Un fantasma sin mucho misterio
"El fantasma de la Opera" ("The Phantom of the Opera", Reino Unido-EE.UU./2004, color, hablada en inglés). Dirección: Joel Schumacher. Con Gerard Butler, Emmy Rossum, Patrick Wilson, Miranda Richardson, Minnie Driver, Simon Callow, Ciaran Hinds. Guión: Andrew Lloyd Webber y Joel Schumacher, sobre el musical de Lloyd Webber basado en la novela de Gaston Leroux. Fotografía: John Mathieson. Música: Andrew Lloyd Webber. Letras: Charles Hart y Richard Stilgoe. Edición: Terry Rawlings. Presentada por UIP. Duración: 140 minutos. Sólo apta para mayores de 13 años.
En su traslación cinematográfica, el musical que Andrew Lloyd Webber concibió a partir de la muy frecuentada novela de Gaston Leroux tiene todo lo que puede esperarse de ella: el pobre monstruo de gran talento musical que oculta su rostro deforme bajo una máscara; los improbables laberintos de la Opera de París, lago incluido, donde se esconde para estar lejos del mundo y cerca de sus dos pasiones: la música y la inocente Christine; la huérfana de dulce vocecita que recibe las secretas lecciones de canto que cree venidas del más allá; la diva insoportable a la que hay que sacar del medio para hacer posible el triunfo de la muchacha; el aristocrático galán que ha sido en la infancia noviecito de Christine y ahora reaparece convertido en patrocinador del teatro; la sala majestuosa y recargada de ornamentación; los metros y metros de brocados y terciopelos; las sombrías catacumbas que nadie conoce como el desdichado genio musical; la inesperada ópera "Don Juan", que no ha compuesto Mozart, sino el propio fantasma; el baile de máscaras; la araña gigantesca que se desploma sobre la platea en plena función, y, claro, la música. Con toda la ampulosa "grandiosidad" que el festejado autor juzga necesaria para tender un puente entre la tradición operística y el musical contemporáneo.
Todo lo que podrían esperar quienes asistieron al colosal espectáculo, y en dosis ampliadas, porque ni Lloyd Webber ni el director Joel Schumacher (responsables del guión) son modelos de economía o moderación si se trata de hacer impacto en el público.
Podría decirse que el realizador eligió el camino más seguro: la reproducción fiel, con las posibilidades del cine y con un generoso presupuesto. Y quizás eso sea suficiente para satisfacer a los admiradores incondicionales del original. Lo que no parece tan probable es que el film vaya a incrementar el número de fans: los efectos, los gestos teatrales, los (pedestres) diálogos cantados y la grandilocuencia con que la música busca traducir emociones exaltadas pueden resultar eficaces en la escena, pero la proximidad de la cámara diluye la magia. Así, la calculada mixtura de melodrama, romance, horror, misterio y desborde sonoro queda a la intemperie, y los escenarios (que habrían hecho palidecer de envidia a Cecil B. de Mille) parecen más propios de una mascarada kitsch que de un intenso drama romántico en torno de un alma refinada atrapada en un cuerpo deforme.
Como en el original de Lloyd Webber, aquí se dejan a un lado los costados más sombríos de la novela de Leroux para concentrarse especialmente en la historia de amor emparentada con el mito de la Bella y la Bestia. (Por algo hay imágenes que remiten, por ejemplo, a Cocteau.) El problema radica en que del amor sólo se habla (se canta), difícilmente se lo percibe. Primero porque durante buena parte de la historia el fantasma muestra hacia Christine una actitud más paternal que pasional; después, porque el otro amor -el de la muchacha y el novio reencontrado- tropieza con un obstáculo de casting: ella, Emmy Rossum, tiene buena voz y tierno candor, pero carece de vivacidad; él, Patrick Wilson, debe de ser el galán más pálido e insulso que se haya visto en la pantalla en mucho tiempo. Cuesta creer que haya entre ellos algún sentimiento.
Casi ausentes las pasiones que promueven el drama (el protagonista, Gerard Butler, es el que más se esfuerza por transmitirlas), lo que queda se aproxima bastante a un desfile de Halloween. Vistoso, recargado, pero hueco: sin misterio ni climas tenebrosos ni delirio romántico, salvo en contados momentos.
Si hubo en el origen alguna intención de parodia kitsch, sólo quedaron rastros de ella en el dibujo cómico que Minnie Driver hace de La Carlotta, la diva chillona que pone algo de oxígeno y vitalidad entre tanto despliegue escenográfico y tanto torrente orquestal ("en el show apenas se oía a 20 músicos, aquí son 110", alardeó Schumacher en una entrevista). Quizá también proceden del mismo propósito las bailaoras que adornan la puesta de "Don Juan" y parecen salidas de un show de Las Vegas. El resto del elenco, que incluye a Miranda Richardson y Simon Callow, opta, sabiamente, por la moderación.
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