Titane: el film de “terror corporal” que triunfó en Cannes es una experiencia tan visceral como provocadora
La segunda película de Julia Ducournau, que se alzó con la Palma de Oro el año pasado, escapa a toda previsión
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Titane (Francia/Bélgica, 2021). Dirección: Julia Ducournau. Guion: Julia Ducournau, Jacques Akchoti, Simonetta Greggio, Jean-Christophe Bouzy. Fotografía: Ruben Impens. Montaje: Jean-Christophe Bouzy. Elenco: Agathe Rousselle, Vincent Lindon, Garance Marillier, Betrand Bonello, Laïs Salameh, Myriem Akheddiou. Duración: 108 minutos. Disponible en: MUBI. Nuestra opinión: muy buena.
La cámara recorre el motor de un automóvil como si fuera un cuerpo sensual, con sus engranajes lubricados en aceite, sus piezas metálicas como una insidiosa invitación al goce. Julia Ducournau comienza su segunda película con un despliegue de exquisita peculiaridad, provocadora y astuta, pero dotada de un riesgo visceral, desorbitado, irresponsable. Su cine divide aguas porque escapa a toda previsión, porque exuda placer por las imágenes que son percibidas como crueldad caprichosa, porque desarma los pretendidos idearios de esa forma de arte. Titane es hija de este tiempo, salvaje e incierta, espejo de identidades en construcción, de máquinas implacables, del atrevimiento de filmar lo imposible.
En un breve preámbulo, Ducournau amalgama la historia de Alexia (Agathe Rousselle) con la del titanio que gobierna su interior luego de un brutal accidente. La costura de esa unión, consagrada en un efusivo abrazo con la máquina, brilla en su cuero cabelludo, exhibida con orgullo con el correr de los años, síntoma de su propia dualidad. Alexia baila sobre un Cadillac en una feria automotriz del sur de Francia, firma autógrafos, mata sin deseo ni remordimiento. Su esplendor asoma solo en el roce con el metal, en los movimientos pélvicos contra el capó, en el contacto con el tapizado de los asientos, en el orgasmo que concreta el sueño oscuro del futurismo. Como la máquina, Alexia avanza sobre su presa sin medida alguna, impulsada por el irónico instinto de una cruel supervivencia, masacrando cuerpos ajenos, ajustando el propio, habitando en un mundo de soledad y desapego.
Ducournau utiliza el lenguaje cinematográfico con la misma ferocidad que su personaje imprime a su cuerpo: el uso quirúrgico de la elipsis que permiten trasladar el peso del pasado en el acto del corte; el notable contrapunto entre los colores fríos –el azul nocturno- y los cálidos –el fuego como versión extasiada-; la música que desacraliza los crímenes –coronados con la frase “Estoy destrozada” en plena masacre-; los encuadres íntimos de supuraciones y sugestivos interiores que permanecen fuera de campo.
La Justine (Garance Marillier) de Raw (2016), la opera prima de Ducournau, descubría sus apetitos caníbales en sintonía con la crueldad que el mundo le ofrecía como rito de iniciación. Ese carnaval de horror sanguinolento encontraba el camino perfecto de la resistencia a la dominación, expandiendo los dominios de un género codificado como el terror, tensando los límites de la corrección. Con Titane, el cuerpo-máquina no es un voraz comensal ni un ángel vengador sino un mutante trágico como los monstruos del positivismo, creados por una razón que los abandonó a su suerte, ahora desconcertados por el largo siglo de historia. Para Alexia el mundo es hostil porque no hay atisbo de pertenencia más allá de la comunión con la máquina, sexual y dolorosa, con las heridas que no paran de supurar.
Como Ducournau juega y esconde sus cartas, de la fuga de Alexia surge el inesperado encuentro con Vincent (Vincent Lindon), un bombero fornido y macho alfa cuya vida ha quedado marcada por la desaparición de su hijo. Pero ello cuando Adrien regresa no hay preguntas, no hay dudas, hay un anhelo de recobrar el tiempo perdido. La paternidad que se fue con la desaparición de Adrien dio a luz un extendido sustituto en sus discípulos en la estación de bomberos, varones que sostienen su erguida potencia en heroicos salvatajes. En la mirada de Ducournau, el vínculo entre padres e hijos es algo más que una continuidad de la presencia en el mundo, una resistencia a la vejez -que Vincent suple con inyecciones de esteroides-, el deseo egoísta de un legado. Hay una carnalidad maldita que en Raw se consagraba en el canibalismo y que aquí se despliega con una unión profunda y amorosa, nunca previsible, nunca convencional. Para Alexia, la presencia de Vincent siempre es el atisbo de lo humano, el asomo de lo negado. Las actuaciones de Agathe Rousselle, modelo y fotógrafa debutante en el cine, y Vincent Lindon, uno de los grandes actores del cine francés contemporáneo, deslumbran por la materialidad de sus composiciones y la alianza indestructible con la cámara.
En un tiempo en el que todo parece evanescente, los encuentros son virtuales, la violencia digital, la memoria efímera, Titane explora un cine de los cuerpos, de una violencia potente y dolorosa, de una clara consciencia de la mortalidad. Su aparición es algo más que una curiosidad de festival, un disparador de polémicas, una salida por arriba de la encrucijada de deudas y deberes de los géneros. Su cine es dueño de sí mismo, sin el mote de obra maestra, lleno de posibilidades. Es un cuerpo que goza, que sangra, que duele, que mata y que muere.
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