Último tango en París: los escasos 10 días que escapó a la censura y la “culpa” que sintió Bertolucci por el cambio abrupto en la escena de la violación
Está a punto de cumplir 50 y todavía sigue generando polémica; qué pasó con su estreno en la Argentina, por qué Gato Barbieri y Ástor Piazzolla se pelearon por componer la música y qué dijo Bernardo Bertolucci cuando reconoció los detalles que sorprendieron a Maria Schneider de la escena de la violación que filmó con Marlon Brando
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Obra maestra, película pretenciosa, un placer para los sentidos, digna de ser censurada, la consagración de Bernardo Bertolucci como realizador, testimonio fílmico del abuso sexual a una mujer. Y mucho más. Un sinnúmero de etiquetas han acompañado a Último tango en París durante casi cincuenta años y lo convirtieron en uno de los films más polémicos en la historia del cine contemporáneo.
Empecemos por el final. Si bien Último tango en París mantuvo desde su estreno un halo de controversia, en 2016 el tema cruzó todo límite. Ese año se reveló que una de las escenas más recordadas del film, en la que Marlon Brando viola a Maria Schneider utilizando manteca como lubricante, resultó ser improvisada, sin previo conocimiento de la actriz. Al decir de aquellos que difundieron y propagaron la noticia, la incomodidad de Schneider en esa escena no es actuada sino real.
Con ambos protagonistas fallecidos (ella en 2011 y él, en 2004) fue Bertolucci el único que se refirió al tema mediante un comunicado: “Quisiera por última vez aclarar la ridícula equivocación que sigue suscitando Último tango en París en diarios de todo el mundo. He dicho, pero tal vez no he sido lo suficientemente claro, que decidí no informar a Maria del uso de la manteca. Queríamos que tuvieran una reacción espontánea a ese uso impropio. Algunos han creído que ella no estaba informada de la violencia contra ella. Falso. Maria sabía todo porque había leído el guion, donde todo estaba descrito. Lo único nuevo con respecto al guion fue la idea de la manteca. Eso fue, según supe muchos años después, lo que ofendió a Maria. No la violencia que sufrió en la escena y que estaba prevista en el film”.
Luego el director le dedicó algunas palabras a aquellos quienes, desde las redes sociales, condenaron el hecho, gente del público o actores como Jessica Chastain o Chris Evans: “Consuela y a la vez aflige que haya gente aún tan ingenua que cree que lo que ve en el cine ocurre en la realidad. No saben que en el cine el sexo es casi siempre una ficción y probablemente creen que cada vez que John Wayne dispara a su enemigo, este cae muerto de verdad”.
Wow. I will never look at this film, Bertolucci or Brando the same way again. This is beyond disgusting. I feel rage https://t.co/uvaLogvv7I
— Chris Evans (@ChrisEvans) December 3, 2016
A pesar de que estas declaraciones encendieron una nueva mecha, que profundizó aún más la grieta entre admiradores y detractores del largometraje, no era la primera vez que Bertolucci se refería al tema. Testimonios fílmicos de una entrevista pública consignan que ya en 2013, el realizador había explicado los detalles en torno a la polémica decisión: “La escena de la manteca se nos ocurrió a Marlon y a mí la mañana antes de filmarla. Me porté de un modo horrible con Maria porque en ese momento no le conté lo que iba a pasar, quería su reacción como mujer, no como actriz. Creo que ella nos odió porque no le dijimos el detalle del uso de la manteca como lubricante, me siento muy culpable por ello. Culpable pero no arrepentido. A veces en el cine tenemos que ser muy fríos para obtener algo, sentirnos completamente libres. No quería que Maria fingiera su humillación, su rabia, quería que la sintiera”.
La explicación convenció a muy pocos y así Último tango en París sumó una controversia más a una lista que comenzó a escribirse al momento de su estreno.
El poder de la censura
Las implacables tijeras censoras industria nacional también se ensañaron con la película al momento de su estreno en Argentina.
En la segunda mitad de 1973, a partir de la gestión de Octavio Getino en el Ente de Calificación Cinematográfica (designado el 9 de agosto de ese mismo año), un buen número de películas que tenían prohibida su exhibición llegaron a las salas. Así lo recordaba el cineasta en diálogo con LA NACION. “Llegué a ese cargo con el ánimo de destrabar las prohibiciones de decenas de películas que, por motivos ideológicos, religiosos o morales, estaban archivadas y sin posibilidades de ser conocidas por el público. Deseaba que la prohibición cinematográfica, que había tenido en Ramiro de la Fuente a un puntal ineludible, se convirtiese en un mal recuerdo. De los muchos títulos que permití estrenar estaba Último tango en París, pero mi cargo, que duró muy poco, impidió mi esfuerzo y así el film se mantuvo algo más de diez días en la cartelera, ya que luego, y por una acción judicial presentada por un particular, fue nuevamente prohibido”.
Efectivamente, una semana y varias decenas de entradas vendidas después, el film fue nuevamente relegado al ostracismo mediante aval judicial, con un operativo que secuestró directamente las copias de los cines.
No fuimos el único país que tomó medidas similares con la película. Pasó también en Gran Bretaña, España, México, Suiza, Chile, Canadá y la Unión Soviética, entre otros. Hubo que esperar unos cuantos años para que finalmente se levantara el velo y la obra pudiera llegar al soporte hogareño, o incluso a la televisión.
Acá hay gato encerrado
Más allá de los problemas mencionados en relación a su estreno en nuestro país, Último tango en París generó un revuelo local, por fuera de su controversial historia. Y tuvo relación directa con su banda de sonido.
Leandro “Gato” Barbieri fue el compositor rosarino elegido por Bertolucci, luego de que se lo presentara Michelle, esposa del Gato, para hacer toda la música de la película. Al menos eso es lo que se dijo en un principio, versión que enseguida fue desmentida por aquellos que aseguraban que otro nombre había estado previamente en la nómina: Ástor Piazzolla.
De acuerdo a la biografía del autor de “Adiós Nonino”, fue iniciativa de su productor y futuro manager, Aldo Pagani, que el nombre de Ástor llegara al proyecto. Sin embargo -siempre de acuerdo con el testimonio biográfico- la negociación no llegó a buen puerto, presumiblemente, por cuestiones económicas.
Pero la versión de Barbieri es muy distinta. En diálogo con el periodista Claudio Parisi, el músico explicó: “Yo había llamado a Piazzolla para hacer los arreglos. Yo escribí toda la música, pero necesitaba que alguien hiciera los arreglos de orquesta. Como él no me respondía terminé llamando a Oliver Nelson. Nunca hubo una buena relación entre nosotros”.
Luego de estrenado el film, la polémica continuó. Piazzolla manifestó públicamente su desagrado ante el trabajo de su colega, declarando que parecía “música de Glenn Miller” y le hizo llegar a Bertolucci dos creaciones propias inéditas, que habrían sido parte de su trabajo: “Jeanne et Paul” y “El penúltimo”.
Ambos temas terminaron siendo parte de la película Cadáveres excelentes (Cadaveri eccellenti, 1976) de Francesco Rosi, otro de los títulos prohibidos por la dictadura pero que, a diferencia de Último tango... nunca fue estrenado en pantalla grande en nuestro país.
Una historia obscena y mediocre
Considerada una “obra maestra del erotismo”, aun cuando su propósito está muy lejos de eso, la historia de Último tango en París es el tortuoso descenso a los infiernos de un hombre viudo, que encuentra en una chica mucho más joven que él la forma de canalizar su desesperación mediante una conducta animal, no solo sexual sino también psicológica.
Con ese punto de partida resultó un proyecto complejo desde su génesis, especialmente a la hora de encontrar al protagonista. A medida que el guion iba tomando forma, Bertolucci comenzó a tantear a posibles candidatos para el rol. Uno de los que más le entusiasmaba era Alain Delon, al que le encantó la idea pero sabía que podía perjudicarlo y se ofreció a producirla. Jean-Louis Trintignant tampoco quiso saber nada y Jean Paul Belmondo la rechazó de cuajo aduciendo que el guion era mediocre y obsceno. Marlon Brando, en cambio, lo leyó y le encantó.
Si bien Brando hacía rato que ya era Brando (para comienzos de la década del 70 ya figuraban en su currículum El salvaje, Un tranvía llamado deseo, La condesa de Hong Kong o Los que llegan con la noche, entre otras), tuvo mucho que ver Último tango en París para que llegara al status de “actor de culto complejo”, como así también que se lo tildara de símbolo sexual. Instado por Bertolucci en que improvisara todo lo que quisiera, y buceara dentro de sus recuerdos y fantasías sexuales para componer a su personaje, el intérprete encontró un método de trabajo que le era cómodo y que le permitía una libertad que no estaba dispuesto a desaprovechar. Casualidad o no, fue la última actuación protagónica de su carrera hasta su retiro del cine, en 2001.
El realizador, por su parte, dio sobre la marcha un giro en el aire en relación a lo que quería contar y a lo que finalmente contó: “Originalmente quise hacer un film sobre una pareja, sobre la relación entre dos personas. Cuando empecé a trabajar y sentí que el film tomaba su forma comprendí que estaba haciendo una obra sobre la soledad. Es lo opuesto a lo que me había propuesto describir. Dejé que la realidad se hiciera cargo durante la mayor parte del tiempo. Construí una situación y después hice una suerte de cinema verité sobre los personajes, los verdaderos personajes que encontré frente a la cámara”, contaba Bertolucci recién estrenada la película.
También trascendió años después que en uno de los primeros tratamientos del guion, el eje era una relación homosexual, idea que al director nunca le terminó de gustar pero que fue destacada por Ingmar Bergman como la mejor justificación de las acciones de los personajes.
Maria Schneider, por su parte, accedería a una fama efímera luego de imponerse por sobre actrices como Dominique Sandá y Sylvia Kristel, que también audicionaron para el papel de Jeanne, y moriría en 2011 arrepentida de todo aquello.
Con su ausencia en el rubro Mejor Película en 1973 (aunque su director sí quedó en la terna junto a George Lucas por American Graffiti, Ingmar Bergman por Gritos y susurros y William Friedkin por El exorcista), Último tango en París coronó su condición de “película maldita” o “película de culto”, depende el observador. Un estigma que todavía arrastra y que, más allá de sus condiciones artísticas, la vuelve irresistible e inalterable al paso del tiempo.
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