Un retrato costumbrista de la Argentina actual
"Luna de Avellaneda" (Argentina-España/2003). Dirección: Juan José Campanella. Con Ricardo Darín, Mercedes Morán, Eduardo Blanco, Valeria Bertuccelli, Silvia Kutica, José Luis López Vázquez, Daniel Fanego y otros. Guión: Juan José Campanella, Fernando Castets y Juan Pablo Domenech. Fotografía: Daniel Schulman. Directora de arte: Mercedes Alfonsín. Música: Angel Illaramendi. Presentada por Distribution Company. Duración: 142 minutos. Calificación: apta para todo público, con reservas.
Nuestra opinión: muy buena
La nostalgia, el presente enrarecido por una sociedad siempre dispuesta a agotar las posibilidades del hombre argentino y la fuerza del amor como necesidad vital de recomponer la vida y las angustias son los permanentes temas que Juan José Campanella y sus coguionista Fernando Castets y Juan Pablo Domenech presentan en la pantalla con esa pátina de calidez y de hondura dramática, en la que no están ausentes el humor y los fracasos. Ya con "El mismo amor, la misma lluvia" y "El hijo de la novia" inyectaron a la actual cinematografía argentina dos nuevos y queribles elementos: la sinceridad de los afectos y la cotidianidad como marco de sus historias.
En "Luna de Avellaneda" ambos vuelven a estas temáticas que manejan con mano segura y calidez extrema. Esta vez el escenario de su historia es un club de barrio, un lugar en el que el tiempo va dejando sus marcas de deterioro y esa necesidad de no dejarse vencer por el arrollador fragor de los años. Cuando en los años 50 ese club estuvo en todo su esplendor, la felicidad inundaba el ánimo de los vecinos, que hallaban allí la amistad compartida, la música que los convertía en seres llenos de sueños y de futuro. Pero no todo en la vida puede existir indefinidamente. El club comienza a contraer deudas, sus paredes y sus muebles son ya vetustos escenarios de un esplendor pasado. Todo eso, sin embargo, hay que salvarlo. Y allí está Román, un hombre que, como muchos otros en la Argentina, tuvieron ideales y cayeron en la cuenta de que su sucesión de fracasos lo llevan a acumular decepciones que lo alejan de sus objetivos iniciales. Y está, también, Amadeo, que es puro instinto, permanente soledad, alguien que necesita del calor de la comprensión y de la bondad. Ellos están dispuestos a salvar al Luna de Avellaneda, su club entrañable. Pero no es fácil ganar una batalla sólo con la ilusión y la perseverancia.
Estos dos personajes son una especie de quijotes modernos envueltos en sus sueños y en sus quimeras. Cuando ese club está al borde del fracaso, ya que el dinero es escaso y el ánimo de sus socios está decayendo, Román y Amadeo se transforman en un bloque monolítico dispuesto a salvar a esa institución de sus amores. En el medio hay otros personajes que los apoyan en su tarea. Está Graciela, que llegó a un momento de su vida en el que el fracaso se asocia con cierto pesimismo; o Cristina, una profesora de danzas dispuesta a salvar a Amadeo de su adicción al alcohol; o Verónica, que desea salir de su monotonía matrimonial, y don Aquiles, ese anciano que pudo llevar sus sueños a la acción.
El relato va transitando así entre lo agridulce y lo patético, entre la bondad de esos seres necesitados de sostén que recorren un camino pedregoso y cierto optimismo que se hace necesario para no contaminar la existencia con la maldad. Entre líneas, "Luna de Avellaneda" se transforma en una metáfora del país en el que vivimos. Como director, Juan José Campanella reitera su conciencia de que el cine es espejo de lo que nos ocurre, y sin caer nunca en el simple melodramatismo ni en la lágrima fácil, hace de su obra un canto a la esperanza. Desde su comienzo, cuando el club está en su esplendor, en una notable escena llena de pequeños detalles y de un humor tan inteligente como necesario, el film va tomando vuelo, llega hasta nuestros días, y se inserta en la calidez y en la angustia de quienes necesitan que su club sea salvado del desastre y de la humillación.
También Campanella es un gran artífice en la elección y en la conducción de actores. Ricardo Darín, especie de actor fetiche de sus producciones, no necesita de la sobreactuación para responder plenamente a su personaje, en tanto que Eduardo Blanco, excelente en un papel de nada fácil resolución, y Silvia Kutica, que responde sin errores a una sólida composición, encabezan un reparto tan cálido como homogéneo. Está, además, el notable trabajo de Valeria Bertuccelli, un nombre para recordar, y el sólido oficio de José Luis López Vázquez, tan querible como tierno.
Como si esto fuera poco, Campanella se rodeó -una constante de su filmografía- por un fotógrafo de primera línea, Daniel Schulman; por un músico, Angel Illaramendi, que comprendió cada milímetro del relato, y por una directora de arte, Mercedes Alfonsín, que se encargó de recrear esta obra tierna y comprensiva.
Con "Luna de Avellaneda" la cinematografía argentina vuelve a demostrar que cuando hay, como en este caso, un guión de impecable emoción y un grupo de actores que se jugaron a la sinceridad, puede reflotar en el interés de los espectadores.
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