Una decisión tomada
Mañana estrenará "La suerte está echada", la película con Gastón Pauls y Marcelo Mazzarello, que marca su pase de la televisión al cine
Sebastián Borensztein no es fácil. Prefiere que su interlocutor lo mire de frente, para estudiarlo y decidir qué tanto puede soltarse. Cuando lo hace, terminan las distancias, revela su sensibilidad, su amor por contar historias y el profundo respeto por la gente con la que trabaja. Agradece, de antemano, a quienes lo ayudaron a hacer su primera película confiando plenamente en él. También a los actores que se engancharon con sus ideas acerca de dos medio hermanos que, en materia de suerte al menos, no pasan un buen momento.
Ese es el punto de partida de "La suerte está echada", la película que marca el debut como director cinematográfico del menor de los hermanos Borensztein -nació en 1962-, que Buena Vista Internacional estrenará mañana.
"Cuando empecé a escribir la historia y le puse Felipe al personaje, pensé en Mazza (Marcelo Mazzarello), que además ahora es mi amigo, y le pedí permiso para usar su cara y su cuerpo para uno de los personajes principales de la historia que tenía entre manos, y me dijo que usara todo lo que quisiera de él", confiesa quien, junto a su hermano Alejandro, ambos hijos del inolvidable Tato Bores (Mauricio Borensztein), en diálogo con LA NACION, fundador de BBTV, una productora de éxito. Sin embargo, a Sebastián nunca lo entusiasmó sacarle rédito a su condición de “hijo de Tato”.
–¿Cómo nació la idea de estos dos personajes en esta historia?
–Simplemente apareció. Uno se sienta a trabajar en ideas y de a poco la trama se va engordando, algunas cosas se sostienen y crecen y otras no, incluso algunos parientes que había en su familia se fueron diluyendo, cayendo de la historia… No tenía un propósito muy específico; después se fue puliendo. Existía algo que tenía que ver con los actores, con la familia. El ejercicio cotidiano de tirar de las palabras te va llevando. Tenía el final, y cómo llegar a él fue apareciendo con la escritura. En la medida en que los personajes empiezan a hablar, hay un inconsciente que labura. Es un ejercicio mágico, difícil de explicar.
“La suerte…” tiene como personajes principales a dos hermanos “de padre”. Uno es Felipe, un actor en ciernes, que acaba de ser bautizado como mufa (fúlmine, jettatore, innombrable) por sus compañeros de ensayo. El otro es Guillermo, que por impuntual acaba de perder su puesto de vendedor en una fábrica de calzado deportivo, y por motivos menos claros, a su novia. Los dos se reúnen cuando su padre, internado en un geriátrico y con los días contados, les pide un último deseo, que, de hecho, puede cambiar sus vidas en diferentes sentidos, depende de cómo ellos mismos guíen de ahí en más sus destinos. Ese otro en yunta con Mazzarello es nada menos que Gastón Pauls, el actor que va camino de convertirse en uno de los más solicitados por el último cine argentino y que tiene, en gateras, al menos otros cuatro largometrajes, entre ellos la esperada “Iluminados por el fuego”. Es la segunda vez que Pauls aparece en cine junto al actor (cuyo perfil recuerda el del norteamericano Ben Stiller), popularizado por sus trabajos en TV, desde “Naranja y media” hasta “Sin código”, en 2004: la primera había sido en “Felicidades”, del recordado Lucho Bender. Tampoco la última, ya que después lo haría en “Demolición”, de Marcelo Mangone, ahora en posproducción. El resto del elenco no se queda atrás, conformado por el escritor, recitador y actor José Adolfo Gallardou, mejor conocido como el Indio Apachaca, Alejandro Awada, Julieta Cardinali, Claudio Rissi, Paola Krum y, en una breve participación, Leticia Brédice.
Borensztein acredita una larga trayectoria en TV. En 1992 dirigió a su padre en “Tato de América” y un año después en “Good Show”, por el que obtuvo –además de cinco Martín Fierro, incluido el propio– el Ondas de la televisión española y el InPut Montreal. Además, dirigió la exitosa miniserie “El garante”, que ganó otros cuatro Martín Fierro; “La condena de Gabriel Doyle”; “Viva la Patria”, y “TiempoFinal”. El mismo obtuvo dos veces el Martín Fierro como mejor director y dos veces como autor.
La primera vez
–¿Cuál era la idea?
–Todo fue apareciendo en función de la trama que se fue desarrollando. No trabajo pensando en que tengo ganas de hablar de tal cosa. Empiezo más aleatoriamente, más instintivamente, y después empiezo a justificar.
–¿Y los géneros yuxtapuestos?
–De alguna manera lo dramático tiene que ver con que las situaciones que viven son dramáticas. A mí no me gustaría estar en su lugar. Uno lo mira desde afuera y se ríe porque hay un cruce extraño entre lo que le pasa a Felipe y cómo lo recibe uno. Lo dramático tiene que ver con algo natural, con lo trágico, con la muerte. Es dramático, pero a la vez tiene una mirada que lo desdramatiza. Lo interesante es aprovechar los recursos que la historia te va pidiendo. Puede ser una comedia, comedia negra, un drama humorístico, depende de cómo uno quiera verlo. Hubo resoluciones racionales y otras irracionales. Cada momento aporta su color, y no tuve prejuicios en superponerlos.
–¿Sabías de antemano cómo tenía que ser tu primera película?
–Había escrito otros guiones para cine, tal vez por ejercicio o por ganas, porque lo hago permanentemente, pero con el tiempo se me iban desdibujando, en especial las ganas de sostenerlos o empujarlos. Convertir un guión en una película es un esfuerzo grande, y si te pasa eso tenés que pararte y pensarlo bien, porque si ya estás desencantado y todavía falta mucho trecho... Sabía que mi primera película tenía que mantenerme el deseo bien en alto todo ese tiempo. No sabía cómo tenía que ser, pero si que debía entusiasmarme hasta el final.
–¿Y el salto de la TV al cine?
–El pasaje no fue conflictivo. Fue seguir trabajando con cuidado, como siempre lo hice, pero con mucho más tiempo. Para hora y media en cine tardás semanas; en TV no más de una semana. Por ahí suplís el poco tiempo que tenés en TV con mucho más esfuerzo, y eso te da una dinámica diferente. Tener un día entero para resolver una escena para mí era como flotar en el espacio. Me imagino que para los directores de cine meterse en una caja apretada puede ser angustiante. Para mí fue un pasaje relajado. Me ayudó mucho el montaje. Miguel Pérez veía lo que yo hacía más distante, y eso me sirvió mucho.
–¿Fue muy diferente en cine?
–La pantalla de cine es muy grande: se ve todo. Cuando editás TV, lo ves en veinte pulgadas, con destino a ese tamaño, más o menos. En cine sabés que el resultado se va a ver en una pantalla muy grande: un gesto más, un gesto menos, habla fuerte, y entonces el montaje cobra otra dimensión.
–Si volvieras a hacer TV, ¿lo harías con nueva mirada?
–El que probó la comodidad del cine no quiere volver al rush de la TV, porque sería como bajar de calidad. El secreto pasa por tener en claro que cuando estás haciendo cine te ponés ese chip, y con la TV volvés a la escuela de la presión de todos lados.
–Implica otros riesgos…
–En el cine no hay un día y un horario en el cual ganar o perder, sino varios. La gente hace un esfuerzo para ir al cine, tiene que vestirse, viajar, pagar una entrada. Todavía lo digo como espectador. En la TV podés irte fácil, incluso sin razón, sólo porque es fácil hacerlo. En el cine te acomodás, pero cuesta irse. Me gusta todo el cine menos el que me aburre, el que abusa de mi paciencia. Creo que el buen cine es el que te entretiene.
–¿Y ahora?
–Extraño el rodaje… tengo ganas de filmar de nuevo, incluso cine publicitario. Ya estoy en un nuevo proyecto.
A horas del estreno, Borensztein está nervioso. No es para menos. “La primera conclusión tiene que ser personal: valió la pena hacer esto”, dice. “Voy a mostrar algo con lo que estoy muy conforme. ¿Las miradas de los demás...?”, se pregunta en voz alta. Y se responde, resignado, con el título de la película.
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