Un amor sin barreras ni fecha de vencimiento
Suele decirse que tal o cual film quedará para los anales del cine, al parecer sin reparar demasiado en que las historias del cine no suelen ordenarse en forma de anales, es decir que no relatan sucesos por años. Pero, en todo caso, si alguien emprendiera esa tarea, debería reservar un largo capítulo para 1961. Un simple vistazo a los títulos que se dieron a conocer hace ahora medio siglo prueba que la cosecha fue particularmente valiosa y variada; que en ella caben desde Viridiana (el memorable retorno de Buñuel a España) hasta Hace un año en Marienbad (Resnais); desde Accatone (Pasolini) hasta Yojimbo (Kurosawa); desde Plácido (Berlanga) hasta Detrás de un vidrio oscuro (Bergman), desde Muñequita de lujo (Blake Edward) hasta Sor Juana de los Angeles (Jerzy Kawalerowicz), y que la producción nacional estuvo superpoblada de films memorables: Alias Gardelito (Murúa), Los inundados (Birri), Tres veces Ana (Kohon), La mano en la trampa (Torre Nilsson), La cifra impar (Antín), Los jóvenes viejos (Kuhn).
Y hubo más, incluidas obras de Fritz Lang, Antonioni, De Sica, John Ford, Godard, Rossellini, Bolognini, René Clair, Ozu, Billy Wilder y Glauber Rocha.
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También fue el año de Amor sin barreras ( West Side Story ), que revolucionó el cine musical, se llevó diez premios Oscar (más que ninguna otra película del género) y en nuestro medio (en el que se estrenó en mayo de 1962) alcanzó un prolongadísimo éxito. Con justicia, porque desde las primeras imágenes, aquella en que unas cuantas líneas sintetizaban el skyline de Nueva York mientras la formidable música de Leonard Bernstein anticipaba el papel protagónico que asumiría durante toda la película, el dinamismo de la acción subyugaba. La eterna historia de Romeo y Julieta se repetía a pura danza y canto en las calles de un barrio puertorriqueño del West Side: los Montescos y Capuletos del caso eran dos pandillas juveniles: una, los Jets, integrada por muchachos norteamericanos y encabezada por un acrobático Russ Tamblyn; la otra, los Sharks, eran puertorriqueños. Los guiaba George Chakiris y ponían todo el fuego y la vitalidad de los latinos. Nadie habrá olvidado sus desafíos bailados en el gimnasio, el impetuoso mambo durante el cual María (la dulce Julieta del caso, encarnada por Natalie Wood) descubre a Tony (el pacifista Romeo que fue confiado a Richard Beymer después de que hubo que descartar a Elvis Presley y otros candidatos), ni la escena de la terraza durante la cual los puertorriqueños discuten bailando -muchachos por un lado, chicas por el otro- las ventajas y desventajas de la vida en "América".
Fue un acierto de la producción confiar a Robert Wise, buen conocedor de la realidad urbana, la dirección de un film que transcurriría en las calles de Nueva York, aunque él nunca había dirigido un musical. Y fue fundamental que Jerome Robbins, que había dirigido la puesta original de la pieza de Arthur Laurents y Bernstein estrenada en Broadway en 1957, concibiera la coreografía. Al fin, los dos compartieron el Oscar a la mejor dirección y fue justicia. Como lo fue también que el aniversario no pasara inadvertido y que para celebrarlo, tres de sus cinco principales intérpretes -Rita Moreno, George Chakiris (ambos ganaron la estatuilla como mejores actores secundarios) y Russ Tamblyn- dejaran sus huellas estampadas en el legendario Teatro Chino, donde hace 50 años se estrenó el film. Aunque la inmortalidad de la película ya estaba garantizada.
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