa, pone temperamento y sensualidad a su personaje.
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