Un viaje insólito y embriagador
"Charlie y la fábrica de chocolate" ("Charlie and the Chocolate Factory", Estados Unidos-Gran Bretaña/2005). Dirección: Tim Burton. Con Johnny Depp, Freddie Highmore, David Kelly, Missi Pyle, Helena Bonham Carter, Noah Taylor, James Fox, Deep Roy y Christopher Lee. Guión: John August, basado en el libro de Roald Dahl. Fotografía: Philippe Rousselot. Música: Danny Elfman. Edición: Chris Lebenzon. Diseño de producción: Alex McDowell. Producción presentada por Warner Bros en inglés con subtítulos o doblada al castellano. Duración: 115 minutos. Apta para todo público.
Nuestra opinión: muy buena
Verdadero clásico de la literatura infantil, "Charlie y la fábrica de chocolate" fue llevado al cine en 1971 -siete años después de su publicación- en una versión con Gene Wilder que no tuvo demasiada suerte artística ni comercial. Finalmente, es el talentoso Tim Burton el encargado de otorgarle a este relato del escritor galés Roald Dahl su verdadera dimensión creativa, lírica, fantástica y evocativa en la pantalla.
A partir de un guión de John August (el mismo de "El gran pez") y en su cuarta colaboración con Johnny Depp, Burton construye un film cautivante desde lo visual, desconcertante en su tono -que puede pendular entre lo naïve y un humor quizá demasiado negro para el público infantil- y con un protagonista por demás inquietante. Con su look andrógino, sus abusos y excesos, su relación de amor-odio con los niños y sus desplantes de millonario reclusivo, este Willy Wonka remite demasiado al controvertido Michael Jackson.
Lejos de su habitual impronta de galán, Depp parece aquí tan perdido y vulnerable como el Edward de "El joven manos de tijera" y tan excéntrico como una estrella de rock, aunque con el poder y la adoración que el éxito, el dinero y el interés mediático generan.
Más allá de las contradictorias sensaciones que provoca Willy Wonka, la historia está narrada desde el bastante más inocente y puro punto de vista de Charlie (Freddie Highmore, visto en «Descubriendo el país de Nunca Jamás»), un chico pobre que sueña con conocer la fábrica de chocolate que Wonka mantiene cerrada durante 15 años. Un concurso destinado a premiar a cinco chicos con una visita a la planta surge como la única oportunidad de cumplir su deseo. Lo que sigue es uno de los viajes (por un mundo de dulces, insólitas construcciones y personajes exóticos) más sorprendentes y embriagadores que el cine haya entregado en mucho tiempo.
Las obsesiones de siempre
En su segunda aproximación a la obra de Dahl (en 1996 concibió junto con Henry Sellick el film de animación «Jim y el durazno gigante»), Burton trabaja varios de los temas que lo obsesionan desde siempre: la tradición oral, las fábulas, las relaciones abuelos-nietos y padres-hijos, los traumas infantiles, las penurias de aquellos que son o se sienten "distintos" y no encajan en las reglas del sistema al punto de ser considerados locos o marginales, la reivindicación de los científicos y creadores que inventan o construyen contra toda lógica o la creación de mundos autosuficientes con reglas propias.
No todos los personajes o las situaciones son igualmente interesantes ni todos los chistes resultan tan efectivos (la parodia de "2001, odisea del espacio" termina siendo demasiado obvia, larga y subrayada), pero incluso en su incontinencia, en su grandilocuencia, en sus profundos desniveles, se percibe en "Charlie y la fábrica de chocolate" la audacia sin miedo al ridículo y la inagotable imaginación de su director.
Gracias a un muy generoso presupuesto de 150 millones de dólares, Burton se rodeó de varios de los más prestigiosos profesionales de la industria cinematográfica: el fotógrafo francés Philippe Rousselot (en su tercera colaboración consecutiva); el diseñador de moda Alex McDowell ("La terminal", "Minority Report: Sentencia previa", "El club de la pelea"), que se da el lujo de, por ejemplo, derretir un enorme palacio hecho enteramente de chocolate, o su habitual músico, el gran Danny Elfman. El broche de oro son las desquiciadas coreografías -cuya estética remite a los musicales de Busby Berkeley- de canciones con letras del propio Dahl. Una excentricidad más para una película que podrá extasiar a algunos e incomodar a otros, pero que jamás pasará inadvertida.
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