Un largo camino: ser mujer en pantalla, en ocho breves lecciones hollywoodenses
Los clásicos del cine norteamericano están plagados de grandes personajes femeninos, pero también de estereotipos sexistas; ayer y ahora, lo que vemos en las películas influye en cómo nos vemos
Uno de los besos más deslumbrantes de la historia del cine puede verse en El hombre quieto, un clásico de John Ford (puede verse en Qubit.TV). Maureen O'Hara es una campesina irlandesa que se enamora del personaje de John Wayne, que regresa a su ciudad natal luego de pasar varios años en los Estados Unidos. La primera vez que se ven, ella está descalza, cuidando sus ovejas, e intercambian unas miradas provocadoras. Pero una noche él descubre que esa mujer obstinada entró furtivamente en su casa. Ella corre hacia la puerta. Él logra agarrarla. Forcejean, y mientras él le mantiene el brazo derecho detrás de la espalda, ella ya no ofrece resistencia. Él se inclina para besarla mientras la abraza. Es exquisito. Algunos podrían describirlo como abuso.
Crecí viendo películas y aprendí mucho de la pantalla, incluidas cosas sobre los hombres y las mujeres que más tarde tuve que desaprender o aprender a ignorar en la vida real. Aprendí que las mujeres necesitaban ser protegidas, controladas y dejadas en casa. Aprendí que los hombres lideran y que las mujeres acompañan. Así que mientras me deleitaba con Fred Astaire, su mejor partenaire de baile, Ginger Rogers, apenas me gustaba. Me fascinaba su sonrisa pícara y me deslumbraba la curva de su cintura cuando se inclinaba al abrazarlo, pero la veía como a una mujer en brazos de un gran hombre, un mensaje que no aprendí solamente en las películas.
En el primer libro sobre cine que tuve, The Fred Astaire & Ginger Rogers Book, Arlene Croce escribió lo siguiente sobre un número de Astaire-Rogers: "La manera en que ella observa sin hablar a este hombre maravilloso con el que ha bailado lo enaltece a él, a ella, y a todo lo que hemos visto". Croce me prometía que "Solo en los musicales de Astaire se puede soñar así". La metáfora del sueño es seductora, salvo cuando se recuerda lo que el cine les ofrece soñar a las mujeres.
Luego de Harvey Weinstein y el movimiento #MeToo, he pensado mucho sobre lo que las películas me pedían que soñara, incluida la imagen del beso forzado y todo lo que significa sobre las mujeres y el cine.
Las películas enseñan al espectador todo tipo de cosas: aspiraciones, fantasías (ya llegarán todos esos príncipes azules), cómo fumar, cómo vestirnos, cómo hay que hacer una entrada dramática (siempre como Bette Davis). Nos enseñan a quién amar y cómo hacerlo, así como la necesidad de sacrificar amores y carreras profesionales. También nos enseñan que darse una ducha, cuidar niños, encontrarse en un estacionamiento subterráneo o simplemente ser mujer puede costarte la vida.
Debe aclarase que no hay una relación causal entre el comportamiento del espectador y la pantalla. No tiene por qué ser así. Las películas entran en nuestros cuerpos y nos hacen gritar y llorar, mientras que sus historias y sus imágenes, sus ideas y sus ideologías dejan su huella en nosotros.
Lección 1: Las mujeres están para ser besadas
La relación entre las mujeres y el cine siempre ha sido particularmente tensa, y no solo porque suele implicar lo que se ha dado en llamar "la mirada masculina". Las mujeres fueron parte de Hollywood desde sus albores, ya fuera como realizadoras, intérpretes o espectadoras. Pero para la época en que aparecieron las primeras películas sonoras (a fines de los años 20), las mujeres habían sido expulsadas de la dirección. Hollywood siguió produciendo fantasías a rolete, pero las mujeres enérgicas que habían sido las heroínas de sus historias fueron remplazadas personajes femeninos "domesticados". Durante gran parte de la época clásica del cine norteamericano, la aspiración femenina en las películas era el romance, y las historias sellaban sus finales felices con un beso.
Hay muchos tipos de besos cinematográficos: está el seductor, el casto, el dramático, el juguetón, el erótico, el paternal o maternal. Algunos son mutuos, otros consentidos, y otros lejos de eso. El beso forzado de El hombre quieto fue muy popular en Hollywood hasta hace poco tiempo. La mayoría de los besos forzados muestran una relación erótica entre un hombre y una mujer que se buscan (divertida, cautelosa o despectivamente) antes de pasar a un "abrazo íntimo". Y aunque a veces un beso es solo un beso -preludio para un fundido a negro- otras veces evoca la violencia y la violación sexualizada que los censores del Código Hays controlaron desde los años 30 hasta bien entrados los 60.
El beso forzado tiene matices: depende en gran parte de la película y del punto de vista . En Manos peligrosas, de Samuel Fuller, Richard Widmark golpea tan fuerte a Jean Peters que la noquea. No sabe a quién golpeó, porque las luces están apagadas. Enseguida, ambos protagonizan una escena de violencia erótica. En Blade Runner, el policía interpretado por Harrison Ford persigue a la androide Sean Young, cierra de un portazo una puerta entreabierta, la agarra y la golpea contra una ventana. La obliga a besarlo, y ella obedece. En ¿Quién llamó a la cigüeña?, Diane Keaton, una profesional de los 80, rezonga ante el veterinario Sam Shepard, quien la besa y luego la empuja contra su auto.
Con las leyes e ideas sobre el consentimiento contemporáneas, el beso forzado sugiere una visión del mundo que es no tolerable, o que al menos no "pasa el filtro" sin reflexión de por medio. Recién con el movimiento #MeToo me di cuenta de lo frecuentes que eran los besos forzados en las películas y el hecho de que no solía reflexionar sobre ellos. Ahora me recuerdan que la violencia sexual ha sido maravillosamente retratada en pantalla, una forma en que las películas resignifican las relaciones entre hombres y mujeres. Eso, sin embargo, no me llevó a rechazar películas y directores. No me interesa ser "policía del deseo", pero sí comprender las películas.
Lección 2: Las mujeres necesitan algún castigo físico
En las películas, la dominación masculina incluye en ocasiones castigos físicos, presentados de manera jocosa. John Wayne le da un chirlo a Elizabeth Allen en Aventurero del Pacífico, y a Maureen O'Hara en Hombre de verdad. Cierta vez, uno de sus guionistas dijo: "Todo lo que hay que tener en una película de John Wayne es una dama pretenciosa con tetas grandes a la que el Duque pueda darle una nalgada". En Hechizo hawaiano, Elvis salva a una potencial suicida, a la que luego le da unas vigorosas nalgadas. Después comen felices: ella está sentada sobre almohadones. En 50 sombras de Grey, la dominación sexual es tratada como una mercancía, y ese calabozo de bondage es apenas un elemento más de un estilo de vida "aspiracional" para heterosexuales aburridos. Dejando de lado las peculiaridades, las películas son ambivalentes ante el poder.
Lección 3: Las mujeres existen para apoyar a los hombres
"Si no hablás por ellos, ¿quién lo hará?", le pregunta Gugu Mbatha-Raw a Will Smith) en La verdad oculta. Él está a punto de llegar a la grandeza, y ella existe únicamente para ayudarlo a alcanzarla en pantalla. Otros directores intentan expandir el rol de "la esposa", como Damien Chazelle en El primer hombre en la luna. Pero aunque el director le da mucho tiempo de pantalla a la esposa de Neil Armstrong (Claire Foy), quien se sube al cohete hacia el espacio es su marido (Ryan Gosling), y Chazalle no logra que esas dos realidades sean equiparables.
El cineasta lo intenta, principalmente a través de la muerte de un hijo que humaniza al astronauta. Pero al detenerse en el impacto de la pena en Neil, Chazelle deja de lado a Janet y su rol en la vida de su marido. Al final, la muerte del niño se confunde con todas las otras muertes de la vida de Neil, lo que orienta El primer hombre en la luna hacia un terreno conocido: otra historia de sacrificio masculino, triunfo y redención. Como muchos realizadores, Chazelle trastabilla en el ámbito hogareño. No logra mostrar lo que el viaje heroico significa para las mujeres y los niños que se quedan, una divisoria que James Gray explora radicalmente en Z: la ciudad perdida.
Lección 4: Las mujeres pueden trascender los estereotipos
Por supuesto, si todas las películas fueran malas, no nos gustarían tanto. Uno de sus milagros del cine es que a pesar de todo, presentan personajes femeninos sublimes que a veces superan estereotipos degradantes y abundantes abusos. Esta ambivalencia anima la emotiva Madre (Stella Dallas), de 1937, en la que la chica alegre interpretada por Barbara Stanwyck padece por ser quien es. Pero Stella es indómita, como muchos personajes femeninos memorables, y su fuerza de voluntad la conecta con heroínas posteriores como la teniente Ripley (Sigourney Weaver) de la saga Alien. La actuación de Stanwyck, su carisma radiante y su humanidad transmiten una plenitud de vida femenina que muchas películas intentaron -y todavía intentan- negar.
Hace unos años, releí De la reverencia a la violación, el libro de 1974 de Molly Haskell, que sigue siendo relevante como guía para entender por qué las mujeres pueden amar las películas sin renunciar a las políticas de género o al respeto a sí mismas. Haskell observó que aunque la industria cinematográfica, dominada por hombres, trataba de mantener a las mujeres en su lugar, las guionistas y montajistas seguían dándole forma al cine, como lo hacían las estrellas en pantalla. Esas "diosas del amor, madres, mártires" encarnaban los estereotipos que a veces lograban trascender. Yo había aprendido esta lección viendo las películas que amaba apasionadamente, que después odié y luego tuve que aprender a amar otra vez.
Lección 5: Las mujeres pueden ser heroínas
Cuando era una niña, el cine era un amor incondicional. Veía todo, a veces sola (en la década del 70, los padres todavía no controlaban lo que veíamos en el cine.) En ese entonces, como ahora, mucho de lo que veía eran películas sobre hombres. Pero veía también a las mujeres, divertidas y tristes, débiles y fuertes, las que sobrevivían hasta el final y las que no. Adoraba a actrices como Cicely Tyson, una de las preferidas de mi niñez, y a Shelley Winters en La aventura del Poseidón, personajes radicalmente distintos que eran fuertes de modos reconocibles. Eran reales: personas, no decorado.
El feminismo complicó mi amor por las películas y terminó eriqueciéndolo. Primero tuve que luchar contra las ortodoxias, incluidas las relacionadas con el placer visual y sobre las mujeres que solo existían en las películas para ser vistas por los hombres. Toda una vida de ver películas -y mujeres- me mostró otra cosa. Lo mismo sucedió al descubrir directoras mujeres como Claire Denis, Julie Dash y Kathryn Bigelow, que ofrecían nuevas formas de ser mujeres en pantalla. El placer que brinda su trabajo no emana simplemente de que se trata de historias protagonizadas por mujeres, sino de que las mujeres pueden ser héroes arquetípicos, un rol que aun hoy sigue siendo representado en mayor medida por hombres.
Esa fue una lección que también aprendí de mis películas preferidas, como Thelma & Louise, aunque es cierto que para ellas las cosas no terminaron bien. Prefiero concentrarme en todo lo que sucede antes de su viaje hacia el más allá, en todo el frenesí y la diversión. Bette Davis se lamentaba por los finales de algunas de sus películas. "Los que estaban a cargo de los estudios cambiaban los desenlaces de las películas cuando ya estaban terminadas con la misma frecuencia con la que cambiaban los títulos, en perjuicio de nuestro trabajo". Tenía razón, pero pocos finales de Hollywood pueden borrar los anteriores 85 minutos embriagadores y liberadores de estrellas como Davis y Mae West. Thelma y Louise son dueñas de sus películas.
Lección 6: Las mujeres pueden ser peligrosas
Esto no sorprenderá a nadie que me conozca (o me lea), pero tengo debilidad por las mujeres difíciles, que me atraen en la vida y en la pantalla. Tengo una debilidad particular por las mujeres peligrosas y a veces desquiciadas del cine negro, como Un amanecer trágico y Traidora y mortal. Este tipo de mujeres suelen ser puestas en su lugar (un ataúd en la tierra). Pero el noir ofrece una visión del poder femenino, aunque sexualizado y patológico. La historia dice una cosa, aunque a veces solo en un instante. Las intérpretes y los personajes magnéticos que interpretan transmiten el temor primordial a las mujeres (también el deseo), pero con visiones de la indocilidad y una fuerza vital que ningún censor podría suprimir.
Esto me lleva nuevamente a El hombre quieto. Tal vez parezca absurdo, pero amo profundamente a esa película a pesar de su sexismo y todo lo que luego entendí sobre el comportamiento abusivo de John Ford hacia Maureen O'Hara. Como director, Ford le da una paliza a O'Hara, pero ella transmite una autodeterminación que excede por mucho el concepto de soberanía femenina de la película. Como actriz, ella no puede arreglarlo todo, incluida la insinuación de que las relaciones sexuales son una lucha por el poder. Pero la empática caracterización de O'Hara -su voluntad- es una visión de liberación femenina atenuada, que le confiere realismo a la película.
Lección 7: Las mujeres pueden ser cómplices
En las películas, a veces las mujeres son más complicadas que sus propias historias. En Lo que el viento se llevó, una película con varios besos forzados, Scarlett (Vivien Leigh) sufre, pero su dolor intenta parecer más profundo -y ayudar a oscurecer- las agonías soportadas por los esclavos del relato, incluida la criada Mammy (Hattie McDaniel). En muchos sentidos, Scarlett es la antítesis del tipo de mujer sufriente que las películas aún adoran, pero su triunfo es solo posible a causa del racismo: durante mucho tiempo fue la historia de la vida privada de las mujeres blancas de Hollywood. Otra lección dolorosa que me enseñaron las películas es que el simple hecho de que una mujer sea víctima no significa que no sea culpable.
Lección 8: Las mujeres pueden expresarse
Tardé años en comprender cómo hacer más que ignorar, reírme o despotricar contra el sexismo y el racismo y todas las innumerables atrocidades que aparecían -y aparecen- en las salas de cine. Aprendí a disfrutar a pesar de las paradojas y a veces a causa de ellas. Podría ignorar la fealdad de las películas, esperar que pasen "las partes malas" o mirarlas selectivamente. Acepto que las películas sirven para que las personas logren darle sentido -por confuso que sea- a sus vidas. Lo importante que aprendí de ellas es no dejar que se salgan con la suya, a disfrutarlas sin culpa, al igual que el resto de las cosas que me dan placer.
Y las películas también me han enseñado esto: rara vez entienden a las mujeres. Ya no se dan besos forzados ni se reparten nalgadas tan livianamente, pero la dinámica de poder sigue siendo la misma. En lugar de solitarios héroes masculinos, a veces vemos representaciones caricaturescas del empoderamiento femenino, con princesas aspiracionales y guerreros unidimensionales que blanden las mismas viejas armas y poses de antaño. A veces, esas mujeres tienen aventuras. Otras veces, se parecen a la esposa de las películas clásicas, salvo que ahora se enfundan en látex en vez de calzarse el delantal. Su estatus de segunda habla de todo lo que está mal en las películas, pero difícilmente sea la culpa de las películas.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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