Una eterna reina de la comedia
Sólo una comedia filmó Alfred Hitchcock en los Estados Unidos ( Mr. And Mrs. Smith ) y fue por causa de Carole Lombard, la célebre actriz de cuyo nacimiento acaba de cumplirse un siglo. "La película nació gracias a la amistad con Carole -contaba Hitchcock en sus famosas conversaciones con François Trufaut-. En ese momento, estaba casada con Clark Gable y me preguntó: «¿Rodaría una película conmigo?». No sé por qué acepté."
Quizá la explicación tuviera que ver con que la personalidad chispeante y seductora de Lombard fue también irresistible para él. En esa época -1941-, Carole era la reina indiscutida de la comedia, dueña de una extraña mezcla de glamour, ingenio, calidez y desparpajo que conquistaba tanto a los espectadores como a quienes la frecuentaban en el trabajo o en la vida personal. El propio Hitchcock da cuenta del humor de la estrella en el mismo diálogo: él había tenido la osadía de declarar que "los actores son como ganado" para referirse a muchos profesionales venidos del teatro que le daban poca importancia al cine y estaban en él sólo por dinero. Cuando llegó al estudio el primer día de rodaje del film (aquí rebautizado Matrimonio original ), descubrió que Lombard había hecho construir una jaula con tres compartimientos, en cuyo interior había tres terneros vivos, cada uno con su identificación colgando del cuello: Carole Lombard, Robert Montgomery, Gene Raymond (los protagonistas). "Mi observación -reconocía Hitchcock- era una simple generalización, pero Carole me dio esa respuesta espectacular, una broma para pasar el rato."
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Ese mismo ánimo juguetón y gracioso le había abierto a Carole (nacida el 6 de octubre de 1908 en Fort Wayne, Indiana, y criada desde los seis años en Los Angeles) las puertas del cine. Dice la leyenda que tenía apenas 12 y estaba jugando al béisbol cuando llamó la atención del prolífico productor y director Allan Dwan, que la contrató para su film A Perfect Crime , el único en que ella figuró como Jane Peters, su verdadero nombre. La experiencia le gustó tanto que, apenas terminó la secundaria, volvió a la actuación. En más de veinte cortos (muchos con Mack Sennett), pulió el estilo de comediante que en la década del 30 la convertiría en estrella. Algunos títulos: Ningún hombre me pertenece (1932), en el que conoció a Gable, con quien se casaría siete años después; La comedia de la vida (1934, Howard Hawks), que fue el film de su consagración; La porfiada Irene (1936), que le dio su única candidatura al Oscar y en la que apareció con William Powell, que había sido su primer marido; La divina embustera (1937), con Fredric March, y probablemente la más famosa de sus películas, Ser o no ser (1942), aquella deliciosa sátira antinazi dirigida por Ernst Lubitsch que fue su último trabajo.
No llegó a verla. Su trágica muerte (en un accidente de aviación cuando volvía de una gira de recaudación de fondos para las tropas de la Segunda Guerra Mundial) se produjo en enero de 1942, cuando estaba en la cima de la popularidad. Fue una muerte temprana que conmovió a los Estados Unidos ("la primera mujer norteamericana víctima de la guerra", la llamó el presidente Roosevelt) y puso fin a una de las parejas más amadas por el público de su tiempo. Quizá no esté demasiado presente en la memoria de los cinéfilos ahora que ha pasado tanto tiempo, pero la imagen que ha quedado de ella es siempre la de una mujer bella, sofisticada, eternamente joven.