Un enfant terrible de 80 años: Ken Russell
La última noticia que se tuvo de Ken Russell dice que participó en la quinta serie británica de Gran hermano, famosos , programa del que se confesó franco admirador, y que al quinto día abandonó la casa en medio de altercados y comadreos sobre temas tan ordinarios y banales como pueden esperarse de un ciclo de esas características. Ya se sabe que el escándalo nunca asustó al polémico director inglés; más bien, podría decirse que, como buen maestro de la provocación, fue siempre en su busca. No tenía por qué renunciar a esa vocación, aunque estuviera llegando a los ochenta años (los cumple hoy). No renuncia a ser Ken Russell. No cambió cuando los abucheos críticos empezaron a hacer más ruido que los elogios de sus fans incondicionales ni cuando el público empezó a darle la espalda, o sencillamente, a ignorarlo. Ni siquiera se amilanó cuando empezaron a ralear los productores dispuestos a poner su dinero para que él pudiera hacer imágenes con sus locas fantasías. Simplemente, sus inquietudes temáticas y expresivas se fueron adaptando a las condiciones: películas más esporádicas y menos ambiciosas, presupuestos más limitados, nuevas formas de comercialización (ahora, vía Internet). Se volvió independiente y minimalista: "Hoy las películas son muy largas -se pronunció hace tres años, cuando asistió al Festival de Mar del Plata-: ninguna debería durar más de media hora". Y puso como ejemplo la que por entonces era su última realización, La venganza del hombre elefante : "La filmé en el patio trasero de casa, con mi familia y amigos. Dura 25 minutos, y creo que en esa historia está incluida toda la historia del mundo". Una vez concluida, colocó un trailer de un minuto en su página de Internet para poder enviarle el DVD a la gente que lo ordenara.
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Aunque se lo mencione poco (él mismo bromea que muchos lo creerían muerto si no fuera por su reciente aparición en Big Brother ), Russell sigue en actividad: después de La venganza... codirigió algunos de los videos de Sarah Brightman para el álbum Diva , intervino como actor en el relato de terror Trapped Ashes y escribió el guión de Moll Flanders , que está ahora en etapa de preproducción. Y celebra su cumpleaños con una muestra de sus fotos en una galería londinense. No hay que olvidar que antes de convertirse en el cineasta del exceso, este hijo de un próspero vendedor de zapatos de Southampton también fue cadete en la Marina Mercante, bailarín de ballet y fotógrafo. El contacto con la música, tan decisivo en su obra, llegó a través de Tchaikovsky, al que descubrió oyendo la versión de uno de sus conciertos en la radio mientras se recuperaba de una crisis nerviosa. Después de esa revelación se interesó por otros músicos: Mahler, Brahms, Shostakovich, Elgar, Stravinsky. Pronto infirió que la música acompañada por la imagen adecuada puede causar un impacto mucho mayor del que pueden producir la música por sí misma o la imagen por sí misma (por algo desde Tommy suele considerárselo el precursor del videoclip). Y serían los músicos, poetas y artistas, del prerrafaelista Rossetti y el "Aduanero" Rousseau a Isadora Duncan y Gaudí, pasando por Bartók, Debussy o Richard Strauss, los que le darían sus primeros grandes triunfos en TV, cuando la BBC descubrió a ese joven cineasta aficionado que se atrevía a imponer nuevas formas expresivas como el documental con actores. En cine, debió esperar a su tercer largometraje, una ilustración de las pasiones desaforadas concebidas por D.H. Lawrence - Mujeres apasionadas (1969)- para que su barroquismo visual cautivara a un público más masivo y generara polémicas por su osadía, los exuberantes delirios de su imaginación y una temeridad que no se detenía ni ante la cursilería ni ante la vulgaridad. Casi todos los films que le siguieron son una mezcla de excentricidad, provocación, fantasía visual, kitsch y desborde barroco. Amado u odiado, Russell se convirtió en una personalidad descollante del cine inglés hasta mediados de la década del setenta; los capítulos de ese período que lo puso en el candelero son conocidos y quizás alcanzaron sus mejores exponentes cuando buscó traducir en imágenes el proceso de la creación, como en el retrato de Tchaikovsky de La otra cara del amor, el del escultor Henri Gaudier en El Mesías salvaje o el de Mahler. Con Los demonios , sobre un caso de brujería en los tiempos de Richelieu, obtuvo a fuerza de audacias y cuadros sacrílegos la respuesta que buscaba su afán escandalizador y con Tommy , que parecía concebida a su medida por The Who , su mayor éxito comercial.
La desbocada libertad creativa de Russell no logra ocultar siempre su ingenuidad ni el simplismo de sus símbolos, pero aun en sus trabajos más decepcionantes hay alguna ocurrencia a cuya provocación cuesta resistirse, más allá de que la vulgaridad y la desmesura nunca falten. Su obra constituye, casi, un género en sí mismo. No es poco mérito.
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