"Me pone feliz que la consideren una de las mejores comedias de todos los tiempos, pero no es verdad. No es la mejor porque no hay una mejor. En todo caso, es una de las mejores, y estoy orgulloso de ella. Es una buena película, entonces me alegra que se la siga teniendo en cuenta", expresó el guionista y realizador Billy Wilder respecto a Una Eva y dos Adanes, indudablemente una de la grandes comedias del cine y una de las más destacadas de su filmografía, si bien varios escalones por debajo de su obra maestra del género, The Apartment.
En 1959, el realizador estrenaba el film - basado en el largometraje francés de Richard Pottier, Fanfare d'amour, y co-escrito por su gran colaborador, I.A.L. Diamond - y, como era habitual en su obra, ponía de relieve temáticas subversivas para la época, desde la relectura del cine de gángsters de la década del 30, hasta la sexualidad explorada desde todos sus ángulos (como la reivindicación feminista y cierta burla de la masculinidad). Tony Curtis y Jack Lemmon interpretaban a Joe y Jerry, dos músicos que son testigos de una masacre mafiosa y que, para evitar ser asesinados, se suman a una banda de mujeres para realizar unos conciertos en un hotel de Miami, caracterizados como Josephine y Daphne. En ese grupo enteramente femenino conocen a Sugar Kane ( Marilyn Monroe ), esa mujer que, como su propia actriz, combinaba seducción con ingenuidad como ninguna otra. Una Eva y dos Adanes se convirtió en un éxito inmediato, y propulsó la concepción de un musical alusivo titulado Sugar, estrenado por primera vez en Broadway en 1972, y que también se repuso en 2002 con la actuación secundaria de Curtis en el papel de Osgood Fielding III, inmortalizado en la película por el hilarante Joe E. Brown. En nuestro país, Sugar Kane fue interpretada en las tablas por Susana Giménez, Griselda Siciliani y actualmente por Laura Fernández.
El film de Wilder es único, entre otras razones, por el contrapunto entre sus actores, cuyas interacciones funcionan como un relojito. Sin embargo, el rodaje fue una pesadilla para el director y sus protagonistas masculinos, quienes combatían diariamente con la complejidad de Marilyn, una mujer que podía enamorar a la cámara, pero que al mismo tiempo se sentía amenazada por ésta, y quien se recluía por miedo a equivocarse en sus parlamentos, atentando así contra una filmación que pretendía fluir con la armonía con la que se desarrollan todas las obras de un director inoxidable.
*Billy Wilder, el genio que mantuvo la máquina aceitada
El mejor discípulo del alemán Ernst Lubitsch se regía por el mantra de "no debés aburrir a la audiencia" y, tanto en comedia como en sus aportes al cine negro y al melodrama, cumplió con creces con esa directiva autoimpuesta. Wilder era un hombre ingenioso, inteligente, de una ironía tan avasallante que se terminó trasladando a todos sus largometrajes. Si uno revisa su filmografía, se podrá encontrar con el respeto absoluto a esos guiones que, aunque él pensara lo contrario, definitivamente tienen ese "toque Lubitsch", esa denominada sobrebroma que llega en el momento justo, y que en Una Eva y dos Adanes se cristaliza en esa inolvidable línea de diálogo final concebida por su colega Diamond. El "nadie es perfecto" que lanza Osgood en el último plano también nos está hablando de los personajes de Wilder, quienes nunca terminan siendo lo que aparentan en la superficie ("nadie es tan bueno ni tan malo", aseveraba el cineasta) y quien, enmarcados por ese espíritu de vodevil, propulsan tramas complejas que ocasionalmente se malinterpret(ab)an como simplistas.
En Una Eva y dos Adanes, Joe y Jerry juegan a ser algo que no son, para terminar descubriendo su verdadera identidad en el proceso. Lo mismo sucede con Sugar, una joven que busca casarse con un millonario para eventualmente asumir con entereza que en realidad se siente atraída por los músicos que luchan por su subsistencia. Wilder, quien filmó su comedia en California en el otoño de 1958, ya había trabajado con Marilyn en 1955 en La comezón del séptimo año, y jamás imaginó reencontrarse con la actriz en otra producción. "Después de esa película me dije a mí mismo que no iba a trabajar más con ella", le reveló el director a Cameron Crowe en el imprescindible libro de entrevistas Conversaciones con Billy Wilder. Sin embargo, cuando le comunicaron que Monroe quería el rol de Sugar, la tentación pudo más. "Habíamos pensado en elegir a Mitzi Gaynor, pero me pareció estupendo que Marilyn estuviera interesada, ahí no hubo mas remedio que tenerla a ella, recurrimos a todo y lo logramos, pero fue muy duro, nunca se sabía qué iba a pasar", añadió el realizador.
*Marilyn Monroe, entre ausencias al rodaje y problemas para memorizar el guion
Si bien tiene sus altibajos, el film de Simon Curtis Mi semana con Marilyn retrata con precisión la modalidad de trabajo de la actriz: su compulsión por no fallar la conducía, paradójicamente, a actuar de manera irresponsable. Una Eva y dos Adanes no fue la excepción. La conducta de la estrella era tan volátil que el rodaje peligraba precisamente por ese comportamiento azaroso. Marilyn era impredecible, y eso podía ser tanto una bendición como una tortura. "Resultaba complicado trabajar con ella, pero cuando uno veía en la pantalla el resultado que había conseguido, por las buenas o por las malas, se quedaba asombrado", le explicó Wilder a Crowe. La contradicción principal que yacía en Marilyn era la convivencia de su incapacidad para memorizar los diálogos con ese arrebato de inspiración que le permitía recordarlos de un segundo a otro. "Era asombroso lo que irradiaba. Aunque no parezca, era una excelente actriz de diálogo. Sabía dónde iban las risas. A cambio, claro está, teníamos trescientos extras", se sinceró Wilder.
Entre esos "extras" que venían con Marilyn estaba su impuntualidad. "Miss Monroe tenía que aparecer a las nueve en punto de la mañana y no llegaba hasta las cinco de la tarde. Llegaba y decía: 'lo siento, me he perdido cuando venía al estudio'. Pero cada vez que la veía, le perdonaba todo", subrayó el director, quien llegó a recurrir a métodos impensados para destrabar a una actriz atormentada, quien también se encontraba batallando con problemas personales, fruto de su matrimonio con el dramaturgo Arthur Miller. "Marilyn se bloqueaba, algunas escenas le recordaban a algo, y no lograba controlar su máquina de pensar. Por eso teníamos que hacer una toma después de otra. A veces lloraba y había que volver a maquillarla, se enfadaba consigo misma, era todo un personaje. La cuestión era ver cómo motivarla, era cada día empezar de nuevo", explicó el cineasta.
Cada vez que la veía a Marilyn, le perdonaba todo, dijo Billy Wilder
Por lo tanto, para evitar que el malestar general se acrecentara, el director mandó a pintar letreros en las puertas de las locaciones con la frase "Soy yo, Sugar", la famosa y breve línea de diálogo que la actriz no lograba decir correctamente ("Soy Sugar, yo" era el frecuente error que cometía). "Nunca sabía qué iba a hacer, cómo iba a interpretar una escena. Era mucho mejor en la pantalla que fuera de ella", contó el director, quien también aludió al clima de rodaje. "Los demás actores no la tomaban en serio, pero dijeran lo que dijeran, siempre terminaban pensando 'estoy en una escena con Monroe'". Efectivamente, quienes la conocieron coinciden en ese mismo punto: uno podía frustarse con Marilyn y en simultáneo maravillarse ante su presencia.
Por otro lado, la actriz se encerraba en su camarín mientras Lemmon y Curtis la esperaban con los tacos puestos, para luego sobrevivir a una jornada de 59 tomas de una misma escena - a Marilyn también le costaba enunciar la pregunta "¿Dónde está el Bourbon?" -, para después continuar con ese mismo ciclo indefinidamente. "Ella tenía miedo de salir a filmar, le costaba enfrentarse con la cámara, creo que haber sido una estrella tan grande la terminó convirtiendo en una reclusa; en el fondo era infeliz, porque la habían lastimado mucho y le costaba confiar en los demás", contó Lemmon en una entrevista televisiva, en la que comparó a Marilyn con Marlon Brando, dos figuras que no podían poner un pie en la calle sin toparse con el asedio. "Yo la quería mucho y nos llevábamos bien, pero nos enloquecía a los tres. Siempre pasaba lo mismo: llegaba tarde y, cuando se animaba a salir, de repente se arrepentía y nos insultaba. No había manera de hacerla volver al set. También tomaba vino, lo cual no ayudaba", recordó el actor, quien tampoco supo cómo eludir el magnetismo: "Cuando lograba salir a filmar y se concentraba, lo que hacía era maravilloso".
Lo que detallan tanto Wilder como Lemmon es innegable cuando uno ve a Marilyn como Sugar. El director no se equivocó en volver a elegirla. Marilyn y Sugar estaban tan entrelazadas que en pantalla uno se encuentra con ambas, indisolubles. Por un lado, una intérprete con la vulnerabilidad a flor de piel. Por el otro, una cantante que solo buscaba ser amada sin complicaciones. Ese "toque Monroe" atraviesa todo el film. Sin embargo, una vez concluida la filmación, el comportamiento de Marilyn se había vuelto tan errático que decidieron no invitarla a la fiesta de fin de rodaje.
*Tony Curtis, furioso con Marilyn (y fascinado con ella)
El vínculo entre Curtis y Monroe también fue un factor clave en la filmación de la comedia de Wilder. El propio Lemmon reconoció que tanto él como el director sabían manejar los vaivenes de la actriz con sus correspondientes mecanismos (él no dejaba que lo afecte, y Billy terminaba la jornada refugiado en la contención de su esposa), pero que con Curtis el panorama era muy distinto. Según escribió Tony en sus memorias, él habría mantenido una relación amorosa con Marilyn antes del rodaje, y la actriz habría quedado embarazada. "Cuando estaba en la cama con Marilyn nunca estuve seguro - antes, durante o después - de dónde estaba su mente. Era una actriz. Podía interpretar su papel. Podía hacer el rol que creía que el hombre deseaba. Nunca pedí más", escribió el actor, para luego describir una viñeta muy peculiar que se habría vivido en un alto del atribulado rodaje.
Según Curtis, Monroe se encerró en su camarín, y pidió que tanto él como su marido Miller entraran para hablar con ella. ¿El motivo? Comunicarles sus dudas respecto a quién era el verdadero padre del hijo que lamentablemente terminó perdiendo. "Yo estaba aturdido. Simplemente me quedé ahí petrificado. Se hizo un silencio en la habitación y podía oír el ruido de las ruedas de los coches chirriando en el boulevard de Santa Mónica. 'Acaba la película y sal de nuestras vidas', me dijo Miller. Lo miré un momento, y entonces la miré a ella. Estaba llorando. 'Dale', dije, 'eso lo puedo hacer'. Me di la vuelta y me marché. Me fui a mi camarín, cerré la puerta y la cerré con llave", detalló el actor, quien por entonces estaba casado con Janet Leigh, en ese momento, embarazada de la hija de ambos, Jamie Lee Curtis.
Marilyn podía hacer el rol que creía que el hombre deseaba, expresó Tony Curtis
El testimonio de Curtis, sin embargo, se contradice con el de Miller, quien dijo que "no había posibilidad" de que todo eso fuera cierto. Tres años después de la conclusión del rodaje, el 5 de agosto de 1962, Marilyn moría a los 36 años por una sobredosis de barbitúricos. A diferencia de Wilder y Lemmon, el rodaje de Una Eva y dos Adanes no fue recordado por Curtis con la misma capacidad reflexiva. Curiosamente, el actor se volcó a un revisionismo algo sensacionalista que lo condujo a espetar declaraciones desafortunadas. De hecho, en una entrevista comparó el besar a Marilyn con "besar a Hitler", para luego excusarse por la analogía.
Hoy, a 58 años del rodaje de esta emblemática comedia, se puede ratificar una vez más la importancia de que Una Eva y dos Adanes haya tenido a un capitán tan extraordinario como Wilder. El cineasta sorteó los problemas de Marilyn y el consecuente enojo del elenco, porque tenía un don para sacar sus películas adelante.
Asimismo, en los últimos años de su vida recordó a la actriz con brillante lucidez y elocuencia. "Tenía una especie de vulgaridad elegante. Creo que eso era muy importante. Y sabía de forma automática dónde estaba la broma. No hablaba de ello. Llegaba al primer ensayo y, cuando recordaba el diálogo, estaba absolutamente perfecta. Podía hacer una escena de tres páginas a la perfección y luego atascarse con una frase. Pero me molestaba mucho que no apareciera. La esperaba y me tragaba mi orgullo. Ahora bien, cuando aparecía, era fantástica y, si hacían falta 80 tomas, se las daba, porque la número 81 era muy buena".
Sus palabras recuerdan a las empleadas por Truman Capote en su retrato de Monroe, tan bellas como taciturnas, tan significativas a la hora de hablar de una persona que buscaba salvarse de sí misma lastimando a los demás - dentro y fuera del set - pero sin quererlo, sin malicia, más bien como una niña que se equivocaba a su pesar: "Es una adorable criatura. No lo digo en el sentido evidente, en el aspecto quizá demasiado evidente. No creo que sea actriz en absoluto, al menos en la acepción tradicional. Lo que ella posee, esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia deslumbrante, se perdería en un escenario. Es tan frágil y delicada que solo puede captarla una cámara. Es como el vuelo de un colibrí: solo una cámara puede expresar su poesía".
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