Un tipo meticuloso, tierno y muy querible
Me crucé por última vez con Leonardo Favio a mediados de 2011. Me habló de los juegos de la memoria y de cómo podría ser capaz de filmarlos. A su sueño de hacer El mantel de hule, la película que tenía prevista desde que finalizó Aniceto, en 2008, o incluso antes, se sumaba ese nuevo proyecto respecto del paso del tiempo, que por supuesto ya escribía, seguramente en noches de insomnio. Su cuerpo estaba golpeado, pero su mente no dejaba de crear con una obsesión (pasión) como artista que lo caracterizó hasta sus últimas horas.
Lo conocí en 2005, cuando él tenía muy avanzada la reversión de El romance de Aniceto y la Francisca... Ese día nos mostró los bocetos de escenografías que dibujaba a mano para la remake de una película que, esta vez, filmaría (arriesgando como siempre) en formato de ballet. "El cine es como el amor, una vez que te atrapa, no hay manera de escapar", escribió Favio como dedicatoria al arte que más lo cautivó, aunque la gran mayoría, en toda América latina, lo conociera por su faceta de cantante. Incluso fue muy buen actor, aunque se autodefiniera simplemente como un actor "de vuelo rasante".
Sin comparaciones posibles en sus maneras de filmar o cantar, prefería que no lo llamaran "artista", sino "trabajador de la cultura". Con los años logró un reconocimiento que casi ningún otro obtuvo, incluso desde sectores con miradas antagónicas en relación con el arte. Se dio el gusto de llenar las salas (su deseo constante) en especial con Juan Moreira y Nazareno Cruz... Y lo hizo filmando al pueblo desde su mirada de hombre del interior, que nunca perdió.
"Los personajes de Favio no tienen futuro, sino destino, y es muy raro que se metan en la gran ciudad. Leonardo cuenta pueblitos, y cuando se mete en la gran ciudad los protagonistas miran la urbe, pero la urbe no los mira a ellos", nos decía Martín Andrade, amigo de Favio y uno de sus colaboradores más cercanos, para un libro de muchos autores que tuve la oportunidad de editar en 2011 (La memoria de los ojos), junto con La Nave de los Sueños y la Biblioteca Nacional.
Dentro del mundo del cine, Favio ha logrado un prestigio que se renueva con las nuevas generaciones y se refleja, por ejemplo, en cada encuesta que se publica respecto de las mejores películas de la historia argentina, como la que realizó hace una década el Museo Nacional de Cine Argentino para distinguir a los cien mejores films de nuestro cine sonoro, y a la cabeza quedó Crónica..., con el 75 por ciento de los votos.
Pero de todo el reconocimiento que se ha hecho visible en los últimos tiempos, especialmente con la proliferación de las escuelas de cine, el más repetido es el cariño y la admiración de la gente que trabajó con él. El clima que lograba en sus rodajes, la forma de relacionarse con los técnicos y la manera de trabajar con los actores son sólo algunos datos que han surgido en los diferentes testimonios, que suelen retratar a un tipo meticuloso –con un anecdotario interminable acerca de su picardía– y al mismo tiempo tierno y muy querible, al que millones vamos a extrañar.
Debido a la sensibilidad del tema, esta nota queda cerrada a comentarios.
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